Muchos creen que los norteamericanos comenzaron el estira y afloja que habría de terminar en la ruptura de relaciones diplomáticas y posterior promulgación del embargo. ¿Pero de verdad ocurrió así?
Hay pruebas inobjetables de que la cruzada antinorteamericana estaba en las intenciones de Fidel Castro desde mucho antes del 1 de enero de 1959. En concreto, en su muy divulgada carta a Celia Sánchez, fechada el 5 de junio de 1958, puede leerse: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”.
Aclaramos que no fueron aviones norteamericanos quienes tiraron los susodichos cohetes. De hecho, desde hacía tres meses el Gobierno de EE UU había prohibido la venta de armas a Cuba, tanto al régimen de Batista como a los rebeldes. Los cohetes en cuestión provenían de los suministrados con anterioridad a la Fuerza Aérea (FAE) o del limitado contrabando que realizaban a espaldas de sus mandos ciertos oficiales de la base naval de Guantánamo.
Tan a rajatabla llegaría a ser el boicot norteamericano al Ejército constitucional que los aviones de la FAE se vieron obligados a recurrir a explosivos de minería, lanzados a mano por el personal de vuelo.
Para entender lo irracional que en definitiva era la reacción antinorteamericana de Fidel Castro ante un bombardeo aislado, sin conexión lógica con la política de aquel país, no se puede perder de vista la fecha en que se dictó la mencionada medida: marzo de 1958. Para entonces el bando anti-batistiano ni de lejos ganaba la guerra. En las ciudades, estaba por recibir la tremenda derrota en que se saldó la huelga del 9 de abril. En las montañas, los escasos alzados soportarían en un par de meses la ofensiva de un Ejército que todavía mantenía puntos fuertes dentro del limitado territorio rebelde. Para el viraje de la guerra, de hecho faltaban casi cuatro meses.
La prohibición de abastecerse de armas y suministros bélicos en EE UU fue en definitiva un golpe desmoralizador para el Ejército de Batista. Fue la más importante causa externa de su rápida caída. La reacción de Fidel Castro ante esa medida, la invisibilización a que la somete en el análisis de los hechos de la guerra, tanto entonces como ahora en sus recientes memorias, solo es explicable si se admite que se articulaba sobre una voluntad de adversar a EE UU muy anterior a cualquier real medida norteamericana en su contra.
La chispa que dio inició al proceso que concluiría con el establecimiento del embargo económico, comercial y financiero en 1962 no fue un hecho político. Este triste papel le tocó al acuerdo firmado por los Gobiernos de Cuba y de la URSS a principios de 1960. Moscú le compraría a La Habana un millón de toneladas de azúcar cada año por los próximos cinco. En específico, el detalle dentro de ese acuerdo que provocó el inicio de la conocida escalada de medidas y contramedidas iba a ser la cláusula que estipulaba que el 80% de la venta se realizaría por medio del trueque. A cambio del azúcar cubano los soviéticos se comprometían a suministrar a la Isla mercancías de los más variados tipos, pero en especial petróleo crudo.
Como era de esperar, el Gobierno norteamericano protestó mediante nota diplomática por la decisión de su vecino de comerciar a gran escala con su archienemigo. Sin embargo, la nota usaba un lenguaje respetuoso y no anunciaba ninguna medida concreta.
El triste papel de responderle a la parte cubana le tocó a las empresas refinadoras de petróleo norteamericanas instaladas en la Isla, al negarse a trabajar con el petróleo ruso. Pero más que por posición ideológica, por razones puramente crematísticas, como bien lo explicó entonces Fidel Castro: “Cuba tiene derecho a comprar el petróleo al precio más barato que pueda en el mercado mundial y entregarlo después a las refinerías para su proceso en Cuba. Pero las compañías extranjeras no se resignan a perder el negociazo de la reventa de la casa matriz a su subsidiaria en Cuba. Y cuando les informamos de que una parte de los cuatro millones de toneladas de petróleo (…) se comprarían en otro mercado (…) nos envían tres comunicaciones conjuntas diciendo que no refinarán el petróleo de la URSS”.
Lo que siguió es bien conocido. El llamado Gobierno revolucionario nacionaliza las citadas empresas refinadoras, a lo que ahora sí el Gobierno norteamericano responde concretamente mediante la suspensión de la cuota azucarera. En respuesta, tras uno de esos maratónicos discursos en que invita una y otra vez a los americanos a tumbarle la pajita del hombro, el Comandante nacionaliza los pocos centrales azucareros en manos norteamericanas para esa fecha. Y de paso aprovecha y le mete mano a todos los demás.
Suelen afirmar los progres que las medidas económicas norteamericanas en contra del Gobierno revolucionario comenzaron desde el mismo año 1959, a raíz de la Ley de Reforma Agraria. Justifican así su apoyo al régimen cubano que, según ellos, tuvo que enfrentar la hostilidad abierta norteamericana desde su mismo nacimiento.
En realidad, es muy sencillo demostrar que las medidas económicas norteamericanas en contra del Gobierno revolucionario no comenzaron en 1959. Ese año, EE UU nos compró 2.943.000 toneladas de azúcar a 5,35 centavos la libra cuando el precio en el mercado internacional estaba en promedio a 2,97 centavos la libra. Esto significa que los precios que obtuvimos de EE UU en 1959 casi duplicaron la cotización del azúcar en el mercado internacional.
La tabla que sigue indica los precios a lo largo de la década de los cincuenta:
Como puede observarse, durante el periodo citado los norteamericanos no nos compraron el azúcar a un precio tan favorable. De hecho, en 1951, lo pagaron a un precio inferior de 0,45 centavos a la cotización internacional. Estos datos desmienten la teoría de los que acusan a EE UU de intentar estrangularnos económicamente desde 1959, puesto que ese fue precisamente el año en que más espléndidamente nos pagó el azúcar. En realidad, frente al hundimiento de los precios en el mercado internacional, EE UU protegió la economía del joven Estado revolucionario que acababa de dictar una Ley de reforma agraria. ¿Paradójico, verdad?
Por José Gabriel Barrenechea para 14yMedio