Desde hace algún tiempo reflexionamos sobre el nombre de la moneda venezolana. Para ser más preciso, fue como consecuencia de conversaciones y algunas declaraciones del inolvidable Renny Otolina a partir del año de 1974. Había olvidado la época, pero el planteamiento del para entonces número uno de la televisión, ha seguido vivo en la mente. El año lo recordó recientemente un opinador en la prensa, al cual le agradezco haber refrescado el dato.
Renny planteaba que deberíamos cambiar el nombre a la moneda. Bolívar no merecía ser expuesto a las altas y bajas comunes en las finanzas públicas y en las políticas monetarias. Lo hacía con visión trascendente. En aquel tiempo el bolívar era una de las monedas más estables del mundo. Igualmente la economía del país, a pesar de indiscutibles fallas, no anunciaba los nubarrones que hemos enfrentado posteriormente. Nuestro desaparecido amigo miraba más allá de su tiempo inmediato. Ese bolívar monetario hoy no vale nada, está desprestigiado, devaluado y convertido en basura gracias a la corrupta incompetencia del régimen. Estos dieciséis años de “revolución del siglo XXI” han sido lo peor que pudo pasarle a la imagen, al recuerdo y a la proyección histórica de El Libertador, Simón Bolívar.
Deberíamos retomar las preocupaciones de Renny y atender su iniciativa de cambiar el nombre a la moneda. Bolívar no se merece esto que estamos viviendo. No hay como explicar a los jóvenes presentes y futuros la vinculación existente entre el actual desastre monetario y la figura del héroe que nos empeñamos en mantener por encima del más antipatriota y entreguista de los gobiernos que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Nada importante lo impide, a excepción del complejo de culpa que hará que los máximos responsables saboteen la iniciativa para no quedar con otra marca infame sobre sus hombros.
Rescatemos a El Libertador. Detengamos el creciente desprestigio a que está sometido el bolívar con relación a cualquier moneda extranjera. Ni hablar del dólar o del peso colombiano.