En la calle va y viene. No se interroga mucho sobre el cómo, los métodos y maneras, sino sobre los tiempos. Por los estudios de opinión se puede convenir que la mayoría apuesta por una salida pacífica. No se quiere una salida violenta aunque hay quienes la consideran inevitable; pero se puede afirmar que en general se desea una solución ajena a traumatismos.
En el gobierno de Carlos Andrés Pérez, de la mano de notabilidades y de Chávez, la mayoría llegó a concentrar su demanda en la salida del presidente. Se querían más cosas, pero esta llegó a aglutinar la demanda de la mayoría del país. Hoy sucede igual. La salida de Maduro condensa demandas de chavistas y antichavistas, salvo el grupo del alto gobierno y algunos opositores que consideran que Maduro debe continuar hasta 2019. La sociedad demanda la salida del desvalido sucesor.
Los chavistas de izquierda desean un sustituto del “proceso”; los militares rojos tal vez oteen algún camarada de charretera; algunos opochavistas –de los que se alejaron de Chávez y volvieron furtivamente– seguramente tienen su candidato; los opositores tendrán los suyos, blandos o radicales, según los gustos. Pero lo cierto es que el relevo está a la orden del día, como aspiración y exigencia.
La ausencia de respuesta a esa pregunta ha dado lugar a una nueva geografía política. La división que ha existido entre chavistas y antichavistas, aunque no ha desaparecido, se ha desdibujado ante una nueva: los de abajo y los de arriba.
Los de abajo reúnen a chavistas y opositores. Asediados por la inflación, la escasez y la inseguridad, demandan un cambio aquí y ahora, al cual los de arriba no han respondido y parecen no responder. Por esta razón se ha creado la idea, expresada en el crecimiento de “los independientes”, según la cual los de arriba –del gobierno, salvo su disidencia, y de la oposición, salvo su disidencia– deben irse. Es una idea retadora y riesgosa porque de no emerger una política que responda hasta cuándo y cómo, el descreimiento puede llevar a la furia generalizada y la furia a una nueva dimensión del caos. Y el caos puede llevar a los militares. Cuando se juega con el diablo, aunque no se crea en su existencia, siempre aparece.