Para ser sincero, a nadie le puede alegrar la caída del precio petrolero, que ninguna nación extranjera le jale las orejas a quienes nos gobiernan, ni que las calificadoras de riesgos coloquen a Venezuela entre los más inseguros del mundo y los organismos internacionales de mayor credibilidad señalen al país como el más corrupto y violador de derechos humanos, de verdad no es nada agradable; pero también es cierto que no deja de causarnos cierto respirito, saber que la cada vez más intensa queja que los venezolanos tenemos haga eco fuera de nuestras fronteras.
El cuadro que presenta el país en la actualidad es realmente dantesco: un Presidente que nadie sabe en qué momento trabaja, porque lo de él es una calle, un micrófono y una cámara; una Asamblea que solo quedó para aprobar presupuestos y habilitantes que ponen en manos de un desorientado jefe de Estado toda la legislación en materia económica, y para maltratar a quienes dentro de la cámara no compartan sus barbaridades; un presunto “Poder Moral” y una justicia sometidos a los dictámenes del alto gobierno; y, como consecuencia de todo el despelote que se deriva de un régimen sin brújula, lo que impera es la corrupción, una asfixiante inflación, y escasez de los alimentos, medicamentos y demás productos básicos para garantizar el bienestar al que nos habíamos acostumbrado los venezolanos a disfrutar, aun en los peores momentos de nuestra historia.
Pero no conforme con todo esto, el “gran estadista” anuncia entre las medidas salvadoras frente a la crisis que llega a sus momentos culminantes, el retorno al “conuco”, algo parecido a los “gallineros verticales” que trató en vano de imponer su predecesor siguiendo los consejos del régimen cubano, cuya economía no podía ser más desastrosa pese a la mil millonaria ayuda que recibe de Venezuela.
Y lo peor es que estamos prácticamente solos en nuestro drama, pues ni las plegarias a todo eco parecen llegar a su destino divino, ni los cacerolazos a los oídos de los responsables del desastre que padecemos; mientras se reducen y silencian cada vez los medios de comunicación colectivos que tradicionalmente han servido para canalizar nuestras angustias y protestas, por lo que en momentos como el actual recordamos al célebre autor mexicano recientemente muerto, Roberto Gómez Bolaños, para preguntarnos, parodiando su expresión: “Ahora, ¿quién podrá defendernos?”
Por esa razón, esas voces que algunas veces se hacen sentir desde cualquier lugar del planeta, nos dan pie para pensar que tenemos compañía en nuestro pesar, que hay gente importante en el mundo, especialmente de Europa y de Norteamérica, que comprenden nuestra tragedia; pero también, que somos los venezolanos los únicos defensores, los llamados a plantearnos soluciones, en el marco de lo que queda de democracia y Estado de derecho, para superar esta terrible crisis; que no podemos depender de ningún “Chapulín” extraño (y menos colorado); que en nuestras manos está la salvación del país, y que el voto del próximo proceso electoral será la vía más expedita para iniciar el rescate de la institucionalidad en estos momentos secuestrada. Esa es la convocatoria que nos corresponde formular. “Síganme los buenos”