Hacía calor, estaba oscuro y los mosquitos no perdonaban cuando José Fuente Lastre, de 23 años, se subió a una balsa con otros ocho hombres, decididos a irse de Cuba.
La precaria embarcación, construida a escondidas con neumáticos y pedazos de metal y de madera, no había funcionado varias veces. Se filtraba aceite. La hélice sacaba chispas. Se perdieron sin haber llegado siguiera al océano.
“No voy”, anunció Lastre. “Está escrito que no hay que partir”. Reseña El Nuevo Herald
“No seas tonto”, le respondió su padrastro, Antonio Cárdenas. “Después de tanto esfuerzo, hay que intentarlo de nuevo”.
Cuatro de sus compañeros decidieron que la empresa era demasiado arriesgada. Se tiraron al agua y se volvieron a tierra.
Lastre miró las manos y el rostro arrugados de su padrastro. Habían invertido casi todo lo que tenían, casi todo lo que había en la granja de animales de Cárdenas y los ahorros de toda su vida de Lastre, $566, en la construcción de la balsa. Lastre había recibido la bendición de su madre y se había despedido de su novia.
Encendieron el motor que habían sacado de un tractor ruso y consultaron la brújula de un viejo bote.
Debían atravesar al menos 175 kilómetros (110 millas) de aguas donde abundan los huracanes y los tiburones para llegar a su destino, la Florida. Si la balsa resistía y no había tormentas, deberían soportar el calor abrasador del Caribe unos pocos días. Pero si se desviaban hacia el oeste, irían a parar al Golfo de México. Cualquier desvío hacia el este y la corriente del Golfo los internaría en el Océano Atlántico.
Avanzaban a paso lento, dejando una pequeña columna de humo de diésel.
Decenas de miles de cubanos han ensayado el cruce del Estrecho de la Florida en embarcaciones precarias hechas en casa, prefiriendo arriesgar sus vidas a permanecer en Cuba.
La promesa del presidente Barack Obama de poner fin a 53 años de hostilidad alienta las esperanzas de una normalización de las relaciones entre las dos naciones y de que los cubanos ya no tengan que correr estor riesgos. Pero nadie espera que el acuerdo entre Obama y Raúl Castro ponga fin a estas arriesgadas travesías de inmediato. Obama no tiene los votos en el Congreso para suspender el embargo comercial de Estados Unidos a Cuba ni para anular la Ley de Ajuste Cubano. En el último año, la cantidad de cubanos recogidos en el mar por la Guardia Costera estadounidense o que lograron ingresar a Estados Unidos aumentó casi un 75%, de 2,129 a 3,772.
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