El mundo está cambiando con las tecnologías de la información, más de lo que muchos piensan, incluso más de lo que opinan algunos especialistas en la materia, cuando hablan de revolución tecnológica.
Desde luego que ha ocurrido una revolución tecnológica, pero esto es sólo el comienzo de una avalancha que a su vez terminará desatando otras revoluciones, y quiero referirme también a una revolución en el ámbito social y político.
(Sí, reivindico la palabra revolución, pues no puede ni debe desaparecer de nuestro vocabulario, simple y llanamente, porque la evolución de las sociedades humanas nunca dejará de usarla como su herramienta principal).
En mi opinión, la supuesta revolución de la política por parte de las redes sociales aún está un poco lejos de ocurrir, y todavía nos encontramos en una fase de “acumulación de potencial”, y ejemplos que se han querido dar, como el de la mal llamada primavera árabe, los veo aún como episodios de desarrollo embrional, más que verdaderos “hitos”.
El siglo 21 nos traerá nuevas culturas, sí, leyeron bien, y por tanto nuevas formas de ciudadanía y acción política, nuevos partidos, sistemas políticos, formas de gobierno, nuevas formas de representación, arquitecturas del poder… y hasta podría llevarnos al empoderamiento máximo, de un poder constituyente en activación permanente.
Sin duda, falta mucho camino por recorrer desde el actual homo sapiens –más bien homo venaticus– hasta llegar a lo que debería considerarse como el verdadero homo socialis, pináculo de la evolución del sapiens, ya que, a diferencia de este, el socialis solo usará las herramientas, para construir.
Como decía Konrad Lorenz: “He encontrado el eslabón perdido entre los simios y el hombre civilizado: nosotros…”
Les guste o no, lo quieran o no, y duélale a quien le duela, esta sociedad actual que en el fondo sigue siendo simplista, esquemática, rígida, estática, y encerrada en clases sociales “formales”, pegará un brinco, más cuántico que gradual, hacia una sociedad diversa, dinámica, fluida, evolucionante, abierta… carente de compartimientos estancos, constituida por nuevas formas de comunidad, intrínsecamente complejas, sobre todo, grupos de interés nucleando comunidades, tanto reales como virtuales, frontera esta que se irá borrando en la medida que se superen ciertos atavismos pre-modernos, especialmente en sociedades como la venezolana: esto determinará un cambio social y desde luego, un cambio en la política.
Ya ese fenómeno de alguna forma, se ha venido desarrollando, y además, al margen de la pertenencia a una clase social en especial, de hecho, han surgido movimientos como el de los ecologistas, el movimiento LGBT, las asociaciones de animal lovers, los “ateístas”, etc. Todos ejemplos de comunidades que han ido evolucionando, y seguirán evolucionando, de lo civil hacia lo político, siendo el caso de los ecologistas el más antiguo y poderoso, al irrumpir incluso antes que la internet, y dar el paso decisivo de fundar partidos políticos en muchos países.
Y toda esta gente que se define de acuerdo con su nueva “conciencia grupal”, expresada cada vez más con sinceridad y orgullo crecientes, con muchos dando el paso liberador de la confesión al activismo, ¿cuántos de estos nuevos actores de la sociedad siguen identificándose con algún partido? ¿Con alguna ideología?
Allí está la clave.
La palabra clave en la política del siglo 21 será REDES: redes desplazando poderes, sustituyendo poderes, pasándoles por encima, redes superponiéndose con validez, a etiquetas sociales y organizaciones políticas cada vez más desdibujadas y obsoletas, en fin, redes concentradoras de inteligencia y creatividad social, superando el catecismo desvencijado de ideologías ecuménicas que, más que políticas, son religiosas.
Las sociedades tradicionales con su estratificación nítida y sus geometrías imperturbables, eran sociedades relativamente lineales, tanto es así que bastaba algo tan reductivo como la religión, o su equivalente pseudosecular, la ideología, para poder interpretarlas, intervenirlas y alterarlas, o sea: dominarlas.
Pero esa “gloriosa” simplicidad, en este nuevo siglo se irá desvaneciendo hasta nunca más volver. De la misma forma que dimos el brinco agricultor, y superamos las ciudades-estado, la sociedad feudal, las monarquías, y de la misma forma como superaremos los estados oligárquicos y su disfuncionalidad sin remedio, y antes aún, algunas formas de gobierno, como las democracias representativas.
Sí, también las democracias representativas serán superadas.
Muchos conceptos que aún persisten (sin perder en absoluto su significado) han demostrado poseer vigencia, pero sólo si aplicados a escalas humanas -temporales y espaciales- reducidas, incluso momentáneas, pero su aplicabilidad a escala general, al tamaño de una sociedad, han resultado ser un cruel engaño, una estafa histórica, y para colocar un ejemplo de entrada, ¿cuánta sociedad civil, cuánta ciudadanía organizada de hecho, ha existido y existe realmente en la sociedad venezolana, vista en su conjunto?
(Aquella frase infame de: “¿con qué se come eso de la sociedad civil?” tenía su maldad, pero no dejaba de tener razón.)
Ahora bien, los ejemplos pueden ser muchos, y por desgracia, son demasiados.
Por ejemplo: ¿Cuánta república ha podido existir en naciones donde la separación de poderes dista mucho de ser verdadera, con poderes ejecutivo y judicial derivados del legislativo, sin separación en su origen, con poderes compuestos en cenáculos nulos de representatividad, a punta de componendas y negociaciones turbias?
¿Cuánta democracia ha podido existir en regímenes consensuales prontamente degenerados en partitocracias?
¿Cuánta representación puede haber en sistemas electorales diseñados, determinados y dominados por verdaderas oligarquías enquistadas en el poder (en todos los poderes) y dispuestas a no perderlo?
¿Cuánto poder político ejerce el ciudadano cuando va a votar por candidatos, todos manufacturados y empaquetados para acceder al poder y sólo deberse a él, en elecciones carentes de la menor confiabilidad y transparencia?
¿Cuánta libertad de expresión puede ser garantizada por medios de comunicación que sólo son la fachada de poderes insaciables, hacedores y destructores a su antojo y conveniencia, de opinión pública y de la política como tal?
Todos conceptos que por fin están comenzando a ser abordados en discusiones realmente públicas y cada vez más libres. Señores, vuelve el ágora: y el acceso a ella ya lo tenemos en nuestras manos, aunque muchos aún no se han dado cuenta…
El mundo, y eso ya se puede observar a escala creciente en las redes sociales, está cambiando de tener una “opinión pública” que nunca fue pública, sino privada, y obediente a poderes formales y fácticos, a una opinión pública realmente pública: protagonizada sobre todo por ciudadanos preocupados y vigilantes (no idiotizados) pero también por organizaciones y colectivos de toda índole que asoman por todos lados. La formación de opinión -hasta ahora más bien una manipulación de opinión con emisión unidireccional- está dejando de ser amasada y dictada desde centrales de poder, para descentralizarse y ubicarse cada vez más en un sano conflicto interactivo, dialógico y democrático de visiones, opiniones e intereses, plurales, contrapuestos, divergentes… Desde luego, es posible que este “desorden” se vea como caos, especialmente en mentes anquilosadas donde persistan viejas concepciones.
Pero no es desorden, ni caos, es una sopa primigenia: y contiene todos los nutrientes necesarios para el surgimiento de un nuevo cuerpo social, y una nueva política.
Si pudiésemos de verdad reactivarnos como nación, y levantar un estado para atender a la gente y no a una clase política decadente y sus intereses particulares, labor que amerita la imperiosa superación del actual estado rentista, sólo eficaz para sustentar una sociedad oportunista dirigida por sus individuos más aventajados en la rapiña, y proclives a la depredación, si pudiésemos encauzarnos en serio por una senda de transformación, para ser un país que se proporciona un gobierno que le sirva a sus propósitos, y nos permita dedicarnos por entero a desarrollarnos en paz, orden, armonía y prosperidad, al poco poquísimo tiempo veríamos como esas “clases sociales” de meros habitantes y pobladores, dispersos y disgregados, sin conciencia alguna (y mucho menos “de clase”) terminarían por mutar, y constituirse en comunidades de ciudadanos productivos, creativos, organizados, en redes, evolucionando con el poder comunicacional otorgado por las nuevas tecnologías, hacia una nueva cultura, una nueva sociedad civil, una nueva política, una nueva sociedad política, y finalmente, haciéndose con el poder bajo nuevas formas y modalidades, verdaderamente plurales, verdaderamente democráticas.
Eso sería perfectamente posible, si nos permitiésemos como nación, ingresar al siglo 21.
Y déjenme decirlo de una: lo que menos necesitamos para poder dar ese paso, será insistir en andar cargando con esos equivalentes mentales de las pesadas y aparatosas armaduras del siglo 15, que son las dichosas ideologías.
En un país como el nuestro, tan necesitado de una reconstrucción desde un nivel cercano a la devastación, tan necesitado de cosas básicas como seguridad, orden público, orden interno, de restitución de la república con imperio de la ley, separación real de poderes, instituciones sólidas y funcionales, de una democracia no secuestrable por partidos degenerados y sus mafias, de un registro civil que por lo menos nos permita volver a votar con un mínimo de confianza.
Desde luego, necesitado también, y urgentemente, de partidos que logren ser los intermediarios entre la sociedad civil y el estado, que vuelvan a cumplir sus funciones de interacción permanente y no solo electoral con las comunidades, vigilar la gestión de los poderes públicos, captar y formar líderes verdaderos y no candidatos empaquetados por empresas de mercadeo, recolectar las distintas visiones de país, y coordinar la elaboración colectiva de proyectos comunitarios y nacionales, promover esos proyectos y la gente para dirigirlos, armar y proponer equipos de gobierno, capacitados, preparados.
Porque nadie puede estar en desacuerdo con la construcción conjunta de una sociedad que proporcione igualdad de oportunidades ¿y por qué no? Igualdad de condiciones, a toda la comunidad nacional, y que sea capaz de proporcionar tanto desarrollo individual como social a sus habitantes, hasta lograr una sociedad de ciudadanos, una sociedad de emprendedores, a toda escala, una sociedad verdaderamente emancipada, en todo sentido. ¿Hay alguien tan loco para objetar eso?
¿Quién puede ponerse a discutir sobre el hecho de que las clases sociales “nominales”, cada una de ellas, necesitan de políticas públicas específicas, aplicadas con profesionalismo y continuidad, para que atiendan sus necesidades, igualmente especificas? ¿Quién pudiera objetar, si no es con la peor y más inconfesable de las intenciones, que los pobres necesitan sobre todo de una economía realmente productiva, generadora de riqueza, que pueda finalmente incluirlos, las clases medias, una economía creadora de valor agregado y servicios, los empresarios, además de seguridad y garantías, una política de estado, realmente estratégica, que los incentive a competir con pie firme en el ámbito global, de un estado que promueva la innovación, y así sucesivamente…? ¡Pero bueno! ¿Todo eso no puede englobarse en una única y amplia concepción, abierta a una discusión pragmática, sobre ideas y propuestas? ¿Sin más bailes de máscaras, sin recurrir al antifaz o al disfraz, de una supuesta ideología que lo avale (deforme) todo?
En fin, en un país que quedará para terapia intensiva, necesitado de una reconstrucción profunda de su tejido social, sus valores, su base productiva, su infraestructura, eso de insistir en aplicar ideologías, sin importar su “buena intención”, a una comunidad nacional desfalleciente y en necesidad extrema, de acciones eficaces y logros concretos, eso sólo se puede llamar ¡tener ganas de seguir jodiendo!
¡Ni clases sociales, ni ideología, ni ganas de joder! propongo esos puntos, para desecharlos como los fantasmas que son, dejar atrás el siglo 20 de una buena vez, y ponerse en Acción, para construir una nueva sociedad, una nueva política, una nueva democracia, ¡un nuevo país!
Como decía Don Rómulo Betancourt, en frase que no me canso de repetir:
“Este país de todos debemos hacerlo todos…”
Feliz Siglo 21 (cuando llegue).