Los diablos toman un pueblo ecuatoriano bailando

Los diablos toman un pueblo ecuatoriano bailando

(foto AP)
(foto AP)

Los diablos bajan bailando por caminos, senderos y hasta por minúsculos pasos de montaña. Bailan despacio en medio de la lluvia, a veces se muestran acompasados y otras se tornan frenéticos al ritmo de bandas de músicos que custodian el paso de tan extraños personajes.

Los diablos llevan enormes y grotescas caretas con cuernos, ojos saltones y feroces colmillos, algunas de las cuales parecen descomunales junto al tamaño de quienes las portan.

En cuanto llega el 1 de enero, las partidas de diablos se dejan ver en Píllaro, 105 kilómetros al sur de la capital. Desde entonces y por seis días la fiesta desborda de comida, licor y baile callejero.





Aunque los diablos parecen terribles, son el centro y motivo del festejo popular que se ha convertido en atracción de multitudes de turistas nacionales y extranjeros que hacen verdaderas calles de honor en las 12 cuadras del centro de Píllaro por donde se extiende el festejo.

Cada partida de diablos da dos vueltas al final de las cuales regresa a sus comunidades para reponer fuerzas y seguir danzando.

Entre los disfrazados destacan el rojo en las prendas de vestir, el negro en las capas y el dorado en los adornos. El grupo también está integrado por las “guarichas”, que simbolizan mujeres solteras en busca de un padre para sus hijos; capariches, barrenderos encargados de limpiar la vía para el paso de los diablos y parejas de danzantes que ponen la picardía en el baile.

En medio de un país de fuerte convicción religiosa católica, estos diablos se dejan querer cada año más, quizá porque simbolizan lo festivo y profano que la población lleva dentro. AP