Estos son pequeños, mínimos, consejos para quienes comienzan la debacle esa, que en la conciencia popular se conoce como doblar la esquina y sus consecuencias.
Maduro, nuevamente acudo a la sabiduría popular, no pretendas, de ningún modo, envejecer sin oír, oír consejo.
Levántate temprano, aunque vuelvas de gastar dólares en el extranjero y ve. Ve las colas de tus congéneres, padeciendo por unos pañales, una lata de leche en polvo, un kilito de café. Eso entristece a cualquiera y los tiene de veras enfurecidos. No es estimulante, pero ayuda a que reacciones. Para un maduro ya no hay vuelta atrás. El mal te alcanzó y de qué manera. Más estímulo podrías adquirir con algún medicamento elevador. Tampoco lo hallarás. No tienes aquí escapatoria. Sobre todo porque todos sabemos que el destino no lo eliges, te eligió un dedo señalador, unas circunstancias, un lugar.
No se te ocurra mirar atrás, el tiempo ido, la posible felicidad vivida. Tu tiempo, lamentablemente agotado, es éste y debes enrumbarlo con tus mejores decisiones, al cierre.
Renuncia. Es mi consejo mayor, maduro, cuando ya no puedas soportar más este lidiar tan complejo de tu vida. Tuya, con los demás. Cuando finalmente se te haga insoportable la regaladera de dinero en busca de comprar favores, retírate. Retírate. Hazlo al apreciar de veras que la lucha agónica no tiene sentido alguno, nunca lo tuvo.
Aún así, no te entregues a cualquier grupo de fuerza armada. Ya no estás para ello, debilitado y esclerótico. Te espera la vejez. Fallan las energías de antaño. Convoca, más bien a tus circundantes a tomar decisiones entre todos para medir el futuro que a ellos, ante el derrumbe, se les abre. Sepárate, pero deja una brecha a los demás. Si te inmolas, allá tú. No pidas lo mismo a los otros. Si un tanto de poder te queda, repártelo, no lo tomes para ti en plena despedida. Esto para que haya al menos un simple, delicado, rictus de grata recordación del títere que fuiste en este guiñol, hombrecito maduro.
De gran relevancia es que tus últimas alianzas las hagas con gente fresca. Aléjate de las quisquillas, de las arrugas, de los malos consejos de quienes como tú vislumbran el final. Solo sirven para aislarte y desecarte, momificarte. Vuélvete, mejor, a la frescura juvenil vivificante, en tu retiro, ya próximo, como notas bien. Se percibe aquello que tu mentor mefistofélico señalaba mentando el olor del azufre. Y abre paso, maduro, abre paso pronto o las fuerzas de la vida fresca te arrollarán indetenibles, como suelen ser esas fuerzas.
Por último, libera todo lo que tengas retenido o detenido antes de la explosión segura. Oye, mientras puedes, a los más fuertes y a los débiles, a las madres y demás mujeres, a los estudiosos, a los de sotana, a los de tu cercanía y tu lejanía. Oye las piedras rumorar, maduro, y conviértete, finalmente, en agente liberador, para que adquieras, al menos en tu despedida, un misérrimo grado de dignidad y puedas irte más o menos en paz, en medio del infierno de vida que has creado, sin querer queriendo, como el Chavo del 8.