Venezuela arrancó este año, tal como se había sido pronosticado, con una profundización de la crisis económica generada por el modelo chavista o, si se prefiere, por la pretensión de aplicar un modelo anacrónico y anteriormente fracasado. De modo que no está sucediendo nada sorpresivo.
El modelo se viene abajo y se lleva consigo a sus inútiles e infecundos impulsores. Ya los venezolanos parecen saber que el modelo impuesto por Chávez nos lleva a la acumulación de la pobreza y la penuria. Ahora lo viven y lo comentan en sus largas colas de estos primeros días del 2015.
La posibilidad de dar un paso adelante en el cambio del régimen político dependerá de que la oposición diseñe adecuadamente una la política. Se trata de dar un paso adelante y de interpretar lo que aspira la sociedad venezolana. Si la oposición se plantea una lucha existencialista como la inaugurada en febrero de 2014 estaría dando un paso en falso, que a veces da la sensación que pareciera disfrutar.
Las elecciones parlamentarias que deberían realizarse este año es un evento de enorme importancia para producir cambios de envergadura en el entramado institucional y, tener una adecuada interpretación de su significación, es vital para el país.
Todo pasa porque la oposición construya una política cuyo sujeto no sea el régimen político, al menos de manera exclusiva, sino los afectados por el modelo. La política no debe diseñarse para la satisfacción de los políticos, para su revancha, para la aniquilación del otro, para la sustitución de una hegemonía por otra, sino para quienes han sido afectados en su calidad de vida.
La renuncia del presidente, la crítica a la elección de los poderes públicos, la no reelección presidencial y de los demás funcionarios públicos, es una política para los políticos. Es importante y hasta relevante pero no coloca a la oposición como un actor que interpreta las preocupaciones y angustias de la gente.
La oposición debe convertirse en un genuino intérprete de los reclamos que nacen en la sociedad. Esta aspiración conduce al diseño de una política dirigida a superar las confrontaciones existenciales entre los venezolanos, buscando, de manera decidida y franca, la reconciliación nacional. Es una política que no admite dilaciones. Es la sustitución del discurso guerrerista y excluyente del “no volverán” por la paz, la tolerancia y del respeto del otro.
En esa misma dirección, una mayoría democrática en la Asamblea Nacional estaría en la obligación de convertirse en garante del respeto de las instituciones y de transitar a través de ellas para sustituir el fracasado modelo, culpable de la crisis que en la actualidad agobia, sin distinción, a todos los venezolanos. Así mismo, asumir decididamente la protección de las libertades ciudadanas que sistemáticamente amenazan los actuales detentadores del poder.
@leomoralesP