He escuchado a muchos que de la manera más ligera y olímpica, destilando odio cuestionan sin piedad alguna la decisión que varios ciudadanos venezolanos hemos adoptado al escoger el Exilio como forma de lucha, sin que ni siquiera se detengan a examinar o evaluar todos los sacrificios y hasta sufrimientos que este genera no solo para el desterrado, sino más grave aún para la familia que sin responsabilidad alguna debe comenzar a atravesar un verdadero calvario. No sé si reír o llorar cuando escucho la funesta frase “Exilio Dorado”.
Poco a poco fui entendiendo quienes en realidad eran mis amigos o fieles seguidores de un ideal libertario que por varios años nos mantuvo de manera firme recorriendo las calles de toda Venezuela. Los que no me eliminaron del Facebook o el Blackberry, los que no me bloquearon en Twitter, los que se tomaban un tiempo para enviar algún solidario email, los que en un eventual viaje a Perú se atrevían a contactarme para materializar un fraternal estrechón de mano o un cálido abrazo patrio, como también esos que a pesar de sus limitaciones económicas o apretadas agendas realizaban llamadas telefónicas para siempre expresar sus sinceros mensajes de fe, esperanza y optimismo cuando atravesábamos alguno de los ya incontables momentos de apremio que nos ha tocado vivir en el Exilio.
El destierro ha servido en mí para ordenar las ideas, alimentar mi sed de libertad y reencontrarme con el sagrado sueño de muchos venezolanos que aspiran un futuro cargado de ilusiones, progreso y oportunidades para todos por igual, en momentos cuando la desesperanza inducida desde el mismo gobierno solo busca alimentar un ambiente de frustración en su afán por desmovilizar a la población haciéndoles creer que ya nada tiene sentido y además que solo en “revolución” será posible adelantar cambios positivos para todos, a pesar de que producto de sus corruptelas e ineficacia han llevado al país a enfrentar las más grave crisis de la cual mi generación tenga memoria.
Como he dicho en reiteradas ocasiones no aspiro honores o reconocimientos, solo espero respeto al enorme sacrificio que me ha tocado enfrentar solo por mis ideas y de la incansable lucha que en las calles libré en rechazo a un modelo político hambreador, apátrida y sin vocación democrática alguna que alzando los estandartes del abuso de poder y la represión busca someter a todo un pueblo ansioso por alcanzar su propia reconciliación y recuperar la alegría colectiva que siempre le ha caracterizado. Felizmente y gracias a Dios este perverso modelo ya entró en su fase terminal.
Lo que hoy narro en primera persona es la historia de cualquiera de los que ya engrosa esta enorme lista de Exiliados venezolanos diseminados por distintas latitudes del mundo. A todos nos une el mismo sueño de Libertad, de conquista democrática y pasión desenfrenada por la patria que nos vio nacer y a la que de seguro muy pronto retornaremos.
Culmino esta nostálgica perolata compartiendo un extracto de “Delirio y destino” de la filósofa española María Zambrano que en múltiples ocasiones he leído en mi incansable búsqueda de respuestas:
“En este camino, el exiliado se quedó al borde de la historia, devorado por ella, en un vacío, porque la historia ha dejado de hablarle; apartado de la historia, desaparece de ella.
El sujeto del exilio ha dejado de ser un sujeto histórico, porque el discurso de la historia no lo toma más en cuenta; al lanzarlo a sus bordes es borrado de toda memoria que lo recuerde.
De esta manera, al desterrado, se le deja sin voz; se le niega la oportunidad de dialogar o de intercambiar palabras con el espacio de su expulsión”.
¡Dios bendiga a Venezuela!
OSCAR PÉREZ
Asilado Político en Perú