La bala alcanzó a la niña de 4 años cuando esperaba para cruzar la calle, de la mano de su padrastro y un primo. Al día siguiente, un niño de 9 años cayó muerto en una piscina. Poco después, era una mujer de 21 años y con dos hijos la que moría por otra bala perdida cuando estaba sentada con un niño en el regazo.
Las tres muertes forman parte una serie de tiroteos esta semana que ha sembrado el nerviosismo entre los residentes metropolitanos de Río de Janeiro, la ciudad anfitriona de los próximos Juegos Olímpicos.
Además de las muertes, al menos otras 10 personas resultaron heridas por balas perdidas en los últimos días, haciendo que líderes de la comunidad se quejaran de que la campaña policial contra las pandillas está provocando intensos tiroteos que atrapan a vecinos inocentes en el fuego cruzado.
La operación que inició hace seis años la ciudad para recuperar el control sobre poblados de chozas que durante años dominaron los traficantes de droga ha confinado a las pandillas a territorios cada vez más pequeños, provocando fuertes combates entre facciones rivales. Además, las pandillas en las favelas “pacificadas” cada vez cometen ataques más audaces contra la policía.
Paulo Storani, consultor de seguridad que pasó más de dos décadas en la policía de Río, dijo que nunca había visto tantos casos de balas perdidas en tan poco tiempo. Río sufre una crisis de autoridad, señaló.
“La audacia de las pandillas está creciendo”, dijo. “Cada vez se enfrentan más con la policía en batallas armadas, y combaten más a menudo entre sí para ganar territorio perdido por el programa de pacificación de la policía”.
Las víctimas y sus familias, la mayoría residentes en zonas más pobres, han pedido medidas contra las muertes por armas de fuego y otros homicidios, que han crecido en Río desde 2012 tras unos pocos años de descensos. En 2013, la cantidad de personas alcanzadas por balas perdidas subió a 111, según las estadísticas policiales más recientes disponibles, respecto al mínimo de 81 incidentes en 2011. Los datos empezaron a registrarse en 2008.
Normalmente, Río no se inmuta por la violencia. Cada año, los homicidios en esta ciudad de 12 millones de personas son aproximadamente un tercio de los que sufre todo Estados Unidos con sus 320 millones de personas. Pero el sinsentido de las últimas muertes ha conmocionado a la metrópolis, convirtiéndose en objeto de una intensa cobertura de televisión, columnas en los diarios denunciando la violencia y conversaciones en establecimientos de zumos, cafeterías y taxis.
Parece que la muerte puede llegarle a cualquiera, en cualquier momento.
El 17 de enero, la familia Carvalho acaba de terminar una larga cena con amigos cuando Larissa, de 4 años y deseando estirar las piernas, corrió por la vereda delante de su madre, Milene de Carvalho, recordó la mujer. Larissa llegó hasta donde estaban su padrastro y su primo en el cordón de la vereda.
“No oí ningún ruido fuerte. Sus piernecitas simplemente se derrumbaron, su cabeza cayó hacia atrás y puso los ojos en blanco. Creí que estaba enferma”, dijo la madre con voz monocorde y un fuerte temblor en las manos.
“Mi esposo la cogió deprisa en sus brazos, y empecé a preocuparme. No sabía lo que estaba pasando. Pero cuando miré, vi los brazos de mi marido cubiertos de la sangre de ella. Entonces me di cuenta de que había sido una bala perdida, y le había dado en la cabeza”.
Larissa fue trasladada sin demora a un hospital, donde murió unas pocas horas más tarde.
Asafe de Ibrahim, de nueve años, estaba con su madre en una piscina del norte de Río el 18 de enero, cuando una bala perdida le alcanzó en la cabeza y lo mató. Una semana más tarde, Adriene Nascimiento, de 21 años y madre de dos niños pequeños, murió en la barriada de Rocinha. La bala la alcanzó cuando estaba sentada y con un niño en el regazo. La policía y miembros de una pandilla cruzaban disparos cerca.
Los investigadores aún no han identificado sospechosos en ninguno de los casos, aunque dicen que la mayoría se produjeron cuando había pandillas rivales enfrentándose en las cercanías.
La policía declinó las reiteradas peticiones por teléfono y correo electrónico de entrevistas sobre los recientes tiroteos.
Para Ilona Szabo de Carvalho, directora del Instituto Igarape, un grupo de estudios de Río sobre seguridad y asuntos sociales, el aumento de estos sucesos es un síntoma de la incapacidad del gobierno federal para reformar a las fuerzas de seguridad, por ejemplo centralizando las duplicaciones en investigación y patrullaje que supervisa cada estado.
Carvalho, que no está emparentada con la familia de la niña fallecida, también opinó que los agentes deberían recibir mejor formación armamentística y portar armamento menos potente. La mayoría de los policías emplean rifles de asalto que pueden disparar a 3.000 metros (9.800 pies) de distancia, a pesar de que en la mayoría de los casos se enfrentan a los traficantes a una distancia mucho menor. También los pandilleros emplean esas armas.
Carvalho dijo que la sociedad brasileña simplemente ha llegado a esperar que las confrontaciones violentas entre policía y pandillas son la mejor forma de librar la guerra contra las drogas del país, en lugar de pedir reformas en las leyes sobre drogas que puedan reducir la violencia.
“Mucha gente cree que esta guerra es necesaria, porque nacieron en la guerra”, señaló. “Es una guerra que nunca se ganará. Es una guerra porque tenemos políticas que nos dicen que tenemos que enfrentarnos a los narcotraficantes y matar, pero podemos ver que eso no va a llevarnos a ninguna parte”.
En el funeral esta semana de Nascimento, la madre que murió por una bala perdida, William de Oliveira, líder de la comunidad en la villa donde la mujer vivió y murió, dijo que son los civiles atrapados en el fuego cruzado los que pagan el precio.
“Siempre es una maldita bala perdida la que mata a un inocente, una buena persona. Y nos preguntamos, “¿a quién se le pedirán cuentas?”, dijo. “El gobierno dice que ha “pacificado” nuestra favela, pero la gente sigue muriendo. La violencia sigue creciendo”. EFE