No hay dudas, Maduro quiere, admira, confía, estima y, decididamente, siente una atracción fatal por el expresidente colombiano, y presidente de UNASUR, Ernesto Samper. Tanta, que hay fuentes que aseguran que, si bien no le sugirió su candidatura para presidir la multilateral a su colega, Juan Manuel Santos, en cuanto este se la propuso, se convirtió en su más entusiasta y activo promotor.
Quizá no lo conocía personalmente, ni se había acercado al abismo que significó su ejercicio presidencial y casi destitución de la primera magistratura de Colombia, pero hay un detalle que debió resultarle irresistible: Samper enfrentó de pie los embates de Estados Unidos por privarlo de legitimidad y lograr que el pueblo colombiano, y sus instituciones, lo ejectaran del poder bajo la acusación de financiar su campaña con dineros del narcotráfico.
Un escándalo que lo crucificó durante los cuatro años de su mandato (1994-1998), que prácticamente no le dejó tiempo para ocuparse de ningún otro tema, y que refractó de nuevo a las fuerzas que dentro del continente luchan por gobiernos decentes y al margen de ilegalidades y los que sostienen que la lucha por la igualdad y contra las injusticias sociales bien valen un noviazgo, y hasta un matrimonio, con la maldad.
Puede decirse que la “Guerra Fría” confrontó a un nivel planetario, casi cósmico, estas dos posiciones: los que están a favor del progreso social en libertad, democracia y sin apartarse del estricto marco de la constitución y las leyes; y quienes sostienen que igualdad y justicia social son incompatibles con la libertad, la democracia y el estado derecho, y pronunciarse a favor de las segundas, equivale a barrer con las primeras.
Todos conocemos -porque lo vivimos- que el desiderátum se resolvió a favor de la libertad, la democracia y el estado de derecho y que los noventas del siglo pasado se iniciaron con el colapso del comunismo y la disolución casi en silencio y sin disparar un tiro del imperio soviético que por 65 años trató de imponer una de las estafas más siniestras y atroces de la historia.
Arrase que, justamente, por dar la impresión de totalidad y ocurrir en un contexto en que no eran previsibles las réplicas, permitió que sobrevivieran retoños o bolsones que, en menos de una década, volverían a desenterrar el hacha de la guerra y retrotraer la sociedad a la barbarie que, se pensó, había quedado atrás.
El primero –en orden de aparición- fue el narcotráfico, y en especial, el derivado de la siembra, procesamiento y refinación de la hoja de coca que destila cocaína, por razones geográficas, climáticas y culturales anclado en Sudamérica, y particularmente, en Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, y que, en stricto sensu, ha sellado la política y la economía de la subregión en las últimas tres décadas.
En segundo, el fundamentalismo islámico, surgido en el Medio Oriente, a consecuencia del choque entre la modernidad y la arcaícidad que sobrevivió a la caída del Imperio Otomano y se niega a cualquier progreso hacia la libertad y la democracia en la región, deviniendo en una amenaza, tanto para la cultura musulmana, como para la civilización occidental.
Y, last, but not least, los residuos, remanentes o náufragos del socialismo radical, fanáticos que se negaron a aceptar que la utopía marxista era inviable, y, por tanto, se había pulverizado, y se dedicaron desde algunos enclaves no extintos como Cuba y Corea del Norte, a esperar a que la historia les diera otra oportunidad.
Sería largo explicar cómo narcotráfico, fundamentalismo y socialismo se han cruzado, entrecruzado, agregado, desagregado, unido y separado en las últimas dos décadas, y siempre en el entendido de que luchan por destruir la libertad, la democracia, la pluralidad y el estado de derecho, e imponer un modelo de salvajismo político, económico y social que permita el regreso a la autoridad, centro o dios único, sea caudillo, califa, partido o religión.
Con expresiones no siempre ortodoxas, fijas y dogmáticas, sino hetero, híbridas y ambiguas, como puede verse en la guerrilla de las FARC en Colombia que, de una organización política y militar que luchaba por el socialismo, devino en un cartel que trafica con cocaína, o le cobraba a los carteles de Cali, Medellín, Norte del Valle y la Goajira por la prestación de servicios de vigilancia y protección de sus operaciones.
O la revolución chavista en Venezuela, que de una propuesta socialista, nacionalista y bolivariana, derivó en una dictadura militar, totalitaria y represiva e idealmente programada para hacer alianza con sus pares suramericanos, y del Oriente Medio.
Los primeros, llegaron con sus alianzas con los gobiernos de Bolivia, del Ecuador y las FARC, y los segundos, con alianzas con los gobiernos de Irán, y Siria y exigiendo apoyo a terroristas como Hizbolá, Al Qaeda y Hamas.
De esos lodos viene, Ernesto Samper, quien, a pocos días de asumir la presidencia de Colombia, fue acusado por el Fiscal General, Alonso Valdivieso, ante la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, “de haber recibido dineros del Cartel de Cali para el financiamiento de su campaña electoral”, cargos que, posteriormente, serían ratificados, primero, por el tesorero de la campaña, Santiago Medina; y segundo, por el ministro de la Defensa, Fernando Botero Zea.
Se trata del llamado “Proceso 8000” que, si bien concluyó el 6 de julio del 96 con una absolución de Samper en la Cámara de Representantes, permitió hincar a fondo en los nombres de políticos e instituciones que venían siendo penetradas y financiadas por la narcotráfico desde los 80, y actuando, objetivamente, como sus empleados y cooperantes.
Y de esos lodos -si no iguales, muy parecidos- viene también Maduro, quien, habiendo recibido la unción del difunto presidente Chávez, fue electo a la primera magistratura el 14 de abril del 2013, y hoy ve como su segundo al mando, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, es acusado por un capitán de Corbeta, Leamsy Salazar -acogido al programa de protección de testigos de la DEA- de ser el jefe del “Cartel de los Soles”.
En otras palabras, que días tenebrosos, especialmente crueles y atroces esperan a Maduro y Cabello, pues, si bien no cuentan con el acoso de los poderes públicos venezolanos que prácticamente los secundan en sus ilicitudes, si tienen enfrente a una administración de justicia como la norteamericana, y las que, adscritas a la actual orden jurídico internacional, se les irán sumando.
Hay mucha cocaína procedente de Venezuela rodando por el mundo, de la cual, los decomisos son apenas el 10 por ciento del total, como las cinco maletas que fueron incautadas el jueves en el aeropuerto Las Américas en Santo Domingo, República Dominicana; o los 1384 kilos que fueron embarcados la tarde de 11 de septiembre del 2013 en un avión de Air France rumbo a Francia; o los 1400 de la avioneta “Bombardier Global” que el 2 de agosto del 2012 salieron del aeropuerto Arturo Michelena de Valencia, estado Carabobo, para Las Canarias; o los 1400 kilos que el 30 de agosto del 2011 salieron de La Carlota hasta arribar al Cabo San Román, en el Estado Falcón; o los 5.000 kilos que en una fecha lejana, el 1 de diciembre del 2006, se le enviaron a México, vía aérea, al jefe del cartel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”.
Y así, tanta droga enviada a África y Asía, y todo bajo la mirada complaciente, o neutral, de unas autoridades que, desde que tomaron el poder, descubrieron en las ilicitudes, no solo un método para corromper, sino también para chantajear.
Igualmente, un arma fulminante y letal en la “Guerra Asimétrica”, pues, sin disparar un tiro, ni invertir en ejércitos, con el auspicio y promoción del consumo de cocaína en Estados Unidos y las democracias occidentales, puede esperarse que la juventud, y su liderazgo político y militar, estén al poco tiempo fuera de combate.
Y un excelente negocio, mejor que el petróleo, ya que los precios (por la prohibición) nunca bajan, y transcurre al abrigo de miradas indiscretas como los ministerios de Finanzas, los Bancos Centrales y los cobradores de impuestos.
Pero todo eso si, de la otra parte, los enemigos, no están sobre alerta, y preparados para tomar la ofensiva, como puede estar sucediendo con la presencia en las oficinas de la DEA en Washington del teniente de corbeta, Leamsy Salazar, quien, puede tener la información necesaria para que Maduro y Cabello empiecen a vivir su “Proceso 8000”, pero internacional.
Coyuntura en la cual, nada más apropiado que tener a su lado, asesorándolos, dándoles ánimo, a un general trisoleado como Ernesto Samper, “el cual derrotó al imperialismo yanqui” pero no con cañones, ni aviones, ni misiles, sino permitiendo que los carteles de Cali y Medellín “blanqueran” al imperio con cientos de miles de toneladas de cocaína.
Y no fue preso, ni destituido de la presidencia de Colombia y ahora está presidiendo la UNASUR como para que los gringos entiendan que los tiempos han cambiado y sus enemigos controlan no uno, sino bloques de países.
¿Será? Porque el último año, y en especial, en los últimos meses, lo que estamos viviendo es una disolución del castrochavismo, su remisión al basurero de la historia, con el gobierno de Cuba pactando con Estados Unidos, la OEA y la CELAC desmarcándose de los narcoestados, y quien sabe si hasta la UNASUR pensando en diferenciarse y dejando a su suerte a los “al margen de la ley” que no se resignan a aceptar que sus días están contados.
Y si no, pregúntenle a Raúl Castro, Putin, Al Assad, Al Qaeda y el ISIS.