A Mara, su amor
Para Zapata la muerte era cosa seria, tanto como la vida. La vida era algo que le gustaba. No solo la suya; la vida toda: la de la gente esquelética que dibujaba para llamarnos la atención sobre sus carencias pasadas presentes y futuras, con el anhelo de que sus ranchos parlantes desaparecieran alguna vez del paisaje nacional. Amaba el color que, desde las obras de arte, nos recuerda que la vida es esencialmente buena y el hombre tiene alma, porque el color está dentro de nosotros, es algo que el mirar pone en las cosas, aunque haya personas que —sin siquiera notarlo— solo puedan ver el mundo en blanco y negro. En una conferencia le escuché decir, comentando críticamente el célebre verso de Campoamor:
Si en este mundo traidor
nada es verdad ni es mentira,
como dice Campoamor,
tampoco es verdad el color
del cristal con que se mira.
“Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. Por tanto creo que Zapata vivirá eternamente en cada obra suya, en cada caricatura, en su contribución invaluable para la construcción de la Venezuela de amor y bondad que practicó cada día. Creo firmemente en que Zapata resucitará en nuestra carne y en nuestro corazón cada vez que una caricatura suya nos conmueva y nos invite a seguir meditando en esta aventura llena de azares, aciertos y desatinos que somos los venezolanos.
Creo que los artistas no solo no mueren, sino que comienzan su auténtica vida cuando se marchan. Su obra continúa hablando por ellos y nos dice cada día nuevas cosas, porque el soplo divino del Creador habita en ellos. Por eso, como Dios, son infinitos. Zapata nos lega una de las visiones más serias y comprometidas con la Venezuela de paz, justicia y tolerancia tan largamente anhelada. Quiso ser siempre voz de los que no podían hablar ayer y hoy. Fue siempre absolutamente coherente en su compromiso. Por ello, quienes no lo son evaden la grandeza de reconocerlo, porque quedarían demasiado expuestas las inconsistencias de quien llega al poder para reproducir los males contra los cuales alguna vez luchó. No hay nada que el humorismo ponga más en evidencia que las contradicciones del alma humana. De allí su utilidad y también su peligro. Zapata nos demuestra que los mejores hombres no son aquellos que se aferran tercamente a una idea, sino los que son capaces de evolucionar en su pensamiento, en revisar siempre aquellas verdades que otrora nos parecieron definitivas.
“La poderosa obra continua” y cada uno puede aportar un nuevo verso al poema eterno de la vida. Por eso una existencia eterna es aquella cuyo paso por el mundo hace de él un mejor lugar para vivir, para sentir y amar.
Gracias, querido Zapata, por haber existido, por continuar resucitando cada día en nuestros corazones para recordarnos, que junto con Bolívar, Reverón, Simón Rodríguez, Vargas y Teresa de la Parra, también nosotros somos conductores de un país y que, más allá de nuestras contradicciones presentes y pasadas, podemos seguir creyendo que el alma venezolana es como la tuya, esencialmente buena.