A los tres años, Angélica López contribuye a romper la barrera del sonido para los niños sordos.
Nacida sin nervios auditivos funcionales, la pequeña puede percibir sonidos por primera vez y empezar a imitarlos después de ser sometida a una operación quirúrgica para implantarle un dispositivo que pasa por alto las conexiones ausentes en el oído interior.
Angélica es una de un puñado de niños en Estados Unidos que ponen a prueba un implante auditivo en el tronco encefálico, conocido como ABI por sus siglas en inglés. El dispositivo va más allá de los implantes cocleares que han permitido oír a muchos niños sordos pero que no funcionan con los infantes que carecen del nervio auditivo.
Cuando el ABI se encienda, “ella no va a oír como una niña de tres años sino como una recién nacida”, les explicó a los padres la audióloga Laurie Eisenberg de la Universidad del Sur de California (USC). La experta informó sobre la investigación el viernes en una reunión de la American Association for the Advancement of Science (Asociación Estadounidense para el Progreso de la Ciencia).
“Va a requerir mucho trabajo”, les advirtió.
Angélica lloró la primera vez que le conectaron el aparato, asustada por los sonidos, pero cinco meses después, su madre dice que la pequeña usa el lenguaje de los sordos para identificar algunos sonidos: una tos, el ladrido de un perro y está empezando a balbucear como hacen los bebés con audición normal, mientras los terapeutas le enseñan a hablar.
“Es notable oír su vocecita”, comentó Julie López, de Big Spring, Texas, que inscribió a su hija en el estudio en la USC, donde los investigadores dicen que está progresando bien.
Muchos niños nacidos sordos se benefician con los implantes cocleares, electrodos que envían impulsos al nervio auditivo, desde donde son transmitidos al cerebro y reconocidos como sonidos, pero la pequeña fracción de bebés nacidos sin nervio auditivo funcional no puede hacer esa conexión cerebral.
El ABI se propone subsanar esa falla transmitiendo la estimulación eléctrica directamente a las neuronas del tronco encefálico en sustitución del nervio ausente. La persona usa un micrófono en la oreja para detectar el sonido y un procesador lo convierte en señales eléctricas. Estas son transmitidas a un estimulador bajo la piel, que envía las señales por medio de un conducto a los electrodos implantados quirúrgicamente en el tallo encefálico.
La Administración de Alimentos y Medicinas (FDA) aprobó el dispositivo en el 2000 específicamente para adultos y adolescentes cuyos nervios auditivos hubieran sido destruidos por la cirugía para un tumor infrecuente. No restablece la audición normal, pero puede ayudar en distintos grados.
Hace una década, un cirujano italiano empezó a probar el ABI en los niños sordos, cuyos cerebros son más flexibles y pueden adaptarse mejor a este medio artificial. Ahora, impulsado por algunos éxitos en el exterior, se realiza el primer estudio en niños muy pequeños en algunos hospitales estadounidenses.
“Hay niños que no pueden ser auxiliados de ningún otro modo”, afirmó el doctor Gordon Hughes de los Institutos Nacionales de Salud, que financian el estudio de Eisenberg y los implantes cocleares demostraron que “hay un período crítico en que el cerebro es muy receptivo a la estimulación auditiva y puede desarrollar la comunicación verbal de manera sorprendentemente positiva si la estimulación empieza bien temprano”. AP