¿Cambio o transición? ¿De qué o hacia qué? ¿Del régimen que surgió de la intentona golpista del 4 de febrero, de cambios en algunas políticas públicas de este segundo gobierno del régimen chavista, de la sustitución incluso del propio gobierno porque es peor que malo y resulta imposible corregir por partes sus errores?
Estas preguntas me las ha suscitado un artículo de Fernando Mires, a quien solo leo cuando estoy de excesivo buen humor, cuyo título, “Venezuela, de La Salida al Cambio”, anticipa que su intención final es señalar el fracaso rotundo de La Salida y el éxito, también rotundo, de la propuesta del Cambio, formulada por Henrique Capriles el pasado mes de enero. No obstante, entre tanta hojarasca maniquea sobresale un fragmento que me puso a pensar: “Hay que reconocer –escribe Mires– que la actitud pública de López, Ledezma y Machado no fue abiertamente en contra de la MUD. Tampoco ninguno llamó a ejercer la violencia ni mucho menos a un golpe de Estado”.
Si leemos esta afirmación aprisa, en un primer momento podríamos pasar por alto el malévolo sentido que Mires le imprime al adverbio “abiertamente” y a esa suerte de gratuita sentencia absolutoria de los presuntos implicados. Por fortuna, la siguiente frase, “La Salida surgió al margen de la MUD”, deja al descubierto la intención final del artículo. O sea, que no compartir al pie de la letra hasta el punto más insustancial del pensamiento oficial de la MUD basta para poner en evidencia a un enemigo de la alianza y hasta de la Unidad, tal como sus dirigentes la entienden. Una visión del mundo tan simplista, unidimensional e intolerante, como afirmar que la confrontación entre La Salida y la MUD se reduce a un conflicto de personalidades y protagonismos enfrentados.
Para nadie es un secreto que la unidad interna de cualquier movimiento político es un factor imprescindible si sus líderes de veras pretenden salir airosos de sus mayores desafíos. Aspirar a que esa “unidad” de criterios solo sirva de herramienta útil para colocar a los “otros” ante una disyuntiva insostenible, lo tomas o lo dejas y ya está, es algo muy distinto y contraproducente.
Desde esta perspectiva me parece revelador el comunicado del pasado 11 de febrero, firmado por Antonio Ledezma, Leopoldo López y María Corina Machado, en el que se le propone al país un Acuerdo Nacional para la Transición. Sobre todo, cuando sus autores sostienen que el objetivo de este llamado es “hacer que la transición, es decir, el paso de un sistema superado a uno nuevo, se produzca de la mano de la mayoría de los venezolanos y nos lleve, sin retrocesos, a recuperar el espíritu y el orden democrático”. En otras palabras, que el reto a superar no consiste en corregir los errores de gestión de un mal gobierno, argumento que le concede a las elecciones parlamentarias el valor de un bálsamo cúralo-todo sin necesidad de meterse en honduras incómodas, sino en impulsar la transición de un régimen en marcha acelerada hacia la implantación de un totalitarismo a la cubana, hacia otro que se ocupe de propiciar la restauración de la democracia, con la vista no puesta en un pasado que ya no volverá, sino fija en un porvenir de esperanza y libertad.
Creo que este, y no otro, es el punto central de un debate que deben emprender con urgencia agónica Capriles, López, Machado y Ledezma, los cuatro dirigentes reales de la oposición venezolana. Para integrar estrategias y eliminar aristas y asperezas, sin interferencias sectarias. De ello depende la posibilidad de arrancar la marcha hacia una unidad superior y necesaria para cambiar de régimen. Sobre este tema volveremos el próximo lunes. Si el tiempo lo permite.