Miles de personas se reunieron el lunes en la iglesia copta de la localidad de al-Our, al sur de El Cairo, intentando comprender la suerte de sus compatriotas que pagaron un horrible precio simplemente por buscar trabajo en Libia.
Trece de los 21 egipcios decapitados por Estado Islámico eran originarios de la empobrecida al-Our. Egipto respondió a los asesinatos lanzando ataques aéreos contra blancos del grupo extremista en Libia.
Un hombre se negaba a aceptar la muerte de su hijo.
“Ay Kerollos, esta es tu fiesta de matrimonio (…) Lo siento tanto hijo mío por no haber tenido suficiente dinero para que no fueras a ese lugar”, lloraba el hombre.
De las paredes de la Iglesia de la Virgen María colgaban estandartes negros proclamando “Egipto levántate, la sangre de tus mártires te llama a vengarte”. Los familiares se desmayaban de la angustia.
Al lado de la imagen de Jesús fueron colocadas fotografías de las víctimas. No había ataúdes porque los cuerpos de las víctimas, vestidos en monos naranjas y obligados a arrodillarse en una playa para luego ser decapitados, no fueron devueltos a casa.
Jeques de al Azhar, la principal institución de enseñanza islámica de Egipto y que condenó las decapitaciones, se sumaron a la ceremonia.
Muchos no comprendían por qué hombres que simplemente querían mantener a sus familias en casa fueron asesinados por Estado Islámico, el grupo extremista que tomó el control de partes de Siria e Irak y ahora extendió sus operaciones a Libia.
“No son humanos. Son monstruos. Retenían a personas desarmadas que iban a llevar pan a sus familias”, dijo el sacerdote Tawadros, pastor de la iglesia.
Con sombrías perspectivas en casa, muchos jóvenes desesperados buscan trabajo en Libia, un país adentrándose en la anarquía donde grupos armados luchan por el control y donde decenas de sus compatriotas han sido secuestrados.
Debido a la alta tasa de desempleo en Egipto, seguramente otros hombres como las víctimas seguirán trasladándose a Libia.
Familiares hablaron de Milad Sameer Majli, de 23 años y que se encontraba en Libia desde hacía 15 días cuando fue secuestrado.
El sacerdote Sami Naseef dijo que las historias de los asesinados eran similares. Eran hombres con poca suerte y luchando para cubrir las necesidades de sus familias.
Naseef se refirió a Abanoob Atiya, de 23 años, que tenía un título técnico y solía ganar 320 libras egipcias (42 dólares), de las que entregaba la mayor parte a sus hermanos y el resto lo utilizaba en transporte.
“Después que terminó el servicio militar, decidió irse a Libia para ganar dinero para su familia”, dijo Naseef.
Nunca volvió a casa.
Reuters
Fotos AFP