«Occidente, o me elige a mí o al terrorismo.»
Muamar Gadafi, 6 de marzo de 2011
La ola de terrorismo islámico que está afectando a Europa, propone una hipótesis que muchos prefieren omitir: la anemia étnico-cultural del viejo continente, vinculada a un fuerte alejamiento de su verdadera identidad, es causa importante de tal situación.
En términos de transformación histórica, medio siglo es un lapso de tiempo muy corto; al finalizar la Segunda Guerra Mundial muere aquella Europa que, por treinta siglos, había dominado gran parte del mundo o había sabido resistir a los ataques de otras culturas antagónicas. Para estar claros: en términos de sana moral -es decir, de aquella moral que se asocia a lo natural-, sobrevivir e imponerse resulta algo que merece ser valorado.
Ninguna nación de Europa salió victoriosa de ese conflicto. No obstante, en el espejismo de crecimiento económico derivado de su reconstrucción, fue asentándose de manera indiscutible la idea de que el welfare state funcionaría -mágicamente- por siempre. Ahora, que las mejoras sociales y económicas que protagonizaron las últimas décadas han mermado notablemente, comienza a percibirse cómo se ha hecho más profunda la avanzada de poderes supranacionales, que tenían como principal objetivo la desarticulación del arraigo nacional en los diferentes países del viejo continente. La idea de unir a Europa para hacerla más fuerte, en realidad fungiría de veneno para aniquilarla.
Muchos de los organismos internacionales creados a partir del año ’45 vieron en una Europa unida la gran ventaja: poder controlar más fácilmente a un solo órgano institucional (Unión Europea), que centralizara el poder de todas sus naciones, que tener que hacerlo de manera particularizada con cada país. Por si esto no fuera suficientemente grave para la independencia y autodeterminación de cada nación que habita ese continente, los intereses particulares de cada país siguen anteponiéndose al interés común, lo que produce tensión y roce entre los países.
A modo de ejemplo, resulta irónico que Francia -quien fuera la que articuló, con el permiso y beneplácito de los EE. UU., la caída de Gadafi (principal oponente de los fundamentalistas y socio privilegiado de Italia)- se haya convertido en uno de los objetivos de los atentados yihadistas. Las razones de París para su jugada en contra de Roma, se deben a motivos de interés económico, energético y geopolítico. Italia tenía acuerdos con Trípoli, por alrededor de 40.000 millones de dólares al año, en intercambios económicos. Además, el plan de incrementar su importación de gas desde Libia, habría afectado a Francia por la disminución de exportación de energía nuclear.
Adicionalmente, el Eliseo se acerca a un objetivo geopolítico muy anhelado en las últimas décadas, que consiste en sustituir a Italia como el Estado bisagra entre “el Norte” y los países del mundo islámico.
Es éste sólo uno de los tantos ejemplos de la duplicidad e incoherencia entre la política unitaria de la UE y los intereses de cada país en particular.
Esta realidad tangible, en vez de ser atacada o criticada, debe servir como variable a la hora de analizar y comprender que la Unión Europea, lejos de ser una potencia política, es una unión forzada por factores extraños al verdadero sentimiento de la mayoría de sus habitantes. Dicha “unión” ha debilitado al continente, en relación al pasado – cuando cada país buscaba la optimización de sus intereses, de forma autónoma.
El avance del Estado Islámico hacia territorios muy cercanos geográficamente a Europa, como es el caso de Libia, representa, sin duda, una amenaza. No obstante, puede que ese tipo de peligros funja de estímulo para el resurgimiento de los valores que hicieron a Europa grande e invulnerable por tantos siglos.
En una entrevista al Journal du Dimanche, el depuesto líder libio Muamar Gadafi advirtió explícitamente a Europa sobre los riesgos de una “revolución democrática” alimentada por células durmientes de terroristas islámicos, y además sentenció: «Habrá una Yihad en frente de ustedes, en el Mediterráneo; volverán a los tiempos de Barbarroja».
Esta nueva Edad Media: «será una crisis mundial, una catástrofe que se extenderá desde Pakistán hasta África del Norte.»
¿Podrá Europa reaccionar frente a tales escenarios? ¿Seguirá adormecida entre gelatinosas morales e hipócritas políticas idealistas, que pueden conducirla hacia su muerte? O ¿serán retomados aquellos principios ancestrales de la Europa clásica, encarnados en la cultura grecorromana, para frenar y contrarrestar una nueva pretensión bárbara de invadirla?
En un futuro próximo podríamos presenciar las reacciones naturales de defensa que sólo organismos sanos poseen, basados en valores que nada tienen que ver con dogmas religiosos. Europa siempre se impuso por su arraigada predisposición cultural hacia la Libertad; es decir, que jamás en Europa pudo instaurarse poder teocrático alguno, como en el caso de Egipto con los Faraones o de Persia en la época de Darío y Jerjes.
Las hazañas de Aquiles -en Asia Menor- contra Troya, las de Milcíades y Leónidas contra los persas, las de Quinto Fabio Máximo -denominado il temporeggiatore– contra Aníbal, las de Julio César contra Vercingétorix, y las de Carlos Martel en Poitiers siempre giraron en torno a la Libertad – dentro de sus aspectos más variados (dependiendo del momento histórico de cada personaje).
No se trata de cristianismo versus islamismo; se trata de Libertad contra esclavitud y contra toda posibilidad de ser sometido.
Si se acepta que la única real existencia para el hombre es aquella en la que puede autodeterminarse, es probable que sea el extremismo islámico lo que despierte nuevamente esa esencia que hizo de Europa la cuna de la civilización occidental.
Victor Davis Hanson afirma, en su texto Matanza y cultura, que Occidente nunca pudo ser dominada por un poder que la esclavizara, porque sus ejércitos defendieron siempre la Libertad de sus pueblos.
En estos instantes, Italia está decidiendo entrar en guerra contra el ISIS, en Libia, ante las amenazas de ser bombardeada con misiles Scud de fabricación soviética.
La tesis de Davis se pondrá nuevamente a prueba. Veremos si se convalida en este nuevo episodio histórico de conflicto entre Libertad y barbarie.