Esta reflexión la impone el mismo título del artículo, aun cuando el mismo nos obliga a aclarar su significado. Entonces a que nos referimos cuándo hablamos de la política en desorden. Resulta curioso que es un fenómeno tan cercano, tan envolvente y, sin embargo, pasa desapercibido. Así sucede porque creemos que lo que ocurre en la política contemporánea es: que el aumento de las manifestaciones populistas en todo el mundo, el incremento de la posición antipolítica de amplios sectores de la sociedad, el disgusto cada vez más apasionado de los ciudadanos con relación a la vida política democrática, en fin, el malestar generalizado sobre lo que para los ciudadanos significa la política o que creen que significa, que para el caso es lo mismo. Son fenómenos pasajeros o anomias que se introducen desde el exterior de la vida política y que podría bastar una mejor ilustración para hacerlas desaparecer, la ciencia política los considera fenómenos parasitarios.
Nosotros creemos que considerar los fenómenos antes enumerados como meros accidentes, que pudieran corregirse sólo con cambiar el modo en que en las democracias viene funcionando, es sin que nos quepa la menor duda un gravísimo error que contribuye a una mayor profundización e incomprensión de los mismos, produciendo lo que estamos definiendo como un desorden en la política, lo cual tiene como consecuencia el poner en peligro la democracia. En el caso venezolano condujo al naufragio del Estado de derecho y en Europa con el triunfo populista en Grecia, la amenaza de Podemos en España, existe un peligro real para la democracia, peor aún para la propia Unión Europea –por favor, no esgriman el argumento de que España no es Venezuela, nosotros decíamos lo mismo, no somos Cuba, y hoy nos enfrentamos al autoritarismo de vocación totalitaria, a la debacle económica de las sociedades del socialismo real-.
Estos fenómenos del populismo, la antipolítica, el malestar en la vida política, son un fenómeno estructural que se instaló con la inestabilidad económica que ataca desde los años noventa a todas las sociedades por igual, desarrolladas o subdesarrolladas y que ha venido cambiando las relaciones entre los diferentes actores sociales, que se suma al surgimiento de un nuevo paradigma tecnológico –INTERNET-, que ha profundizado mucho el cambio en las relaciones sociales y el modo de producción de las formas de vida productiva y cultural respecto al periodo vivido en las cuatro décadas siguiente a la segunda postguerra.
Es un cambio muy similar al cambio estructural en la política que se produjo en los años 30 como consecuencia de la Primera Guerra mundial, y que Freud predijo en dos obras emblemáticas: Psicología de las masas y análisis del yo, de 1921 y El malestar en la Cultura, de 1929. En estos textos, el fundador del psicoanálisis retrató lo que iba a ser la política de las próximas dos décadas: el predominio de las dictaduras Nazi-fascistas. De la misma manera, Lacan en su Seminario 17 de 1969/70, El Reverso del psicoanálisis, daba cuenta del cambio que ocurre a finales de los años 60 con los eventos del mayo francés de 1968. Otro cambio estructural de la política. Con el surgimiento de nuevos movimientos sociales: el feminismo, la pérdida de influencia política de una izquierda que amparaba su acción en la lucha de clases y el cambio de signo de las luchas democráticas por una mayor apertura de la sociedad y contra el autoritarismo. Un cambio reaccionario el primero; un cambio progresista el segundo.
Hoy vivimos un cambio estructural en la política, que sufrimos en forma de un desorden inasimilable, porque es un disturbio reaccionario, antidemocrático, a lo que se suman a los ya enumerados, el terrorismo, el fundamentalismo y la penetración del narcotráfico en la política. Frente a estas nuevas representaciones de la política la respuesta de los actores políticos tradicionales: partidos, líderes, los gobiernos, han respondido en una forma muy convencional o conservadora –por no decir con un abierto desprecio de estos fenómenos tratándolos como meras anomias pasajeras, como actividad delictiva que se cura sólo con represión-, pero no se estudia con una perspectiva diferente, que es verlo como fenómenos estructurales que tienen sus causas en perspectivas teóricas totalmente distintas a las que proporcionan las actuales herramientas de las ciencias políticas universitarias. Es necesario, en nuestra opinión, cambiar el lugar desde donde se miran estas nuevas manifestaciones de la política o correr el riesgo de las sociedades de los años 30, ver surgir un nuevo brote de totalitarismo.
Resulta imposible en un artículo producir una propuesta para un nuevo enfoque de la política, pero creo que se pueden señalar algunos nuevos aportes teóricos, sobre todo los provenientes del psicoanálisis freudiano-lacaniano.
Qué nos podría aportar este enfoque. En primer lugar, que la política no se sustenta sólo en relaciones simbólicas, es decir, en discursos –discursos políticos-, sino que como ya planteó, Freud los lazos entre los seres humanos son de carácter emocional –pulsión, son libidinales-. La política convencional hoy sólo recurre casi con exclusividad a lo simbólico: discurso político, Proyecto país, programas de los partidos, programas de gobierno, mediciones de opinión, etc. Pero el afecto en la política se descarta como irracional –lo que es cierto-, lo que se afirma y refuerza con el discurso de la antipolítica, el fundamentalismo; en donde vemos revivir el nacionalismo, la etnicidad, el repudio anárquico a la autoridad, el rechazo a la ética weberiana frente al trabajo, puro afecto y sin razón. Y aquí nos encontramos con el impase más significativo de lo que hemos llamado un desorden en la política. La política capturada por el discurso tecnocrático rechaza la emoción y su contrario la ratifica, ninguna de las dos posiciones no solo no se reconocen sino que se afirman mutuamente.
Como nuestra posición es argumentar desde una abierta oposición al populismo y el fundamentalismo y demás, creo que un mal enfoque es ignorar la emoción, el afecto y su capacidad para sostener en la sociedad un discurso democrático progresista y de avanzada que pueda sostener una lucha contra el autoritarismo en la cultura actual. Dicho de otra manera, ha sido un grave error dejar que la política haya sido invadida por el discurso económico y tecnocrático, anulando el efecto de la política y su capacidad para generar lazos colectivos de ciudadanía.
Hay que volver a anudar el efecto articulador de la política vía las instituciones (lo simbólico), que proyectan las relaciones sociales hacia momentos de la cultura cada vez más democráticos y capaces de satisfacer la necesidad del sujeto, de disminuir –no de cancelar-, por efectos de sustitución (el deseo), la contradicción entre los aspectos individuales de la satisfacción (la emoción) con los fines superiores de la cultura democrática (lo simbólico).
Todo proyecto político descansa en un más allá de lo simbólico que es la emoción, el afecto. Si queremos construir un proyecto democrático que haga retroceder las fronteras del autoritarismo, tenemos que construir un discurso que sea capaz de causar emoción y reconocimiento de los ciudadanos con ese discurso (lo simbólico). Esto no es ninguna tarea titánica o imposible, basta con cambiar la óptica, más aún si tomamos en cuenta que existen en el siglo XX ejemplos extraordinarios de este tipo de relación discursiva. Winston Churchill, logró galvanizar al pueblo inglés en su lucha contra el nazismo con su célebre promesa de “sangre, sudor y lágrimas” para alcanzar la victoria contra la barbarie Nazi, por sólo poner un ejemplo.
En Venezuela, a luz de las luchas democráticas de los últimos tres lustros, está muy claro cuál es la práctica política que genera más emoción y concita el mayor afecto de los ciudadanos opuestos al régimen autoritario fundado por el “único” y hoy regentado por el madurismo-cabellismo. Esta no es otra que la política de la unidad. Tenemos un largo trecho de avance por este camino no debemos perderlo. La unidad es la política que permitirá la derrota del régimen.
Historiador Economista, Profesor Dr. Pedro Vicente Castro Guillen