Para los venezolanos, las actuaciones del presidente Nicolás Maduro reflejan una gran interrogante que se bifurca en dos sentidos: ¿ex profeso, gobierna equivocadamente o cree que sus políticas públicas son idóneas para salir de la peor crisis que vive Venezuela?
Dentro de las alternativas, solo es posible una única respuesta: se escoge la primera opción o la segunda, pero en ningún caso pueden mezclarse ambas posibilidades porque 1) deliberadamente maneja el país desde la perspectiva de profundizar el desastre o, 2) piensa que con esas acciones de tinte ideologizante puede sacar del marasmo a la nación.
Conducir un país es totalmente distinto a manejar el Metro de Caracas porque, en ese caso, el tren se opera prácticamente solo dado que se tiene una única vía libre de escollos que esquivar, la velocidad llega hasta determinado nivel y las condiciones de seguridad en la operación son altas con respecto a los riesgos. Fácil, dirían los chamos.
Pero una nación como Venezuela es otro asunto mucho más complejo que amerita, entre otras cosas, una muy buena dosis de sabiduría, diálogo, consenso, respeto a las normas del Estado consagradas en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y las leyes; y entendimiento con el otro, con aquel que se discrepa, es decir, el a, b, c de las condiciones democráticas.
Visto el período de gobierno de Maduro, ninguna de las características anteriores se han dado en su gestión, a pesar de la insistencia de las fuerzas de la oposición venezolana y de instituciones representativas Latinoamericanas y de orden mundial de que el Presidente abra un compás democrático y distinto al estilo autoritarista y avasallador que irrespeta al contrincante político, al punto de que apela al atropello y a la prisión.
Es decir, mientras el mundo globalmente marcha en el sentido de profundizar la democracia, combatir prácticas bárbaras como las ejecuciones del ISIS, respetar los derechos humanos y, entre ellos la libertad de expresión, pareciera que el mundo de Nicolás Maduro se sitúa en otra dirección, al revés como aquella fábula del El rey está desnudo (El Traje Nuevo del Emperador)..
Por casi 60 años Cuba se colocó en la otra acera y muy a pesar de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas, es decir del socialismo como sistema político, nunca quiso entrar en la órbita de las naciones donde la premisa esencial para ser admitido es el respeto al ciudadano y sus derechos.
Ahora la nación caribeña intenta entrar en el mundo global de la mano de los Estados Unidos de América, de abrirse a la globalización mediante una política de apertura pero el costo de la pérdida de esos casi 6 décadas nunca podrá borrarse de la historia cubana y, a Fidel, jamás la historia lo absolverá.
Cuba entra tarde a competir, a ganarse muy tarde un espacio en la aldea global mientras Venezuela retrocede hacia esos primeros años de la dictadura cubana cuando los barbudos expropiaron las empresas, cerraron los medios de comunicación, implantaron el régimen del terror y hasta fusilaron a sus adversarios políticos.
Venezuela bajo el mandato de Nicolás Maduro es el país de las persecuciones, de la censura a la libertad de expresión, del férreo control a las actividades económicas y del constante desafío a quienes otrora fueron los mejores países amigos como los Estados Unidos y Colombia, naciones cuyos líderes piden la liberación de los presos políticos y el respeto a las garantías constitucionales, peticiones claves y singulares pero que, en verdad, no se traducen en demandas injerencistas.
Pretender hacer creer que los Estados Unidos son el gran culpable de toda la crisis que padecemos hoy los venezolanos es intentar emular la estrategia desgastada de Fidel Castro, quien durante medio siglo le echó toda la culpa al Bloqueo norteamericano de su mala gestión.
Intentar sembrar la tesis de que las políticas públicas del gobierno nacional las boicotea la oposición venezolana es una estrategia demasiado simplista que se torna en poco creíble para quienes todos los días hacen miles de colas con el interés de comprar un paquete de pañales, unos rollos de papel sanitario, un kilo de café.
La gente quiere soluciones a los problemas más inmediatos por parte de quien ejerce el poder, el gobierno de Nicolás Maduro, y ese es el verdadero mundo real y dramático en Venezuela. El otro, de Golpes de Estado y Contragolpes; del Imperio ataca y contrataca; de la Derecha Facista y todos esos adjetivos de la verborrea presidencial, ese otro mundo solo existe en la imaginación de los cineastas, en la fantasía y en el delirio. Es un mundo al revés.