Comienzo por decirle, con respeto, que en esta misiva no le llamaré Presidente, aunque no por las razones que usted cree. No le daré ese trato porque la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela nos limita a todos a darnos, de manera oficial, el trato de “ciudadanos”, lo cual está previsto, además, en el artículo de la misma que nos recuerda que ante la ley todos somos iguales; pero también porque estas líneas no están dirigidas a su cargo, sino a la persona, al ciudadano, que lo ejerce. Espero entonces que le quede claro que al igualarme con usted no le irrespeto, no estoy “conspirando”, no soy un “terrorista” ni estoy “llamando a un golpe de Estado”. Créame, si jamás seguí a su mentor, por haberse alzado en armas contra la institucionalidad y por intentar dos veces además sendos golpes de Estado, también rechazo y estaré en desacuerdo siempre con cualquier otro, sea quien sea, que opte por la violencia para imponer sus ideales, cualesquiera que estos sean. Solo guardo palabras en mi arsenal, Nicolás.
Esta semana la violencia nos cobró cuotas demasiado altas. Impactó mucho la muerte de Kluiverth Roa, allá en el Táchira, pero no es esa la única expresión grave de violencia reciente que ha tenido lugar contra manifestantes. Esa noche no dormí bien, y eso trajo a mi memoria esas otras y tantas noches en las que hechos similares de estos últimos lustros, tan graves como el vil asesinato de Roa, tampoco me dejaron descansar. Usted, que nos ha investigado, sabe que yo soy padre, y aquella madrugada me pregunté si usted, como yo y como millones de padres y madres en toda la Nación, se ha despertado alguna vez desde una pesadilla de muerte para correr al cuarto de sus hijos solo para ver si estaban bien, durmiendo en paz, sanos y salvos. Me pregunté si alguna vez usted o su señora han sentido esa misma angustia y si pueden comprender, aun sin haberlos vivido, el horror y el dolor de un padre o de una madre que despiden a un hijo antes de tiempo, sobre todo cuando son el hampa o la violencia política las que se lo llevan. Esas heridas no se curan Nicolás y nada, absolutamente nada, las justifica.
Cada vez que pasa algo así, usted y sus subordinados salen de inmediato, sin siquiera dejar que las investigaciones sigan su curso sin interferencias ni presiones, a contar a voz en cuello, buscando imponerla, su versión de los hechos. Eso, para usted y para el país, es doblemente negativo. En primer término, es negativo porque se ve y se interpreta como una clara maniobra para dirigir el curso de las investigaciones, para orientar sus resultados hacia dónde usted quiere, que no hacia la verdad, caiga quien caiga, que es lo que a todos nos interesa. En segundo lugar, es malo porque usted se revela como ajeno a cualquier límite o al respeto que le debe a la institucionalidad de la que usted también es parte.
Nuestra Carta Magna, hija directa del proyecto político que usted representa, consagra la separación de poderes, y en ningún lugar dice que usted puede formular juicios jurídicos y adelantados sobre situaciones cuyo conocimiento corresponde, de manera exclusiva y excluyente, a la administración de justicia.
¿Ve usted? Pregona que en Venezuela existe una institucionalidad sólida, garante de los principios y valores establecidos en nuestra Constitución, dice que acá hay separación de poderes y que la administración de justicia es objetiva e imparcial, pero sus hechos y sus palabras demuestran lo contrario. Pide respeto a las instituciones, especialmente a la Presidencia de la República, pero usted mismo las desconoce. En esta jugada, primero pierden el pueblo y el país, pero también, y me asombra mucho que sus asesores no se lo digan, también pierde usted, y mucho.
No sé quién le dice cómo enfrentar situaciones como esta. No sé quién le aconseja ni si su manera es de su propia hechura, pero le recomiendo con todo respeto revisar su hacer y su discurso y las capacidades e intenciones de los que le rodean. Si en mis manos estuviera, le invitaría a apartarse especialmente de los adulantes, pues le han dejado muy mal parado. Le doy una pista: Los que tienen buenas intenciones y sí saben de qué hablan, a veces le dirán lo que usted no quiere escuchar, e incluso le aconsejarán apartarse de su personal postura para buscar con los opuestos la paz, que no la confrontación; los otros, los que se mueven por propio interés y no tienen la capacidad ni el conocimiento que se requieren para sacar adelante a la Nación, siempre adaptarán su conseja a lo que le a usted mejor le acomode. De esos, desconfíe siempre.
Pero usted aún puede decidir cómo quiere ser recordado. No caiga en la trampa de Chávez, que creyó hasta el final que todo es eterno y que solo prestaba oídos a quien le complacía. Todavía puede decidir si pasa a la historia como el hombre que al ver sus errores al menos intentó rectificar, o como esos otros que el pueblo no absuelve jamás.
Hágalo Nicolás, cambie. Salga del discurso obtuso que nada soluciona y ordene de inmediato el cese de la muerte, de la violencia y de la persecución política. Promueva sin demora una ley de amnistía general que haga cesar las más de 2000 causas penales abiertas desde el año pasado contra los que, en su casi absoluta mayoría, son jóvenes cuyo único pecado ha sido el de querer una Venezuela distinta, y libere también de inmediato a todos los presos políticos.
Incluso si piensa que en algunos casos alguien ha incurrido, al protestar contra su gobierno, en algún exceso, yo le puedo decir con conocimiento de causa que han sido pocos, muy pocos, pero para ellos también pido un trato justo. Amigos que fueron suyos y míos durante nuestros años mozos (Venezuela es un pañuelo, Nicolás) cuentan que cuando usted militaba en las “Brigadas de Agitación” del PRV/Ruptura, también quemó cauchos y autobuses, y que hasta recibía con piedras y Molotov a la PM cuando era usted el que protestaba contra el gobierno. Usted, más que muchos, debería estar en capacidad de ponerse en los zapatos de los que ahora, desde su poder, persigue.
Escuche, acepte, pondere otras opciones, ábrase a ese otro país y a las otras verdades que según usted no existen. Esa es la vía directa a la paz que todos anhelamos.
La decisión, Nicolás, es suya.
Por Gonzalo Himiob Santomé
@HimiobSantome