“Después del accidente lo perdimos todo, nos tuvimos que ir de nuestro precioso pueblo. Ahí empezó nuestra vida de refugiados. Ha sido una época de mucho sufrimiento. Todavía no sabemos cuándo podremos volver a nuestras casas”, comenta a la agencia EFE, Muneo Kanno, un granjero de Iitate, cuya familia se encuentra actualmente dispersa en distintas localidades de la región, publica ActualidadRT.
La calma de este pueblo sin habitantes solo se altera por las grúas, excavadoras y grandes camiones implicados en las labores de descontaminación del terreno.
Cientos de miles de bolsas negras llenas de residuos contaminados se amontonan por todo el pueblo. La fantasmagórica imagen recuerda que el que fuera hasta hace poco un terreno fértil, sigue enfermo.