A finales de noviembre de 2014 el país se convulsionó cuando el dólar paralelo sobrepasó la barrera de los Bs.100/$. Muchos sacaron la cuenta correcta de que haber llegado a ese nivel significaba que nuestro billete de mayor valor (Bs. 100), era igual al de menor denominación de USA ($1). De hecho, tomando en cuenta el salario mínimo aún vigente en ese momento, éste se ubicaba en el orden de los 30 dólares mensuales, lo cual significaba que los venezolanos que devengaban un salario de ese nivel subsistían con apenas $1 diario, que a su vez los ubicaba en el umbral de la pobreza extrema según los criterios de la ONU. Inmediatamente el Gobierno aumentó el salario mínimo a Bs. 4.889,11 a partir del 01 de diciembre para paliar la situación ante semejante deterioro económico, pero el dólar paralelo siguió su camino, y el año cerró amenazando con tocar los Bs. 200. Semanas más tarde, cuando finalmente los alcanzó, nuestro billete más valioso pasó entonces a ser la mitad del menos valioso de USA, y el salario mínimo se ubicaba en apenas $24,44, con lo cual quienes de eso viven pasaron a estar ya metidos de cabeza en la pobreza extrema. Nuevamente el Gobierno aumentó el salario mínimo a Bs. 5.622,47 a partir del 01 de febrero de 2015, intentando otra vez contener la desesperación de nuestra clase trabajadora. Pero ni eso, ni el nuevo esquema cambiario anunciado ese mes, lograron frenar la caída indetenible del valor de nuestra moneda, la cual se ha llegado a cotizar en más de Bs. 280/$ en días recientes, significando esto que el salario mínimo se encontraría ahora en unos $20 dólares mensuales, es decir, sólo a la par de la miseria de Cuba en el continente.
Lo anterior significa en pocas palabras que los venezolanos hemos sufrido en los últimos meses el proceso de empobrecimiento más rápido, masivo y brutal de toda nuestra historia, y que cada vez que el gobierno se jacta de decir que ha aumentado el salario decenas de veces en la última década y media, lo único que está haciendo es reconocer la pérdida sistemática del poder adquisitivo del bolívar. Si los precios no aumentaran como aumentan en esta economía enferma que padece la inflación más alta del mundo (aún con cifras oficiales maquilladas), no haría falta aumentar los sueldos compulsivamente cada tres o cuatro meses. Así de sencillo es.
Dicho esto, recordemos también que cuando Hugo Chávez tomó el poder el 02 de febrero de 1999, el tipo de cambio estaba exactamente en Bs. 573,88/$ (fuente: www.monedasdevenezuela.net) y que luego se le quitaron tres ceros a la moneda, por lo que Bs. 280 de hoy, son en realidad Bs. 280.000 de los de antes en términos nominales. Es decir, hay que dividir 280 entre 0,573 o 280.000 entre 573 para saber cuánto se ha devaluado en realidad nuestra moneda. Pues bien, agárrese duro amigo lector: el bolívar ha perdido su valor frente al dólar 488 veces desde el 02 de febrero de 1999 hasta el sol de hoy. Es decir, la devaluación de nuestra moneda es de 48.800%. Simplemente doloroso y hasta difícil de asimilar.
Estamos claros en que todas estas cuentas están hechas sobre la base del dólar paralelo, el cual ciertamente responde a coyunturas especulativas y otros factores que lo contaminan, por lo que son relativas, pero también es cierto que, independientemente de que el Gobierno no lo acepte como un referente, el dólar paralelo es el único que los venezolanos pueden adquirir de manera rápida y fácil. De hecho, el dólar a Bs. 6,30 es sólo para mantener un discurso y para que unos pocos hagan negocio, el de la tasa SICAD sólo se puede adquirir cuando se viaja o se usa el cupo electrónico, lo cual es cada vez más difícil, y el SIMADI, que se suponía vendría a resolver los problemas y a “pulverizar” el dólar paralelo, no funciona porque el Gobierno no inyecta divisas a la oferta y pretende que sean los particulares quienes cubran la demanda. Es decir, es válido sacar cuentas a dólar paralelo porque simplemente es el que se consigue. Y en dado caso, si a la tasa SIMADI vamos (Bs.177/$), la devaluación sería de más de 30.000%, lo cual no es ningún consuelo. Nuestra moneda cada vez vale menos y con nuestros salarios cada vez se compra menos, aunque éstos aumenten en montos brutos.
Dicho esto reiteramos una vez más que el Gobierno no asoma ninguna señal de rectificación, a pesar de la claridad en el fracaso e inviabilidad del modelo económico. No asume, ni lo hará, que para salir de este hueco y enrumbar al país hacia la prosperidad debe devolverle la autonomía al Banco Central y acabar con la práctica de emisión de dinero inorgánico, desmontar los controles, respetar el derecho de propiedad, impulsar la libre empresa y abrir el país a la inversión privada y la competitividad, sin que el Gobierno pierda por ello su capacidad de regular ciertas cosas y supervisar el proceso de desarrollo con buen criterio. De hecho, el gobierno luce aferrado a la supuesta “guerra económica” como excusa y justificación de su errada política económica que piensa mantener aunque la gente muera de hambre por la inflación y la escasez, las cuales se alimentan además mutuamente.
Desde esta tribuna reiteramos que no habrá cambio de modelo económico sin cambio de gobierno, por lo que insistimos en que es válido seguir trabajando en ello en el marco de la Constitución, a la par que atendemos el escenario de las elecciones parlamentarias, a las cuales debemos concurrir unidos y con ánimo de victoria. Pero no es perder el tiempo mantener la protesta de calle y presionar al Gobierno exigiendo la renuncia de un Presidente que simplemente ha arruinado al país. Ojalá para ello también hubiese Unidad.
*Diputado al Consejo Legislativo de Miranda y directivo del CPFC
[email protected] @CiprianoHeredia