Vladimiro Mujica: La verdadera transición

Vladimiro Mujica: La verdadera transición

La brutal y cínica declaración del embajador de Venezuela ante la OEA, Roy Chaderton, expresándose con despreciable sorna del sonido hueco que emitiría el estallido del cráneo de un escuálido frente al impacto de una bala, sirve de indicador, hay muchos otros, acerca del creciente encono del conflicto venezolano. Crece la preocupación en medios internacionales acerca del altísimo riesgo de que la gravísima crisis de nuestro país desemboque en una fractura definitiva del orden constitucional o, quizás peor, en un escenario de violencia y caos incontrolado.

Por supuesto que sigue siendo un ejercicio importante el continuar analizando el cómo y el porqué se llegó a este lamentable estado de cosas. Pero más allá de seguir insistiendo en una ruta de análisis sobre la característica central del chavismo como un proyecto de poder, y su responsabilidad indiscutible en haber provocado la ruinosa situación económica y social del país y una situación de violencia endémica tanto de origen criminal como políticamente motivada, está la pregunta ¿Qué se puede hacer para impedir que las cosas lleguen hasta una situación de violencia abierta entre venezolanos? La pregunta no es académica ni ociosa. Muchos de quienes insisten en que la única salida al conflicto venezolano es una suerte de revuelta popular indefinida, de “pueblo arrecho en las calles”, eventualmente apoyada por sectores de las fuerzas armadas, no incluyen entre sus elementos de discusión el hecho importantísimo de que el régimen autoritario que desgobierna a Venezuela tiene, por una variedad compleja de razones, un importante apoyo popular. Disminuido, si, pero lejos de ser inexistente. Esta es la razón última por la cual es difícil de calificar como una dictadura al populismo autoritario y destructor de instituciones que se instaló en Miraflores desde los tiempos de Chávez. En las dictaduras tradicionales latinoamericanas, se trataba de un gobierno militar o militar-cívico enfrentado al pueblo. En el caso de Venezuela se da la difícil circunstancia de que el autoritarismo y el abuso se ejercen con sustancial respaldo popular. Esta ocurrencia también determina que en una situación de violencia se enfrentaría un “pueblo arrecho azul” contra otro “pueblo arrecho rojo” con resultados catastróficos para Venezuela. Una tragedia de dimensiones históricas que traería muerte y destrucción en una escala que ni siquiera alcanzamos a imaginar.

Es entonces indispensable, y urgente, reflexionar sobre cuales son las opciones de juego político que le quedan a la resistencia democrática opuesta al proyecto autoritario de la oligarquía chavista. El documento suscrito por Antonio Ledezma, Leopoldo López y María Corina Machado sobre la transición, cuya redacción y divulgación están perfectamente enmarcados en el ordenamiento jurídico y constitucional venezolano, abre una discusión muy importante sobre los pasos a seguir en una eventualidad, la transición, que todavía no se ha producido. Esta característica, la de no contemplar de modo explícito que en medio de una situación extremadamente conflictiva como la venezolana, la transición no puede ocurrir sino a través de un acuerdo entre las partes enfrentadas, es una carencia importante en un manifiesto que toca un problema esencial para el país. La historiadora Margarita López Maya, otrora ardiente defensora del proyecto chavista y ahora uno de sus más claros críticos, es probablemente quien ha expresado de manera más precisa el desiderátum político de esta encrucijada histórica: no hay salida a este conflicto sin participación de al menos parte del chavismo.

A toda esta discusión se le añaden otros elementos que han sido destacados en recientes estudios de opinión. Por un lado, el apoyo popular al gobierno de Maduro está muy disminuido. Maduro no es Chávez y mucha gente común lo considera incompetente para el cargo que ocupa. Otro sector del chavismo lo objeta porque considera, palabra más, palabra menos, que compromete, cuando no se usa el término más fuerte, traiciona, el proyecto fundacional del comandante. Por último, y quizás más importante para el tema que nos ocupa, se ha ido despejando un robusto tercio de la población venezolana que expresa idéntica desconfianza tanto hacia el gobierno como hacia la oposición.

Así las cosas cabe preguntarse: ¿A cuál sector del chavismo se podría estar refiriendo Margarita López Maya? ¿Será por casualidad el mismo sector que podría estar detrás de propiciar un intento de alzamiento militar de “izquierda”, como lo sugirió crípticamente el ex–presidente uruguayo Pepe Mujica en una declaraciones recientes? No tengo respuesta para ninguna de estas dos preguntas, pero pienso que la amenaza de un conflicto civil entre venezolanos puede inesperadamente abrir la puerta para que se produzca un diálogo de enorme importancia entre quienes se sienten identificados con el proyecto original de Chávez y parte del liderazgo del movimiento de resistencia ciudadana. Ello llevaría a discutir los mismos temas fundamentales que están en el documento sobre la transición suscrito por Ledezma, López y Machado, con un grupo de actores del otro lado que permitan hacer creíble el escenario de transición. A una iniciativa de esta naturaleza probablemente se le sumarían otros actores de la política venezolana que se sienten excluidos del espacio de la MUD.

Muchos elementos condicionan la viabilidad política de un acercamiento como el que describo. Por un lado es indispensable que se continúe avanzando en el escenario electoral, el único realmente abierto para dirimir el conflicto en Venezuela sin llegar a la violencia abierta. En otra dirección, es indispensable que se despeje un sector del chavismo con influencia real y con vocación de diferenciarse del esquema de destrucción del país que dirige la Troika Maduro-Cabello-Arreaza. Esto último es especialmente difícil en una situación de control como la que se ejerce al interior del chavismo, pero la gravedad de la crisis puede terminar por facilitarlo. Por último, si en algo puede ayudar la mediación internacional, especialmente de los gobiernos latinoamericanos y de organismos como la OEA, Mercosur y Unasur, es en propiciar un espacio de apertura que lleve a la liberación de los precios políticos y a la realización de elecciones transparentes.

Una reflexión como la que apunto está por supuesto sujeta a los ataques inclementes de quienes sienten como un profundo acto de traición cualquier iniciativa de acercamiento con sectores del chavismo. La verdad del asunto es que es necesario ser capaces de pensar con libertad, la misma libertad que sentimos amenazada por el chavismo autoritario, sobre esto y cualquier cosa sin temor a ser tildados de traidores o algo peor. Quizás la convergencia entre dos mitades aparentemente irreconciliables del país hacia la Venezuela posible sea el único legado valioso de este proceso de turbulencia y crecimiento de nuestra responsabilidad como ciudadanos comprometidos con la democracia. Esa sería la verdadera e inesperada transición. La alternativa es demasiado horrenda para ser contemplada, ni siquiera por oposición a la frase narcisista e infame de nuestro inefable embajador.

Vladimiro Mujica

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