Gastar 178.633 dólares en un remitido escrito en inglés… ¿es algo eficiente? ¿Es audaz? ¿Es un acto valeroso? ¿Es muy revolucionario? ¿Es acaso ético? En un país donde han fallecido ciudadanos esperando turno frente a un quirófano, donde la falta de medicinas puede ser un problema de mortalidad, luce frívolo usar el dinero público en una carta a los ciudadanos de una república extranjera. Políticamente parece, incluso, un signo de debilidad. Si Maduro fuera un líder y tuviera cosas qué decir, sus argumentos serían noticias. No tendría que pagar para que lo leyeran.
Pero el gobierno necesita mantener encendido el conflicto externo, la pelea con el imperio. Por eso también lanzó esta semana el nuevo espectáculo de la recolección de firmas. Es un show tan desesperado que tiene su propio “Comando Nacional por la derogatoria del decreto”. Son tan obvios que dan vergüenza. Ya no hallan cómo estrujar más la sentencia. Casi parece que secretamente desean un bloqueo. En el fondo, para Maduro y su combo el decreto es casi un milagro. La guerra es el oxígeno de la revolución.
¿Cuánto costó la maniobra militar del fin de semana pasado? ¿Cuánto le cuesta al país el teatro de combate? Esta semana, en otra de sus fugaces resurrecciones, Fidel Castro afirmó que Venezuela tiene “el ejército mejor equipado de América Latina”. Para él se trata de un logro, por supuesto. Pero, en el fondo, para el país es un gran fracaso. Después de 16 años de supuesta revolución, no tenemos los hospitales más equipados del continente. Ni las mejores cifras económicas. Ni el sistema de justicia con menos impunidad. El récord del chavismo son los uniformes y las armas.
Y la corrupción, por supuesto. Ese es el tema que no toca el gobierno. Es descarada la forma como los medios oficiales han omitido las noticias sobre el blanqueo de dinero. Los supuestos paladines de la ética periodística practican un asqueroso silencio ante las denuncias de corrupción oficial. No hay información sobre los escándalos bancarios en Andorra, República Dominicana o Suiza. Son miles de millones de dólares que el gobierno no quiere que veamos. La revolución es una fábrica clandestina de millonarios. Es mejor hablar de la invasión gringa que de la corrupción bolivariana.
Todo forma parte de un mismo guion, empeñado en justificar el ejercicio de la fuerza. También el comentario de Roy Chaderton. En un país donde hay tuiteros encarcelados, acusados de conspiración, la declaración de Chaderton en televisión resulta particularmente perversa. No es un guiño de humor negro. El embajador del país ante la OEA hizo algo fatal e inadmisible: legitimó una forma de violencia. La conclusión que se saca de sus palabras es brutal. Al final, una bala en la cabeza de un opositor no hace mucho daño, no destruye nada.
El libreto de la guerra le conviene al gobierno. La inflación es más peligrosa que el decreto de Obama. Lo saben pero no quieren enfrentarla. No quieren asumir las consecuencias de su propia historia. Por eso prefieren las maniobras militares a la política. Por eso acuden a otra ley habilitante. Porque necesitan instalar formas de autoritarismo preventivo. Porque le tienen pavor a la democracia. Porque prefieren enfrentar las guerras fantasmas que investigar y detener las empresas fantasmas. Porque no saben cómo manejar la crisis económica, cómo esconder la realidad. Porque ahora es mucho más fácil hacerle la oposición a Obama que gobernar el país.