Jadis tiene el cuerpo en Riohacha, pero el alma a 641 kilómetros de distancia. Jadis no tiene trabajo, no tiene claro su futuro. Jadis es guajiro y aunque está aferrado a una esperanza que se diluye con el paso de los días, abriga muy en el fondo poder reunirse de nuevo con su esposa y su hijo. Los dos están en Caracas, Venezuela, solos los dos, allá bien lejos…
Por José Fernando Serna Osorio / elcolombiano.com
El calvario para Jadis Sánchez se inició hace cerca de tres meses cuando, una noche cualquiera de febrero, se bajaba del metro de la capital venezolana en el barrio Las Adjuntas, un poblado popular dentro de la urbe bolivariana. Sin mediar palabra, agentes de la Guardia Venezolana increparon al colombiano, lo requisaron, le pidieron los papeles y de ahí para adelante la historia se complicó.
“Yo dije que tenía pasaporte, pero que no lo tenía sellado y ellos me dijeron que iba a ser deportado”, narró recordando aquel momento.
Este hombre, de 35 años, de inmediato sintió miedo. Él mismo relata con voz de desespero que su corazón se paralizó por un momento, esperando que solo fuera un trámite pasajero. No fue así, no pudo llegar a su casa donde lo esperaba su esposa e hijo.
“Soy un desplazado más. Me deportaron por falta de documentos. Igual no lo deberían deportar a uno así como a un perro”, comentó con rabia. Sus últimos nueve años de vida se los había pasado trabajando incansablemente en territorio venezolano buscando su futuro. Partió de tierras colombianas dejando atrás su familia, pero ahora el destino lo había enfrentado con esta dura situación. La vida se le deshizo en dos días que duró el amargo y largo camino de regreso a casa, deportado y dejando otra vez a seres queridos en el camino.
Y es que para este hombre que se dedicaba a comercializar ropa en Venezuela, son muchas cosas las que se quedaron allá, atrapadas en medio de la crisis que vive el país vecino. Una casa que construyó con una liquidación de un antiguo trabajo, enseres y lo más importante, su mujer y su niño de siete años. “Mi esposa está trabajando porque al niño no lo podíamos sacar de repente de estudiar, porque el perjudicado iba a ser él”, comentó.
El camino verde
“La única forma de volver es ilegal”. A Jadis el desespero le está aprisionando la mente.Las promesas incumplidas del gobierno colombiano, que solo lo socorrió con el pasaje de vuelta para donde su madre en La Guajira, suman a la hora de pensar en su futuro. Por momentos, al mejor estilo de sus ancestros, quisiera coger el monte, pero no para trabajarlo y buscar su sustento, sino para ir en busca de su familia.
“El pasaporte me lo dañaron, le pusieron un sello en migración colombiana en la que dice que no podemos entrar en dos años”. Eso le impedirá en un lapso de 730 días no ver a su familia y le arruga el corazón.
En 2006 emprendió un viaje nómada, sorteando peligros en las selvas venezolanas para llegar a ese país y buscar una forma de ganarse la vida. Sabía que era ilegal, pero la falta de oportunidades en su tierra lo obligaron a tomar la decisión, esa misma que hoy le da vueltas de nuevo en su cabeza. “Me fui como coyote por los caminos verdes a buscar empleo, porque acá la situación en la costa era y sigue siendo ruda (complicada)”.
“En estos momentos no estoy haciendo nada, estoy desempleado, ahora mismo no me han solucionado nada. Estoy en casa de mi mamá y sin saber que hacer”, relató conmovido.
No tiene plata. Solo se puede comunicar con su esposa e hijo de vez en cuando. A ella, también colombiana, la conoció en medio de sus jornadas de trabajo en el vecino país, producto de la relación nació el pequeño que tiene nacionalidad venezolana y que hoy se encuentra lejos de su padre.
La realidad de Venezuela
Aunque la crisis en Venezuela se agudiza con el paso de los días y pese al desabastecimiento de productos de la canasta básica, Jadis y su familia sobrevivían con las ganancias que obtenía de su actividad como comerciante.
Él recibía muestras de pantalones y camisas de un proveedor de origen turco, las enseñaba y comercializaba. Era un buen trabajo que le permitía ganar bien. “Yo trabajaba y ganaba diario. En una semana me podía ganar entre 6 y 7 mil bolívares (cerca de 63.500 pesos colombianos)”, explicó.
La mano de obra colombiana, al igual que en otros países, es muy valorada en el país que está bajo las riendas del presidente Nicolás Maduro. “Para conseguir la comida y los productos necesarios toca hacer cola. Uno como colombiano no puede ir a comprar en estos lugares donde va mucha gente porque le toca mostrar el documento. Nosotros no podemos hacer eso, porque nosotros no tenemos el pasaporte al día y eso lo registra el sistema”, comentó.
La situación, mientras estuvo allá, era difícil, pero sostenible. No tenía agua: la compraban en tanques pequeños que eran vendidos por un hombre del barrio. La energía: no la pagaban y la conexión llegada desde una línea directa que no era regulada por un contador.
En La Guajira pasa sus días a la espera de resolver la situación de su familia. No sabe si enfrentarse de nuevo a un viaje lleno de incertidumbres por todo lo que tendría que sortear. Su madre lo conmueve para que se quede, pero su esposa e hijo lo atraen, el Gobierno no se ha vuelto a comunicar con él sigue ahí, engrosando la lista de más de 1.070 colombianos (hasta marzo) que fueron deportados por el gobierno de Nicolás Maduro.
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