Sin lugar a dudas el usurpador busca a todo trance imitar al difunto. La repetición de ciertas frases, los gestos y hasta los arrebatos de furor son un mal remedo. Desde luego es sabido que segundas partes nunca fueron buenas; y en materia política no se conoce de un sucesor exitoso que no haya pasado por el trauma de romper con el que le precedió. Quizá el caso más patético de una ruptura política con el predecesor lo estamos viviendo en este momento entre los hermanos Castro.
No ocurre así con el usurpador. A pesar de su inopia intelectual casi absoluta en todos los terrenos, un cierto instinto de conservación le impide escupir para arriba. Me atrevo a vaticinar que esa ruptura no llegará jamás; y no porque el usurpador no quiera desprenderse del yugo que significa estar sometido a la voluntad de otro, sino porque no le alcanzará el tiempo.
El legado del difunto no es propiamente tal. Consiste en la destrucción del aparato productivo, de la infraestructura vial, del sistema eléctrico y sobretodo de PDVSA y las empresas de Guayana, un pasivo enorme que se refleja en la pulverización del valor de la moneda, una enorme deuda externa, la inflación galopante y la imposibilidad de hacerle frente si no se abandona el modelo económico que produjo el descalabro; pero al cual se amarra el usurpador bajo la consigna “profundizar la revolución”, que es como decir, carezco de planes y de ideas y me confío a lo que Chávez planeó.
Por supuesto, todo el mundo ve el enorme abismo al cual se encamina, menos él y el grupo de los medradores del erario público cada vez más reducido por las deserciones, que anuncia inexorablemente que se le agotó el tiempo al socialismo del siglo XXI, pero el usurpador fija su atención no en lo que ocurre en la economía, quizá hasta porque oyendo al difunto se convenció de la existencia de “una guerra económica”, sino en las voces que se levantan por todas partes pidiendo la libertad de los presos políticos y contra ellas se lanza en forma soez.
Hace ya varios años Manuel Caballero al referirse al lenguaje escatológico de Chávez lo calificó de “lenguaje de portero de burdel”. Es este un caso curioso en el cual la segunda parte es mejor que la primera. Es lo único en que el usurpador lo ha superado, lo aprendió a plenitud y lo practica creyendo que su uso lo identifica con el pueblo, demostrando así el enorme desprecio que siente por él.