Por unos cien años Venezuela ha sido un petroestado. Desde que el pozo Zumaque 1 comenzó a producir dejamos de ser una nación agrícola para convertirnos en una nación minera. La legislación minera venezolana, heredera de las leyes monárquicas españolas, le dio al Estado la propiedad de los yacimientos petroleros. Digo al estado y no a la Nación, de la misma manera que en España el usufructo de las minas no era de la nación sino del monarca. El Estado es el monarca de nuestros tiempos. Con el tiempo, en Venezuela el Estado se fue haciendo indistinguible del gobierno y, a su vez, el gobierno indistinguible del presidente.
De manera que por muchos años, especialmente en los últimos 16 años, la riqueza petrolera ha sido manejada a la casi total discreción del hombre que se sienta en Miraflores y en los últimos meses, por el hombre que sigue las órdenes de Ciliaflores.
Ese manejo, ya lo sabemos, ha sido desastroso por dos razones: (1), por la ineficiencia y, (2), por la corrupción. Uno solo de esos dos ingredientes hubiera sido fatal pero la combinación de los dos ha arruinado al país. Ya la gente del régimen no tiene credenciales sino prontuarios. Unos 500 burócratas ladronazos e ignorantes han colocado a Venezuela entre los diez países más atrasados del mundo, según los índices independientes internacionales sobre corrupción, falta de competitividad, mortalidad por causas violentas, inflación, ausencia de estado de derecho y escasa credibilidad como resultado de la baja calidad moral de sus representantes y embajadores.
Hace unos años, con una industria petrolera en camino a la quiebra, el gobierno comenzó a buscar otras fuentes de ingreso y, además de venderse a los Chinos, comenzó a transformarse progresivamente en un narcoestado. No se puede llamar narcoestado a un país donde haya problemas de drogas pero luche en su contra. Un narcoestado es un país en el cual el Estado mismo está involucrado en el tráfico de drogas. Lo que ya se conoce sobre la relación del régimen con las FARC, sobre la participación de militares de alta y mediana graduación en el narcotráfico y las recientes acusaciones sobre la participación en estas actividades del segundo o primer burócrata más poderoso del país, llevan a la terrible conclusión de que Venezuela es ya un narcoestado.
Y un narcoestado es una amenaza contra toda la región. La defensa que del narcoestado venezolano hace el secretario general de UNASUR, Ernesto Samper, es lógica, por aquello de las afinidades. El narcoestado/petroestado utiliza el dinero obtenido por estas vías para comprar conciencias que no aguantan un maletinazo de un millón de dólares. Desde Argentina, pasando por Uruguay, Bolivia, Ecuador, la Honduras de Zelaya, el Paraguay de Lugo, los maletines se repartieron con gran eficiencia para comprar lealtades, aunque duraran poco. Todavía hoy en día Maduro se prepara para recibir un premio de la FAO por “haber vencido el desabastecimiento alimenticio”, de manos de un representante en Venezuela que es casi miembro del gabinete, dada su melosidad y lenguaje de campesinos y campesinas, típico de la ignorancia chavista.
Los venezolanos hemos permitido que en el país se instale un estado forajido y todavía hay quienes piden diálogo, conciliación, co-existencia pacífica y amor compartido con la pandilla que maneja el poder.
Pero ya es evidente que esto no se arregla por las buenas, si es que la nación desea recuperar su dignidad.