No son pocos los que se han inquietado en los últimos tiempos por el papel preponderante que está asumiendo China en el mundo y particularmente en nuestro hemisferio. Océanos de tinta se han vertido en el análisis de este asunto de no poca relevancia. Como ocurre siempre, están los radicales anti-chinos, que proponen parar o contrarrestar tal auge, y los moderados que piensan que se abre una oportunidad para que ese país se incorpore al concierto mundial como una potencia que contribuya con el bienestar de las naciones y la paz.
Libros y artículos pueden encontrarse en todos los idiomas que pretenden explicar tal apogeo y las repercusiones que trae para todos la presencia arrolladora y turbadora de los chinos en el campo de los negocios internacionales y también de la geopolítica.
Las cifras en ascenso del volumen de comercio e inversiones chinas en el planeta bastan para justificar tal preocupación.
Para algunos, constituye una amenaza, y para otros, una oportunidad de negocios, o, incluso, un eventual alivio para necesidades urgentes de dinero fresco. No hay que olvidar que ese país cuenta en sus arcas públicas unas reservas internacionales de alrededor de 4 billones de dólares, suficientes para emprender cómodamente cualquier aventura financiera a lo largo y ancho del orbe, y hasta comprar voluntades.
China, como es del dominio púbico, ha estado recorriendo el mundo comprando, vendiendo e invirtiendo desde Pakistán, pasando por los países del este africano, y aterrizando en Brasil, Chile y más allá. Y hoy, en el entorno asiático, enfrenta una competencia por la hegemonía económica con EEUU.
Con lo que algunos llaman China’s Big Money Diplomacy este país ha logrado desafiar sobre todo a la potencia más grande y va en camino de convertirse en un super-poder global.
En nuestro continente, se oyen voces que reprochan al gobierno de EEUU el abandono de los países latinoamericanos, que habrían terminado por caer en manos de los chinos. EEUU habría, en tal sentido, permitido el posicionamiento de aquellos en detrimento de sus propios intereses económicos y estratégicos en la región. Ciertamente, hoy China se ha convertido en socio comercial de primera línea de los países de América Latina. Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Venezuela, entre otros, mantienen relaciones estrechas, y desde el punto de vista cuantitativo, apreciables. El segundo mayor destino de las inversiones chinas es América Latina, las cuales, por cierto, no parecen fundamentadas en principios ideológicos.
China se ha convertido en el segundo socio comercial de Venezuela, y el volumen de la deuda que se ha asumido con ese país ronda los 65.000 millones de dólares. Gran parte de nuestra producción petrolera ya está comprometida con China.
En los días que corren, el Primer Ministro chino Li Kequian está realizando una visita en 4 de aquellos países.
En Brasil, tres asuntos, entre otros, serán considerados: el tren que irá del Atlántico al Pacifico (Perú), un préstamo sustancioso para la agitada Petrobras y una compra de aviones a la brasileña Embraer. Se habla de inversiones por el orden de los 50 mil millones de dólares, con las que China construiría fábricas de materiales y equipos para proyectos de infraestructura de gran escala (electricidad, telecomunicaciones) en un país que está teniendo serios problemas de recesión e inestabilidad política.
La conclusión de todo esto es que China se está volviendo un país con gran influencia en nuestro hemisferio, aunque hay algunos, incluso norteamericanos, que ven ventajas en esa participación creciente en las relaciones económicas del vecindario. Walter Russell Mead, por ejemplo, señala que no hay que alarmarse mucho y dejar que China no solo obtenga sus recompensas sino que también experimente sus dolores de cabeza, jugando el juego de Monopolio en el mundo, toda vez que con eso ella se atará más al sistema monetario internacional que, en última instancia, es EEUU el que lo controla.
¿Hay suficientes razones de peso para temer a los chinos? Por ahora, pareciera que no.
EMILIO NOUEL V.
@ENouelV
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