Jesús Núñez es un anaquense que no da mucho detalle sobre si está empleado o no. Ya él ni lo sabe. Diario El Tiempo
El desabastecimiento de productos básicos le ha puesto el mundo “patas arriba” y lo ha hecho cambiar de rutina y ocupación, tanto así que confiesa, con cierta sorna, que su trabajo, desde hace dos años, es visitar supermercados y abastos del municipio Anaco para ver qué artículos consigue comprar para su familia. “Cuando llego a casa con algo, me siento un héroe”, dice.
Lucía Marín tiene 60 años. Es ama de casa. Con desconsuelo manifiesta que ahora se ha tenido que convertir en “toda una maga” para rendir su salario y ser “tacaña extrema” para ahorrar en casa los pocos productos de limpieza y los alimentos básicos y escasos que consigue en el municipio.
“Me quitaron el detergente de mi preferencia y ahora no hay ni jabón azul para lavar los trapitos”.
María Rodríguez es otra anaquense. Asegura estar desilusionada por lo que se ha convertido su país. “Antes todo era diferente, se podía vivir y comprar en paz. Se conseguía pollo, ahora no. Tampoco consigo carne ni atún. Ya no sé qué cocinar”.
Para esta ama de casa, a medida que pasa el tiempo, las cosas se han vuelto más difíciles y el gobierno la tiene “pasando hambre”. Señala que además de no conseguir lo que busca, todo está más costoso.
“Ya no tenemos para comer bien”. Advierte que el espaguetti era un producto con el que el venezolano resolvía los almuerzos. Con un paquete se alimentaba a un batallón, “pero ahora tampoco se consigue”.
Núñez, Marín y Rodríguez, al igual que muchos otros venezolanos, han tenido que cambiar sus prioridades y actividades en su agenda semanal.
“Ahora con el terminal de la cédula sólo puedo ir a comprar los lunes y los sábados, a ver si consigo algo. Ese día pido permiso media mañana en el trabajo o me salto el almuerzo para ir a hacer una maldita cola por papel tualé, detergente, harina, leche, margarina, café”, cuenta Eulimar Peña, una freiteana de 45 años, madre de tres hijos y que labora como secretaria ejecutiva.
Juan Mendoza es albañil. Trabaja y vive en Anaco, pero ahora se dedica a “turistear”, pues como no consigue harina de maíz, leche, pollo o carne en la ciudad, viaja a otros lugares de la zona centro para probar suerte. “Voy a Cantaura o a Santa Ana. Hay que recorrer el mundo para buscar qué comer”.
Crece la lista
La lista de los productos básicos desaparecidos cada vez se hace más larga.
Más de 20 usuarios sondeados por El Tiempo en la capital gasífera coinciden en que el problema va en aumento y que ahora están resignados “a comer lo que se consigue”.
La mayoría de los encuestados manifiesta que un salario mínimo de Bs 6.746,98 no les alcanza para cubrir todos los gastos de comida y servicios. “La escasez y la inflación nos están matando” es la mayor queja.
Desde mediados del año pasado en diferentes municipios de la zona centro, los anaqueles en los grandes y pequeños abastos lucen vacíos.
Ya no sólo es la falta de leche en polvo o líquida, café, harina de trigo y de maíz, mantequilla, margarina, azúcar, pollo, aceite vegetal, compotas, pañales desechables de adultos y niños, cloro, desinfectante, lavaplatos, detergente, champú, jabón de baño, papel toilette, desodorante, afeitadoras, crema de afeitar y toallas sanitarias.
A esta larga lista se unen, desde principios de 2015, la pasta en todas sus presentaciones, carne (regulada), salsa de tomate, mostaza, enlatados (atún, maíz, acondicionador, jabón para lavar, galletas (de soda, integrales y dulces) y pasta de dientes.
Todos los días, desde la madrugada, cientos de habitantes venidos de todas partes aguardan la apertura en Anaco de los abastos Bicentenario, Unicasa, Éxito, así como de algunos expendios chinos y farmacias para ver qué pueden comprar.
Todos esperan respuesta a la misma pregunta: “¿Qué van a vender hoy?”.
Una de ellos es Luisa Martínez. En algunas ocasiones ha dejado de atender a sus hijos para pasar el día en una cola, con lluvia o con sol. “O los cuido o salgo a recorrer los supermercados para alimentarlos. No tengo otra opción”.
Maritza Guevara, otra consumidora, teme que a este paso no se consiga ni una torta de casabe en la zona centro. “El gobierno lo que quiere es vernos en el suelo, pasando hambre y arrastrándonos”. Asegura que esta situación sólo beneficia a los “bachaqueros”.
Reinaldo Brito es jardinero. Tenía la esperanza de que el reajuste del salario fuera más elevado y que lo ayudaría a sobrellevar su difícil situación económica. “Todo está muy caro y escaso. Las cosas aumentan y el dinero no me alcanza”.
Salario irreal
El presidente de la Cámara de Comercio de Anaco, Luis Salazar, afirma que ante la marcada escasez y la inflación, el aumento del salario mínimo recientemente aprobado por el Gobierno nacional, no se ajusta a la realidad, “ya que no está respaldado por políticas económicas para que ese sueldo le rinda al pueblo”.
Por citar un ejemplo, refiere que el trámite de una licencia de conducir costaba 300 bolívares, pero ahora se necesitan Bs 4 mil. “¿Cómo hace una persona que gana sueldo mínimo para obtener una licencia? ¿Será que tiene que dejar de comer un mes?”.