La escasez y los altos precios de los bienes de consumo, regulados o no, están compitiendo con la inseguridad por un mayor espacio en los niveles de angustia de los venezolanos, reseña El Tiempo.
En los últimos años, nos movemos en un ambiente de agresividad que raya en la hostilidad, y eso ha generado una especie de desvalores, por llamarlo de alguna manera, que se contraponen a los que antes caracterizaban al habitante de este país.
A muchos se les hace difícil pensar que los tiempos en los que los venezolanos eran considerados personas amables, hospitalarias y solidarias, pasen a formar parte del pasado.
Actualmente la indolencia y la falta de solidaridad son actitudes que a la vista de muchos se han vuelto “normales”, cotidianas.
Este comportamiento, que cada día se ha hecho más repetitivo entre la población, lleva a la socióloga Giovanna D’ Cools a una fuerte conclusión: es que los venezolanos han dejado de reconocerse como hermanos.
“Desde hace más o menos 15 años los venezolanos empezaron a verse como enemigos y frente a esto debemos empezar a poner en práctica el concepto de otredad, que supone el reconocimiento del otro, y de esa manera nos reconoceremos a nosotros mismos.
Plantea entonces hacer ejercicios reflexivos y que preguntarse ¿para qué le ha servido, como individuo y ciudadano dejar de ver al otro como mi hermano?”
Sacar provecho
Venezuela fue durante casi todo el siglo XX el país de las oportunidades.
Axel Capriles, psicólogo y miembro de la Asociación Internacional de Psicología Analítica, señala que anteriormente las personas mostraban un espíritu de lucha porque sabían que podían mejorar su situación económica al obtener, por ejemplo, un título universitario.
Pero, afirma, poco a poco, ese perfil de país se ha ido desdibujando, y dejado a su paso un estado de zozobra.
“Hace al menos dos décadas a un profesional, con su salario, le era posible adquirir casa propia, automóvil y llevar una vida digna de buen nivel. Ahora el desmontaje de la institucionalidad del país con fines de centralización del poder, potenció el arquetipo de la ley del pícaro como preferente de adaptación social. Estamos de vuelta en el país de Tío Tigre y Tío Conejo, donde el aprovechador es aquel que logra sacar lo mejor del momento”.