Sí.
Muchos. Muchísimos. No hay serpiente que se mueva lo suficientemente rápido como para escapar del arado. La mayoría de los roedores y de los conejos, especialmente las crías, también acaban hechos picadillo y sirviendo como abono para el suelo. Esto sin contar a los insectos. En la agricultura a gran escala, orgánica o no, durante la labranza que remueve todo el suelo desde medio metro de profundidad hasta la superficie. Eso destruye madrigueras y directamente mata todo animal o insecto que viva bajo tierra. Es inevitable.
Algunos agricultores labran el campo siguiendo un patrón que arrincona a estos animales para asegurarse de que matan a la mayor cantidad posible de ellos; no por malicia, sino por necesidad, para controlarlos. O comen ellos o comemos nosotros.
Se trata de aceptar que para comer hay que matar y creer lo contrario delata una completa falta de conocimiento en las ciudades sobre de dónde procede la comida. Hable con cualquier agricultor, grande o pequeño, de agricultura orgánica o convencional, y le dirá exactamente lo mismo. Quien diga lo contrario no sabe de lo que habla o no conoce la realidad.
Además de todas esas muertes inevitables, la agricultura ‘ecológica’ se basa en usar, principalmente, estiércol animal como fertilizante para la tierra. Y el estiércol animal procede, en su mayor parte, de animales que permanecen encerrados y criados para proporcionar carne, leche o huevos.
La siembra comienza matando y limpiando el suelo de animales. Creer que ningún animal va a resultar herido durante el proceso de agricultura es una fantasía antropomórfica de personas que son ajenas a la naturaleza que nos parió como depredadores y como omnívoros.
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