Gonzalo Himiob Santomé: El hambre

Gonzalo Himiob Santomé: El hambre

thumbnailgonzalohimiob“La verdad no es siempre bonita, pero el hambre de ella sí”

Nadine Gordimer

Comienzo con un aserto que a muchos, en este tiempo de gríngolas, polarizaciones y exageraciones en el que vivimos, puede resultarles incómodo: Las respeto como forma de protesta, pero no me gustan las huelgas de hambre. He servido como mediador entre el gobierno y quienes protestan de esa manera en Venezuela en algunas oportunidades. Algunas veces se gana, otras veces no, pero de esas experiencias puedo rescatar algunos aprendizajes que quizás, al compartirlos, puedan ser de utilidad en estos tiempos dolorosos que vivimos.





En primer lugar, como ventaja, hay que destacar que la huelga de hambre es quizás la manera más pacífica de expresarse que existe. Su carácter legal y constitucional es inobjetable, y hay que ser verdaderamente obtuso o ciego para hallar, en el sacrificio personal que la huelga de hambre implica para quien se somete a ella, un acto criminal. En este sentido, cuando la huelga de hambre se adelanta respetando los parámetros claros que deben observarse en estos casos, que no son aleatorios y que por el contrario están recogidos en la Declaración de Malta de la Asamblea Médica Mundial de 1991, el gobierno queda sin argumentos represivos que le permitan, por la fuerza, hacerla cesar.

También es una forma de protesta de muy elevado impacto simbólico y mediático. Dicho en otras palabras, la huelga de hambre es una de las formas más efectivas que existen para captar nuestra atención y la atención del mundo sobre los temas y objetivos que se proponen quienes recurren a ella. Ejemplos de esto hay muchos. Está la huelga de hambre de los familiares de los detenidos y de los desaparecidos (AFDD) de la dictadura de Pinochet, que comenzó el 22 de mayo de 1978. En esa ocasión, unas ciento noventa personas se sometieron a huelga de hambre en Chile, y mostrando su solidaridad, otras doscientas cincuenta personas hicieron lo propio en otros países. Su consigna era “Una vez más, nuestra vida por la verdad”. Gandhi casi murió protestando de esta manera en septiembre de 1932. El poeta cubano Pedro Luis Boitel, falleció a causa de una huelga de hambre a la que sometió en 1972, tras haber sido encarcelado en Cuba por supuesta “Conspiración Contra el Estado” ¿Les suena familiar?

Bobby Sands murió luego de haber permanecido en huelga de hambre durante sesenta y seis días en 1981, en la prisión “The Maze”, en Irlanda del Norte.  Aung San Suu Kyi, que además del Nobel de la Paz en 1991 también ganó el Premio “Simón Bolívar” en 1995, por su contribución a la libertad, a la dignidad y a la independencia de los pueblos, también se sometió a huelga de hambre, estando bajo arresto domiciliario en Birmania, en 2003. No deja de ser irónico, visto a través de nuestra realidad actual, que en Venezuela una presa política haya ganado un reconocimiento por su sacrificio y por su labor humanitaria… claro, eran otros tiempos.

En fin, en todos estos casos, más allá del lamentable final de algunos de ellos, la voz de la protesta le dio la vuelta al mundo. Esto es indiscutible, y allí estuvo su verdadera efectividad: en la impronta que dejó esta forma de protesta en quienes tuvieron conocimiento de ella en todo el planeta. La huelga de hambre remueve emociones muy profundas, en todos, y además pone sobre los hombros del poder, en nuestro caso sobre los de Maduro y su gobierno, la responsabilidad directa e incuestionable sobre la salud y la vida de quienes se han sometido a ella, más aún cuando están privados injustamente de su libertad. No es esa una carga fácil de evadir.

Sin embargo, no todo son luces y rosas. Cuando la huelga de hambre se realiza con seriedad, y creo que este es el caso de los más de ochenta venezolanos que, al día en el que consigno esta entrega, protestan de esta manera por la libertad de nuestros presos y perseguidos políticos, el tiempo que transcurre no corre a favor de los huelguistas, sino del poder. Al gobierno, y eso lo demuestran, entre otros, casos como el de Franklin Brito, le basta con ignorar las huelgas de hambre, con jugar a que “no existen” o con manipularlas y negar su legitimidad ad infinitum, para enfrentarlas, ganando además con ello un perverso punto adicional: el deterioro físico, e incluso a veces hasta la muerte, de esas “piedras en el zapato” que son los opositores valientes que se someten al sacrificio brutal de exponerse voluntariamente a perder la vida luchando por los derechos de todos, que no es poca cosa.

Esto se agrava cuando el destinatario de la protesta, como ocurre en nuestro caso, no muestra respeto alguno por la salud o por la vida de los demás, especialmente por las de los que se le oponen. Cerca de doscientos mil cadáveres asesinados por el hampa, más decenas de asesinados por motivos políticos en los últimos lustros, todos esperando una justicia que no llega, y las gravísimas carencias en nuestros hospitales, lo demuestran. El “humanismo” en este gobierno no es más que una farsa retórica y populista. El que no me lo crea, que indague sobre el estado de nuestro sistema de salud, sobre la inclemente escasez de medicinas o sobre las posibilidades reales de tratamiento eficaz de enfermedades graves, como el cáncer, en nuestros hospitales; o que recuerde a Chávez solicitando la activación del “Plan Ávila” contra la población civil en abril de 2002, repitiendo en vida cada vez que podía que su revolución era “pacifica, pero armada”, o sus continuas amenazas de “demolición” o de “pulverización” de la oposición. O que escuche a Maduro, recientemente amenazándonos con “una masacre” si llegaba a fracasar su proyecto político (lo que sea que él crea que es) poniendo sus anhelos personales por encima de la vida de los demás. Si la vida fuese en verdad para el poder, como lo ordena la Constitución (Art. 2º), el primero y más importante de los “valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico y de su actuación”, otro gallo cantaría, pero no es esa, por duro que suene, la realidad. Para los radicales del gobierno, cebados en el poder y en sus prebendas, la alternativa al “patria y socialismo” está en el lema mismo de la “revolución”… y es la muerte.

Por eso no me gustan las huelgas de hambre. Si de algo valiera, yo les pediría a los valientes que hoy protestan privándose de alimento que no se dejen arrebatar por el poder indiferente ni su salud ni sus valiosas vidas en esta lucha que nos compromete a todos y que puede continuar de muchas maneras distintas, pero igualmente pacíficas y efectivas. No queremos más mártires, la muerte nos ha ganado ya la batalla muchas veces, demasiadas veces. Nada es eterno, y llegarán, porque así será, los días en los que los necesitaremos fuertes y sanos, listos para encarar el reto superior de reconstruir este país, hoy dividido y hecho pedazos, desde sus cimientos. Que sea el hambre de justicia, de libertad y de vida, que no el de sus cuerpos debilitados, el que guíe nuestros pasos.

 

@HimiobSantome