En medio de la escasez de alimentos que vive Venezuela, el presidente Nicolás Maduro tomó otra de sus drásticas medidas contra el sector privado. Expropió una gran bodega de Polar, la principal compañía que produce comida en ese país, así como de las multinacionales Nestlé, Pepsi-Cola y Cargill.
El mandatario dio a estas empresas un plazo de 60 días para que desalojen un terreno de 140 hectáreas en el que se construirán viviendas populares. Luego de conocerse la noticia, las protestas no se hicieron esperar. Por lo menos 2.000 personas podrían perder su trabajo y se afectará la distribución de productos –desde ese centro salen cada mes 12.000 toneladas de alimentos y 6 millones de litros de bebidas–.
En el caso de Polar el tema es más complicado porque este grupo, con más de 70 años de historia, fabrica varios de los productos de alto consumo como la Harina Pan y Cervezas Polar. Esta última compañía tenía dos de sus seis plantas al borde del cierre la semana pasada ante la escasez de materia prima.
Polar, del empresario Lorenzo Mendoza, ha sido objeto de duros cuestionamientos en los últimos meses por parte de Maduro, que lo acusa de apoyar una guerra económica contra el pueblo. Algunos analistas señalan que detrás de esta medida está el propósito del gobierno de controlar los principales centros de distribución para dirigir los productos básicos a donde quiera, y contrarrestar la especulación.
Pero esta no es la única compañía en problemas. Muchas otras empresas han advertido que su producción podría paralizarse por falta de dólares e insumos. Es el caso de Palmolive, que anunció que trabaja al 15 por ciento de su capacidad, o de Kraft, que tiene nueve de diez líneas industriales cerradas. El 85 por ciento de los empresarios consultados por Conindustria (Confederación Venezolana de Industriales) reportó una caída del 85 por ciento en sus inventarios de materia prima y el 75 por ciento reveló un descenso en los niveles de producción.
El fuerte control de cambios y de precios de los productos básicos acorrala al sector privado, que muchas veces debe vender por debajo de los costos. A ello se suma que las importaciones están frenadas por la falta de divisas, problema que se agudizó con el desplome de los precios del petróleo, que son el 96 por ciento de los ingresos de Venezuela.
La escasez de productos básicos se agudiza cada día. Son interminables las filas de personas a la salida de establecimientos para comprar arroz, carne o leche. También han surgido los llamados ‘bachaqueadores’, que se dedican a hacer largas filas para adquirir los artículos subsidiados o regulados por el gobierno y luego revenderlos a precios cinco y hasta diez veces por encima del oficial. Por ejemplo, un kilo de carne, que según el precio regulado cuesta 250 bolívares, en el mercado negro vale unos 900 bolívares; el champú de 30 bolívares sube a 300 y los pañales pasan de costar 160 bolívares a más de 600 según donde se adquieran.
La situación se ha complicado a tal extremo que en las últimas dos semanas se han presentado nuevos desórdenes en establecimientos de comercio. El saqueo del supermercado San Félix, al sur de Venezuela, dejó como resultado una persona muerta y 60 heridas. También se presentaron desórdenes en Locatel, Makro y otros establecimientos. La organización no gubernamental Human Rigths Watch, en la visita que hizo este año al país, advirtió sobre una posible crisis humanitaria al señalar que “muy pocas veces hemos visto un deterioro más rápido en el acceso a la medicina que lo que ha sucedido en Venezuela, con excepción de las zonas de guerra”.
Inflación imparable
Como consecuencia de la falta de medicinas y alimentos los precios siguen subiendo como espuma. El Banco Central no revela cifras oficiales sobre el comportamiento de la inflación desde diciembre pasado, pero firmas como Ecoanalítica sostienen que el costo de vida supera el 80 por ciento en lo corrido del año y 120 por ciento en los últimos 12 meses. El Fondo Monetario Internacional (FMI) también encendió las alarmas sobre la elevada inflación y sobre la caída en el producto interno bruto (PIB), que estimó en 7 por ciento este año.
A ello se suma que Venezuela tiene uno de los sistemas cambiarios más complicados del planeta. Para comprar alimentos básicos y medicinas opera una tasa de cambio de 6,3 bolívares por dólar. Hay otra de 12 bolívares que opera bajo un esquema de subastas, y una tercera, cercana a 200 bolívares, conocido como el Sistema Marginal de Divisas (Simadi). Pero estas tasas palidecen frente al dólar negro o paralelo que ronda los 680 bolívares por unidad.
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