Aunque el tema de mis reflexiones esta semana sea el efecto China, no puedo dejar de mencionar la torpeza e inhumanidad del régimen en el manejo del cierre fronterizo con Colombia. En un momento de crisis mundial de refugiados, de oleadas de desplazamientos humanos hacia Europa, desde África y los Balcanes, con su secuela de accidentes y muertes; en medio de la campaña xenofóbica de Trump, no entiendo francamente como se le ocurre a este gobierno provocar una crisis humanitaria con ciudadanos de vecino país, que por lo demás llevaban años trabajando y viviendo en Venezuela.
Dicho lo anterior es válido aclarar que China, como todo país no democrático, no es transparente en el manejo de sus cifras estadísticas. Desde hace años economistas, universidades y centros de pensamiento, han puesto en duda las cifras de China. No es que no refejaran tendencias, sino que éstas se exageraban. Es muy probable que el crecimiento de 2007 de 14,2% del PIB fuera menor, tal como se corrigió el año siguiente, cuando en 2008 se reportó un crecimiento más moderado de 9,6%; sin embargo, hay dudas si ambas cifras son ciertas. Aunque hay consenso, por otra parte, que entre 2006 y 2007 el crecimiento del gigante asiático fue de dos dígitos. A partir de 2008 el crecimiento explosivo de China se ralentiza, con breves picos en 2010 y 2011, para ubicarse alrededor del 7,5%. Las autoridades chinas argumentaban que se trataba de un cambio en la estrategia de crecimiento al pasar del apoyo en las exportaciones a una mayor dependencia del consumo interno, más seguro pero menos espectacular en términos de crecimiento.
Este intento de viraje controlado tropezaba con varios obstáculos o burbujas que han comenzado a mostrar sus primeros síntomas y que han hecho mella en la línea de flotación de la economía china. En efecto, buena parte del crecimiento sostenido se apoyaba ya en grandes inversiones en infraestructura, no solamente en otorgar modernidad a las grandes urbes, sino que se manifestaban en la creación de grandes urbanismos en zonas completas de ciudades, centros financieros, puertos, aeropuertos, carreteras, vías, complejos culturales, centros comerciales, etc., sino que se trataba incluso de crear nuevas ciudades donde antes no existía nada. El problema es que muchas de estas ciudades artificiales han permanecido inhabitadas, sin pobladores y sin vida social y económica. Esta burbuja inmobiliaria está a punto de estallar porque el mantenimiento de esas ciudades se suponía que debían hacerlo sus pobladores, no el Estado, como está ocurriendo.
La otra peligrosa burbuja, es la debilidad del sistema financiero, con una banca paralela (o a la sombra), fuera de la regulación estatal, que ha financiado planes regionales, que incluyen a estas ciudades fantasmas y otras obras de infraestructura, necesarias algunas y superfluas otras. Otra burbuja en ciernes de explotar, es la burbuja ambiental; China ha llevado un ritmo frenético de desarrollo económico que no se ha hecho de ninguna manera con respeto y cuido del ambiente. La contaminación misma de Beijing para la época de los juegos olímpicos, el altísimo consumo de carbón en la industria, pero también en los hogares; la explotación indiscriminada de las “tierras raras”, minerales escasos de muy alto valor, evidencian un descuido y una omisión que sólo se permite un país no democrático, sin instituciones independientes.
La economía salvajemente capitalista promovida por la cúpula comunista china ha promovido un desarrollo económico que ha sacado a 700 millones de personas de la pobreza, en 25 años, hecho que es una hazaña; pero se ha hecho al costo de romper los equilibrios económicos, ambientales, urbanos, financieros y políticos ya que este último sería el caso del encendido de la mecha de una última burbuja.