El tema de la catástrofe humanitaria que se viene gestando en las zonas de guerra pero también de conflictos políticos y de pobreza, de África, ha creado la mayor corriente de inmigrantes de la post guerra y ha devenido en el mayor reto que actualmente enfrenta Europa. Aunque es verdad que también en Asia hay corrientes migratorias de personas que buscan libertad, trabajo y un mejor horizonte para sus vidas, lo que acontece en Europa tiene características de calamidad. El espectáculo que a nuestros ojos exponen día con día los medios de comunicación, no deja de conmocionarnos. Recurrentemente se ahogan cientos de seres humanos en el Mediterráneo y recientemente 71 personas perecieron asfixiadas en un camión en Austria, y otros jóvenes estuvieron a punto de perecer sofocados en una furgoneta cuyas ventanas y puertas estaban soldadas; sin embargo, nada tan conmovedor como las imágenes que vimos ayer del cuerpo exánime de Aylan. Ese tierno infante ahogado cerca de las playas de Turquía, cuyos padres se habían embarcado en una riesgosa travesía hacia Grecia, pereció junto con su hermanito y su madre, tratando de dejar atrás el horror de la guerra de Siria, sin saber que una tragedia mayor acecharía a la familia.
Que estas cosas ocurran en el mundo que hoy vivimos, nos recuerdan que falta mucho por hacer para que la humanidad progrese y tengamos un mejor planeta. El reto que enfrenta Europa es el de cumplir con los altos valores de su civilización milenaria y con su legalidad, que ampara los derechos de los migrantes; en tanto que afronta una situación de emergencia que desborda la racionalidad anterior de las corrientes migratorias, tiene que resolver la creciente xenofobia incubada en grupos nacionalistas que se expresaron en los difíciles momentos de la crisis económica y en los ataques de radicales musulmanes. El reparto de inmigrantes que hoy llegan por oleadas, no ha sido hasta ahora todo lo equitativo que debiera ser, a la luz de los tratados internacionales; muchos países como Inglaterra o Hungría, han sido refractarios para concretar su solidaridad; sin embargo, Alemania se muestra dispuesta a recibir 800.000 personas.
Esta cifra que cuantitativamente es muy alta, considérese que España está dispuesta a recibir apenas 2.500, es una muestra del carácter humano que guía la conducción política del país teutón. Aunque habitan la región germana 80 millones de habitantes, los problemas de recepción, instalación asimilación, formación e integración, de esa importante cantidad de personas, de cultura y religión diferente, no dejan de ser problemas enormes para el gobierno alemán y para las comunidades de acogida. Distinta es la conducta de Víktor Orbán, el primer ministro húngaro, un xenófobo populista de derecha, que está levantando un muro de 4 metros de altura y de 160 km de largo, para impedir que los migrantes accedan a su país en el tránsito hacia Europa del oeste, y que ahora paraliza los trenes que se dirigían a Alemania y quiere además recluir en albergues, tipo cárcel, a los refugiados, agravando con ello la tragedia de estos seres humanos que ya mucho han sufrido.
La comunidad internacional no previó las consecuencias de la guerra de Siria y de Irak, así como la irrupción de ISIS; esto aunado a la pobreza del África sub sahariana, ha desatado una catástrofe humanitaria cuyos efectos van a durar muchos años y requerirán la mayor cordura de los líderes comunitaros a la vez que pondrá a prueba la cohesión de la Unión Europea. En tanto que hay crisis migratorias en África por razones estructurales, en Venezuela que no tiene estas características, la torpeza del gobierno se ocupa de crear artificialmente la suya propia, con el propósito mezquino de fabricar una cortina de humo, sin que le importe el sufrimiento de ciudadanos humildes.