A Venezuela la conducen sin ningún desparpajo a la inmolación, en una suerte de guerra santa, rehenes de un conductor que ha decidido por instrucciones superiores, dígase el comandante eterno, los comandantes Castro, el pajarito y otros espectros imaginarios, combinado con una incapacidad sin precedentes, estrellarse con el espejismo del mar de la felicidad, que de mar devino en río y no cualquiera, sino nada más y nada menos que nuestro Guaire; por cierto, otra víctima de las mentiras “robolucionarias” de este Gobierno que creyó también en promesas vanas de redimirse volviendo a ser un torrente pulcro pero que la farsa revolucionaria solo lo usó para que unos vivos se embolsillaran unos tan despreciados dólares, símbolos del “enemigo imperial” y que al final despertó como el resto de los venezolanos, sumergido en los excrementos generados por el socialismo del siglo XXI, llenos de frustración y desesperanza.
Lo cierto es que, somos pasajeros en un viaje donde al chofer se le ha ocurrido unilateralmente sacrificarnos por unas ideas arcaicas y primitivas o ¿quién sabe? por su afán de proteger a los usufructuarios de los guisos que mantienen hundido al país, el Presidente-conductor le ofreció una ruta a los pasajeros, los cuales aspirando ser llevados a un destino mejor decidió secuestrarnos y llevarnos al suicidio colectivo.
Nuestros gobernantes han aprendido de las sectas dogmáticas como Al Qaeda o del Estado Islámico, quienes con el propósito de alcanzar los objetivos de su causa no solo llegan a convencer a unos incautos de suicidarse por ella, sino que en este propósito logran que le quiten la vida o hieran a personas inocentes.
Así opera la Revolución Bolivariana, que ha logrado ponerle una venda en los ojos a miles de venezolanos y día a día, inducidos por unos aprovechados que se enriquecen con el erario público, se manchan las manos de sangre al convalidar un Gobierno responsable por acción u omisión de los homicidios que genera la violencia desatada en el país, de los tantos que mueren de hambre o los que fallecen por no tener acceso oportuno a medicina o tratamiento médico.
Corresponde entonces, a todos los venezolanos hacer un inmenso esfuerzo por unir al país, romper con este proceso donde se pretende sin más razón que nos inmolemos y arruinemos nuestro futuro y el de las próximas generaciones de venezolanos para el enriquecimiento ilícito de la nomenclatura “roja rojita”. Es hora de cambiar y de recuperar una senda de progreso que le traiga bienestar a nuestro pueblo.