No hablaremos en este caso de esa hidalguía, aunque sí tomaremos sus cimientos y crearemos una acepción donde la humanidad se eleve de una manera que el ayer será un granillo sedimentario en el Monte del Olvido. Hablemos de hidalguía filosófica, humana, destructora-y-trascendente-al-papel… hidalguía a martillazos.
Sabemos que el señorío está tan a la deriva, como el hombre occidental; tanto así, que lo “clásico” es tan despreciable como lo “nuevo”: rozando lo tautológico, están establecidas como parámetros en un entramado que fue creado para resaltar a sus miembros y no llevarlos al mismo barranco cultural. Ahora bien, hay que repensar la existencia, desgarrar de la piel esa marca de peregrinaje cristiano y elevarse a esferas inalcanzables por los ojos anélidos. La nueva hidalguía es vasta en ética, irreverente… “rica”, sí: en virtud y valor, en humanidad.
Este nuevo estado espiritual – y social, a su vez – es la expresión de la existencia aristocrática. El honor es el motor de la solidaridad que aplica en la sociedad, llevando a la concreción sus habilidades y sus principios con los cuales avala el día a día. Esta vez, la hidalguía trata el descubrimiento de sí mismo, y la exaltación de cada versión diaria de quien la aplica. Su criterio es como sus ojos: para él es fundamental presenciar y evaluar lo que le rodea para avanzar.
La existencia para él no es una concesión, sino un juramento en soliloquio, donde pone en entrever el aplomo que tiene ante sus creaciones; si deja minimizar su espíritu ante ellas, o se engrandece como su único moldeador y juez. El hecho de hallar placer en una acción, para él es suficiente condecoración como hidalgo en su propio reino. No necesita que un papel – o algo más – diga lo que él es… quizás un poco de Píndaro ayude a avivar este lienzo repleto de letras.
Llega el momento, luego de haber delineado lo que llamaremos la hidalguía existencial, cuando fusionamos este título natural con la virtù – se puede notar hacia dónde me dirijo –. La condición decisoria para rehacer el panorama de la cultura occidental es que evolucione en espíritu el hombre: que colme de arrojo y brillo la Razón que reina en su experiencia social. Debe ir más allá del bien y del mal, a la hora de superar obstáculos; colocar piezas fuertes que construyan esa escalera al pináculo.
¿En nuestro ambiente político, cómo se constituye al hombre bajo esta síntesis?
Si adherimos esta visión aristocrática a la utilidad política del hombre, entendemos que sin vías completamente incisivas contra la decadencia y criminalidad imperante y sofocante en las Instituciones – y los mudos que viven señalándolas de manera confusa y vil –, no hay tal ciudadano, ergo, no hay superación al despotismo. El hombre hidalgo y virtuoso jamás se resigna a vivir en los escombros que se tiene por condición de vida. Jamás acepta una lucha arreglada como el voto en dictadura, ni niega la conciencia política y sus costos.
El venezolano debe erigirse contra su detractores y arrancar el cetro de las manos de estos criminales. Debes rehusarte a virar tus oídos hacia la melodía de la clase política, de lo contrario, se volverán los trovadores de tu vida.
¡Libertad o nada!