Detrás del consumo de carne barata se esconde un sistema que, en vez de alimentar a toda la población, busca satisfacer el apetito de unos pocos, aunque la factura social y ambiental sea mucho más alta, según el activista Philip Lymbery.
Belén Delgado / EFE
Para sostener dicha afirmación Lymbery, director ejecutivo de la ONG Compasión en Ganadería Mundial (CIWF), recorrió distintas partes del planeta donde vio “cosas muy deprimentes” que le llevaron a escribir el libro “Farmageddon: el verdadero coste de la carne barata”.
En una entrevista con Efe durante una visita a Italia, este defensor de los animales inglés dijo sentirse sorprendido al haber visto “la extensión de un nuevo colonialismo” por el que ciertos países son “saqueados” y sus recursos destinados a alimentar animales en otras zonas como la Unión Europea (UE).
El libro intenta desvelar la realidad que se esconde detrás de un sistema productivo que permite a los consumidores comprar, por ejemplo, un pollo por menos de tres euros.
Además, muestra cómo en el fondo los países no son tan diferentes unos de otros, comparando la reducción de gorriones por efecto de la agricultura intensiva en el Reino Unido con la guerra que Mao lanzó en China contra esos pájaros pensando que comían demasiado grano, lo que al final solo sirvió para abrir las puertas a una devastadora plaga de insectos.
En Argentina el autor visitó la pampa, mundialmente conocida por la calidad de su carne, si bien lo que se encontró fueron inmensos campos de soja para vender a las fábricas europeas en forma de piensos, mientras el ganado había sido recluido en granjas produciendo carne “menos sabrosa”.
Lymbery viajó también a Perú, donde vinculó la preocupante disminución de aves con el aumento de la pesca, sobre todo de anchoveta, una especie básica en la elaboración de harina y aceite de pescado, y de la que el país sudamericano es uno de los principales exportadores.
“En China vi que han proliferado grandes granjas industriales que parecían ciudades, con tantas filas de edificios. Tienen miles de vacas y cerdos, pero no para alimentar a los pobres, sino para la gente de las ciudades y para exportar”, aseguró.
Y en Estados Unidos halló fuertes contrastes: desde una granja en Georgia en la que el ganado iba rotando siguiendo un modelo sostenible con el medio ambiente, hasta zonas agroindustriales de California altamente contaminadas donde las personas sufrían enfermedades respiratorias e invasiones de moscas, entre otros problemas.
Lymbery destacó que la carne barata en realidad “no lo es tanto” porque se paga varias veces: “La pagamos cuando compramos en el supermercado y cuando subsidiamos la agricultura industrial con grandes cantidades de dinero recaudado en impuestos, sin olvidar el coste que tiene para nuestra salud comer alimentos menos nutritivos y el daño medioambiental que causa el uso de químicos”.
A su juicio, los consumidores “tienen una oportunidad tres veces al día” para cambiar esa situación eligiendo alimentos orgánicos y de calidad.
También -dijo- es responsabilidad de los gobiernos promover sistemas para alimentar a la gente y cambiar una política global en agricultura que se ha diseñado a partir de la estadounidense y la europea.
Con ese propósito dirige una ONG que lanza campañas a favor del bienestar animal y promueve prácticas como no enjaular a los animales o acortar el tiempo de su transporte para evitar que sufran.
“Hasta ahora la política agrícola se ha centrado en producir más alimentos para la agroindustria, que necesita más de lo que luego produce”, detalló Lymbery.
El problema -añadió- no radica en la producción de alimentos, ya de por sí suficiente para alimentar a la población mundial, sino en el hecho de que un tercio de la comida en el mundo se pierde o acaba en la basura en vez de terminar en el plato de las personas que siguen pasando hambre. EFE