No me remontaré a las bacanales ni al modo de comer poderoso de los césares. La comida, el hecho de comer ya es una distinción ante quien no come, por ejemplo. Disfrutar de un ágape forma parte cultural y esencial de la separación ante aquellos que no tienen como darse ese “lujo” o no están contemplados en la invitación a esa posibilidad. Por tanto, distingue. De allí el esmero con el que se empeña nuestra sociedad en desarrollar lugares agradables a la vista y al paladar. Tampoco entraré a discernir las cualidades sensuales-sexuales de las comidas; sus formas, sonidos, texturas, gustos, aromas en los cuales van involucrados todos los sentidos en la procura del placer, ni estableceré la separación entre alimentos afrodisíacos o no. Me interesa, ahora, señalar otros aspectos del uso político que se le está dando hace tiempo en Venezuela a la comida, a los alimentos y su compra-distribución.
Las redes de alimentación o misiones, esas que dejan podrir con frecuencia toneladas de alimentos, Pedeval, Bicentenario y Mercal van en ese sentido de marginación política desde su nacimiento. Lo que se suponía era una red de distribución y colocación de fuentes nutricias al alcance de “todos” se tornó excluyente, y lo era desde el sentido marginal con que fueron creadas, segregacionistas: el color rojo como distinción, el entronque en el barrio remotamente, la administración y cuido por parte de los agentes políticos de la zona, el establecimiento de listas de compras que luego se transformaban en listados de votantes, asistidos los más, siguen funcionando como centros de distribución ideológico-político-alimentario, en un sentido muy ruin, miserable y poco elaborado. El sentido de “si quieres comer tienes que estar con nosotros sino no comes”.
El propósito, marcado era desplazar los pequeños o grandes lugares antiguos de colocación de alimentos cercanos: la bodeguita, el súper mercado o las transnacionales de esos rubros, algunos con muchos años aquí. Estaba diseñada cada red con el propósito de exterminio de cualquier cosa parecida que interrumpiera su propósito principal: adueñarse de la gente, manipularla por la papa. Es parte del mecanismo perverso de aniquilar la empresa privada y hacernos más gobierno-dependientes, hasta llegar a un estado absoluto en eso. La lucha contra las empresas Polar va por ahí.
Parecía una especie de ecuación perfecta: expropio las tierras y pongo entes disfrazados de rojo a sembrarlas, expropio las ventas de semillas para que sean sembradas por entes rojos, míos, y expropio las redes de distribución; así, acabo con la producción y distribución privada y, apropiándome de la comida, me apropio de la gente que no encontrará otra fuente nutricia en lado alguno porque ese otro lado no existirá. Todo pues será mío, hablado desde el gobierno. El control total de la “sociedad” y la manipulación total y más perversa.
Así llegamos a esta ruina.
No se produce porque si no hay real no hay ni ropa ni nada. La distribución no cumple sus fines, y se pudren los alimentos esperando un alma compasiva que venga a descubrirlos inservibles ya, ¿para qué? Los elementos paralelos de destrucción total no funcionaron y se acude ahora, de nuevo a la empresa privada y se busca una sociedad con Makro para que le venda a los de ellos exclusivamente. Porque los otros no existen o no deberían existir. Coman piedras, hagan colas sabrositas, interminables, dennos la vida misma a nosotros y la revolución.
Así pues, libertad de empresa nada y libertad de comer nada. Cero ágapes y satisfágase como pueda con lo que hay. Con lo que logre conseguir.
No sé cómo hacen los bachaqueros pro-gobierno pero siempre se enteran de primeritos donde llega qué para comprar alimentos y se apersonan con unas pacas de billete que tampoco sé de dónde sacan, como no sea de la comercialización carísima de los productos para y por la re-venta. Así se genera nuevo empleo socialista, el bachaquerismo productivo y excluyente. ¿Usted no se va a poner en esa, verdad?
Y luego la humillación de sacar su cédula para comprar algo, identifíquese. Si quiere comer ha de ser venezolano, ¿cómo hará un extranjero para adquirir un kilo de arroz en Venezuela con pasaporte?, ¿paga en dólares? Y así, se transforma esto también en un problema de identidad, y usted cada vez que va a comprarse algo renueva su pertenencia a usted mismo y a su patria: soy venezolano y yo soy yo, por lo tanto como, gracias a mis diversos comandantes que me permiten esta generosa tarea. O anda, como han encontrado y seguramente persiste, con 60 cédulas para la distribución, como si fuera una oficina de identificación nacional paralizada.
La tarjeta de racionamiento cubana que tanto reprochábamos y nos parecía increíble, pero con salivita. Sí, porque usted saliva viendo, segregativamente, como otros llevan y comen y a usted con su sueldo no le alcanza para comprar alguito aunque sea y se las ingenia para que la pasta sea otra cosa y la carne o la caraota sean sueños por cumplir.
Si sólo comen los revolucionarios, los de más arriba, como los césares, los demás, discriminados, segregados, quedamos como estamos: de mendicantes, no más. También en eso esta es una revolución meramente fascista.