Es una imagen que me persigue de fotos y películas, ver a los europeos caminar entre los escombros de lo que fueron ciudades magníficas, llenas de esplendor, sometidas al fuego implacable de las fuerzas nazis y luego de los Aliados que las recuperaban. Pero esas mujeres de pañoleta raída y esos hombres de miradas perdidas, con los hijos idos o muertos, fueron portadores de la semilla que reconstruiría sus países. Con todas las diferencias obvias, así los venezolanos a quienes se les arrancó la esperanza por años, como un despellejamiento infame, se levantarán para hacer el país que espera desde hace tiempo y que se ha fugado, una y otra vez, por las rendijas del aventurerismo, el caudillismo y el personalismo.
De las centenas de miles de venezolanos que están fuera, unos regresarán y otros no; pero todos formarán parte del tejido global de la reconstrucción. Los presos políticos serán libres y los exiliados volverán, serán parte de la vanguardia que hará del país una obra magnífica. Los jóvenes que tanto han luchado y que tanto han sufrido, que tanto han entregado sin aspirar a retribución alguna, tendrán oportunidades para hacerse desde adentro y desde abajo.
Venezuela será un caudal imparable de porvenir.
Habrá que introducir cambios que inserten a Venezuela, de un salto, en otra época, la del siglo XXI. Una ruptura radical no con el chavismo plebeyo sino con las ideas del chavismo, sin concesiones a su falso amor a los pobres, con capacidad de defender los derechos humanos, la libertad de expresión, la propiedad privada y la inclusión del país en la dinámica del cambio tecnológico y societario que tiene lugar en el planeta.
Cuando la pesadilla pase –y pasará- los venezolanos nos veremos unos a otros, curiosos, y exclamaremos “¡Cómo nos pudo pasar esto!” Y nos diremos “¡Nunca más!”