William Anseume: Los militares, el gobierno y la decadencia       

William Anseume: Los militares, el gobierno y la decadencia       

thumbnailWilliamAnseumeUn título así requeriría un estudio sesudo, profundo y su explicitación debería ser larga y tediosa. Nada más lejos de mi propósito en este momento. Sólo me gustaría reflexionar e invitar a la reflexión en torno a una pregunta: ¿siguen los militares apoyando este despropósito? Y tal vez otra: ¿no les queda otra “salida”?

Uno los ve por allí en eso que llaman, creo que desde el asesinado Chalbaud o desde que los adecos desplazaron a Medina y a Úslar, unión cívico-militar, tal vez date de más atrás esa torta mal cocida del poder y los doblegados, los subsumidos a él, como ven o han visto, casi siempre, los militares a los superfluos civiles, incapaces de empuñar como ellos las armas en defensa de la patria. No existe tal unión sino como idea en la mente perversa de algunos que desde el poder pretenden infundirla para que alguna parte del “pueblo” crea que son lo mismo, o más o menos, las botas recién compradas y las alpargatas raídas.

Por ejemplo, esas misiones adosadas a algún cuerpo militar, generalmente la GNB, o las muy valiosas, en ese sentido, milicias, donde los viejitos y los desempleados y demás vagos  ambulantes se incorporan a dar la cómica trajeados de verde oliva o de camuflaje, como si. Esa unidad se veía robusta cuando Chávez,  y los milicianos cantaban sus himnos con jolgorio de apuesta a ganador: por la revolución, la libertad, la supuesta paz de discurso hueco, en la equiparación ficcional del canto juntando a Bolívar, Zamora y Hugo Chávez. La misma actitud que asumían los porteros militares en los edificitos enclenques de la Gran Misión Vivienda Venezuela, o los que reparten comida con los civiles en los operativos de piñateo de pollos o cualquier otro alimento ofertado a precios inconseguibles a los Consejos Comunales afectos al gobierno. Y uno puede hasta creer que creían en esa lavativa.





Pero, como dice la canción, el plan orquestado maquiavélicamente desde Cuba en conjunción con militares y algunos civiles venezolanos, todo,  “todo se derrumbó”. Los militares, de diversos modos, han venido expresando su disentimiento, aunque les cueste la baja, como ha ocurrido recientemente, la degradación y/o la prisión, de lo cual la candidata Laidet Salazar es una víctima más y ejemplar de   prisiones políticas al parecer indetenibles de un gobierno cívico-militar, más militar que cívico,  alérgico  a la crítica de donde venga, así sea del Papa que recibe a los familiares y las pinturas de Leopoldo López como inclinando una vez más su balanza hacia la razón.

El choque, de lo que fue un proyecto mal diseñado y ejecutado, se evidencia en los uniformes desteñidos, en la ejecución sin ánimo de las actividades, en el dejar hacer permanente. Se ha querido trabajar ese ánimo con soluciones menos eficaces: las guerritas pro nacionalismo perezjimenista,  azuzando a Guyana o a Colombia, para que crean, las compras de aviones o de armas en general justificadas en esas guerras mentales, los sueldos, los “ponme donde haiga” tan propio de algunos trajeados de charreteras, que no terminan de levantar eso que llaman malamente la “moral” de los de uniforme. Donde más se ve es en las caras jaladas de descorazonamiento por lo que no pudo ser por imposible. El tinglado se cae, solo, a pedazos, de porrazo sin golpe, se siente el olor a muerto, la figura del muerto, de un muerto que anda así por ahí,  por mal enterrado, como se le oyó decir a alguien y vaga de boca en boca popular.

Se aprecia todo como uniforme de miliciano, como impuesto, como que no fuera en ese desgano de arrastramiento, como cuando en la misión se fue y no se aprecia el llegadero, con cuerpos sudorosos, hartos de andar sin destino, cansados y desganados. Esperando un porvenir que no se fragua. Ojalá las elecciones venideras puedan significar el giro que se fomenta. Sino…

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