Una conversación franca y sentida con el autor de ?Se busca un país?. Para Padrón, el 6D puede -debe- convertirse en una fecha histórica? la estocada -casi- final a un problema que lleva demasiados años intoxicando al país. El antídoto viene en camino
Carlos Flores / Newsweek en español
Imagino que Leonardo Padrón preferiría estar echando cuentos sobre poesía, festejos y anécdotas personales, en vez de hablar de política, ladrones, hipócritas y otros componentes de esta enajenación que, ¿gobierna?, a Venezuela. Pero itiswhatitis… y en tiempos como éste la intelectualidad debe saltar y disparar granadas de sentido común a todos los confines del campo de batalla. Ojo, no le llamen intelectual, a Padrón… eso suena tan extraño como decirle: ¡epa, poeta! Y es que, a pesar de ser ambos –y tal vez un pelo más-, Leonardo sigue siendo la clase de persona que no se desvela por semejantes boberías. Lo desvelan, seguramente, otras cosas. Por ejemplo, la crónica que debe escribir cada quince días para el diario El Nacional y que, para no pocos lectores, se está convirtiendo en brújula para hurgar en los caminos que Padrón subraya y que, tal vez, desenmarañen la dirección oculta del país que tanto busca.
–En tu artículo, “Un lento y feroz comienzo” publicado el 11 de octubre en El Nacional, noté como una sensación de “¡ya, carajo, a dejarnos de boberías y afrontar lo que es; no más pajaritos preñados ni peleas innecesarias (no más carajitadas), no me vengan con quejas ni lloriqueos: esto no será perfecto, pero es el único camino –con espinas y culebras- pero por ahí se comienza a salir del pantano!”. Y al final hay una búsqueda de esperanza, un huequito por donde se puede ver el brillo de “lo posible” -que no solo quieres inyectarle a lector sino a ti mismo-… Más allá de periodista, como amigo, te pregunto –tras el leer tu artículo- algo que por lo general es fácil de responder, pero no en esta caja sellada y resonante llamada Venezuela… Leonardo, ¿CÓMO ESTÁS?
-Como la mayoría de los venezolanos, balanceándome entre el agobio y la esperanza. No puede ser más crítico el momento que vive el país. Hay una severa depresión en la psiquis de los venezolanos. Las penurias se han vuelto cotidianas. Cada día se acentúael agobio ante el descalabro monumental que hoy somos.La Venezuela contemporánea no había conocido un momento tan oscuro, tan sórdido. Pero a mi particularmente me salva ese empecinamiento crónico en la esperanza. Y no es una expectativa gratuita, naif, sin asidero, al contrario, creo que hay razones objetivas, formales, contundentes, para el optimismo. Los optimistas son los que transforman el mundo, decía Guizot. Se acercan unas elecciones parlamentarias que terminarán recogiendo la opinión de los venezolanos sobre la gestión de Nicolás Maduro. Gestión, a mi parecer, no sólo muy errática sino absolutamente irresponsable, llena de cobardía, enormes desatinos, tozudez ideológica, ineptitud y terribles incoherencias. Viene una fecha para que todos opinemos, para que propongamos otra versión de país, para que apostemos de nuevo por la democracia, por una asamblea realmente representativa de las apetencias de los venezolanos, donde haya espacio para proponer, corregir, cuestionar, y sobre todo, opción de ponerle freno a la demencia. Insisto, no es tiempo de riñas intestinas en la oposición. No importa hoy quién grita más duro, quién es más carismático o quién merece el liderazgo. Se trata de un asunto de supervivencia. El país no puede más. El 6 de diciembre se impone firmar la fecha de defunción de la revolución bolivariana.
–Esto de estar acosados, encerrados y sometidos a un ruido tan fuerte como distorsionado y maléfico, nos cambia la perspectiva de muchas cosas: vida de colas, de rollos, de amenazas, de rebusques, de tratar de ganarle a la centrífuga de lo cotidiano, al pleito político y las diferencias múltiples… pero de pronto explotan grandes noticias, como las de Alberto Barrera, Rafael Cadenas; hasta la monedota de chocolate, y entonces uno como que espabila y, al menos por momentos, la cosa es light y bonita y chévere… chévere, esa palabra la usamos cada día menos… ¿de qué crees que nos estamos perdiendo, como país, al tener toda nuestra atención puesta –casi como autómatas- en “la situación actual”?
-Hay tanta estridencia que se nos olvidan las pequeñas alegrías. Es que la política se nos metió en la nevera. Eso tiene el socialismo: es experto en vaciar neveras, en arrasar con las despensas, en amplificar la precariedad. Entonces se nos olvida el resto de la vida. La vida aquí sigue teniendo sus respiraderos, sus pequeñas victorias, sus momentos luminosos, su gente que persiste, que no deja de crear y trabajar. Todavía hay razones para la sonrisa. Este segundo premio internacional a la obra de Alberto Barrera es una gran noticia. Lo de Cadenas te confieso que ni me sorprende. El merece el premio Nobel de Literatura. Así de simple. Se lo han dado a poetas de menor categoría. Cadenas es un poeta mayor de la lengua. Y están nuestros músicos, ganándose cada vez más Grammys. O el mismo sistema de orquestas juveniles e infantiles, que no es producto de esta revolución- experta en usufructuar conquistas- sino de eso que llaman la cuarta república. Pero más allá de lo mediático, en la zona anónima del país, que es la más grande, hay mucha gente empeñada en ejercer sus talentos de la mejor manera posible. A la mediocridad hay que ofrecerle resistencia diaria.
–Vamos a tratar de pensar en cosas positivas, en futuro… ¿cuáles crees que serán las cosas simples, pequeñas, que vas a agradecer que ocurran, cuando el tren de la historia comience a mover los vagones lejos de esta estación oscura hacia otras vías más claras, libres y prósperas?
-Creo que se impone recuperar el derecho a la intemperie, que no es poca cosa. A vivir la calle. Volverán las tertulias en las tascas y restaurantes. Ocurrirán las bienvenidas. Porque confío en que muchos volverán. En Caracas y en las otras ciudades del país reaparecerá el neón. La noche, volveremos a habitar la noche. Los libros. Anhelo volver a entrar a las librerías y conseguir los sellos editoriales del mundo entero, como antes. Hacer mercado será de nuevo un hábito simple, un asunto cotidiano e intrascendente. La pasta, el café y el arroz dejarán de ser un asombro.La gente volverá a comentar la novela de las nueve. Los artistas internacionales visitarán de nuevo los estudios de los canales de televisión. El periódico dejará de ser ese asunto anémico de ocho páginas. Nuestros domingos se llenarán de periódicos en la cama. Las insufribles cadenas nacionales se convertirán en anécdota del pasado. En fin. Tantas cosas. Tantos detalles de la vida por recuperar. Balzac decía que lo mejor de la vida son sus ilusiones. Por ellas vamos.
–Uno de los peores males que le ha caído al país es el odio fraterno. Enemistad, odio, a consecuencia de parcialidades políticas…en tu caso, ¿piensas con frecuencia en amigos que ya no lo son, acaso familiares, que ya no forman parte de tu realidad, a consecuencia de esta división? ¿Considerarías, en un futuro, tratar de extender la mano para sanar estas heridas mutuas?
–Te voy a ser honesto, de vez en cuando pienso en eso con dolor, con decepción. Hay gente por la que apuestas afectivamente y luego descubres que poseía estructuras éticas muy frágiles. La especie humana puede ser muy cínica, muy utilitaria. He perdido desde amigos muy cercanos que los creía moralmente sólidos hasta antiguos referentes intelectuales cuya posición actual todavía me abisma. No va a ser fácil la tarea de la reconciliación nacional. Tanta impunidad nos ha hecho mucho daño. La gente que ha saqueado al país debe responder ante la ley, cuando toque. Ahora, la única forma de reconstruirnos como nación es apostar a uno de los mayores ejercicios del espíritu que es el perdón.
–De ser un país polarizado… nos hemos convertido en un país jodido. Así, a secas. Todos por igual (o al menos la gran mayoría). Esto tal vez pueda traducirse en que por primera vez -en mucho tiempo- el único triunfo apunta a una salida que lleve a mejoras en la calidad de vida de los venezolanos… y la unidad es entre el pueblo que está asfixiado… y el aire se agota, ¿crees que esto estaba en planes del régimen?, ¿crees que tener a la gente así era su propósito o tal vez tenían las mejores intenciones, solo que la incompetencia los arropa?
-Hay gente que garantiza que este desastre es parte de un diseño, una forma de dominación de la sociedad civil, una estrategia que consiste en tener a la población disminuida, sojuzgada, replegada, sumisa. El estado convertido en el gran amo, dueño y rector de nuestras vidas, decidiendo cuántos dólares puedes tener o cuántas veces puedes tomar café. Decidiendo el tamaño de tus miedos. Pero cuando oyes el discurso de los dirigentes de la revolución les sientes la naftalina, los criterios llenos de óxido y telaraña. Seguir dividiendo al mundo en imperialistas y proletarios, en gente de derecha y de izquierda, en pueblo y oligarquía, no sólo es un anacronismo, sino un simplismo espantoso. Somos víctimas de un gobierno que no sabe gobernar. No puedes gerenciar a un país desde el resentimiento. No puedes privilegiar la militancia política sobre la meritocracia. Aquí hay mucha gente ostentando cargos importantes en la administración pública que sencillamente no están preparados, no estudiaron para eso. Resulta pavoroso, pero sobre todo vergonzoso, la forma en que en los mismos diez nombres se rotan los cargos a cada rato. Como si el país fuera un juego de volibol. Tamaña irresponsabilidad ha llevado al país a la ruina. La revolución bolivariana es un paradigma de mediocridad.
-El país se ha vuelto, entre otras cosas, cínico. Hay malos ejemplos aquí y allá. ¿Cómo ves la generación de relevo?, los chamos adolescentes que les ha tocado experimentar esta realidad y desconocen que hay otras posibilidades… y, en lo personal, ¿cuánto te refugias en tus chamos para obtener ese oxígeno de vida, de pureza, tan necesario para seguir tratando de domar dragones en el campo de batalla?
-A todos nos asusta, no solo el saqueo de las arcas, sino de los valores. La ciudadanía como concepto ha sido arrasada. Ha habido una demolición de la ética ciudadana. Hoy, más que nunca, se impone la ley del más pícaro, del más ladino. Sin duda, hoy los padres juegan un rol clave en esta brújula rota que es el país para señalarles a los adolescentes lo que es válido o legítimo y lo que es miseria moral. Tú me nombras a mis hijos y ciertamente para mí estar con ellos es recuperar el oxígeno. Sé que la pureza de su edad se les ha contaminado de política, violencia y escasez. En mi adolescencia la política era un tema distante, demasiado adulto. Hoy nos ha invadido todos los resquicios. Pero los hijos son, no sólo el oxígeno, la vuelta a la pureza, al sentido lúdico de la vida, acierta dosis de ingenuidad, sino una razón crucial para no claudicar y no terminar de entregarle el país al malandraje.
–Estaba pensando que en esta etapa tan dura del país, te ha tocado producir lo que seguramente serán algunos de tus textos que serán más recordados en el futuro, ejemplo: La Casa Grande. Supongo que cuando un escritor se ve obligado a montarse en el ring y le toca mirar y sentir el desmoronamiento de su propio país, bajas la guardia y fluye la esencia humana, donde todos estamos conectados…
–Te confieso que nunca pensé que iba a dedicarle tantas cuartillas de mi escritura al país. La oscuridad es tanta que hasta la poesía, en mi caso, es ahorita una sombra titubeante. Pero la escritura también sirve para intentar entender el caos. A través de la palabra peleo contra la opacidad, salto ese muro que es el silencio y me pregunto por mi propio agobio. La obra personal se tiñe de esta inmensa claustrofobia existencial que hoy somos, es inevitable. Un escritor no puede enmudecer en los momentos más acuciantes de su ser social, todo lo contrario. Callarse, replegarse, sería ominoso.
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