Me conmovió profundamente leer la noticia. Karl Andree, un ciudadano británico de 74 años de edad podría ser castigado con 360 latigazos. Las autoridades lo detuvieron con vino casero en su auto y las leyes islámicas son claras y rígidas con respecto al consumo de alcohol.
Andree es un ejecutivo de la industria petrolera ya jubilado que vive en Arabia Saudita desde hace 25 años. Sus familiares aseguran que ha sido muy feliz en ese país.
La matemática es una ciencia exacta y la ecuación 360 latigazos, sobre 74 años de edad, pareciera dejar poco margen de error ante la posibilidad de resistir el castigo, sobre todo en un hombre asmático, que sufre de gota y que ha pasado por tres tratamientos contra el cáncer, además de un año de prisión desde que fue capturado. Aún así podría salvarse si las diligencias de la cancillería británica rinden frutos.
La sharía es el cuerpo del derecho islámico y define lo que es prohibido o permitido; lo que está bien o mal, estableciendo un código de conducta y por ende un estilo de vida. En occidente puede parecernos cruel y cavernaria, pero es clara y explícita.
La noticia da para discutir temas tan variados como la separación entre el Estado y la religión; los derechos humanos; las libertades religiosas; o los castigos medievales aplicados en pleno siglo veintiuno. Pero no. Aún cuando somos ciudadanos universales, la reflexión me lleva con más fuerza a pensar sobre cual es la ley que rige a Venezuela.
Karl Andree sabe que vive bajo la ley del Islam y que consumir licor, incluso en un bombón de chocolate puede ser castigado de manera brutal. Sin embargo, muy lejos de Arabia Saudita, en este país tropical, Alexis García también fue severamente castigado. Después de esperar angustiosamente durante algunos años a que apareciera un riñón compatible, finalmente el 7 de octubre llegó el día, pero a las 4:50 PM, en plena sala de operaciones, con la humanidad abierta y en el medio de la sedación de la anestesia, se fue la luz en el Hospital Universitario de Maracaibo. Con el apagón se pudrió el riñón y la esperanza del abogado de 56 años, que a duras penas lo suturaron utilizando los teléfonos celulares como linterna. ¿Imaginan algo más cruel y cavernario?
Al británico quizá le perdone la ley del islam, si las diligencias diplomáticas llegan a feliz término. Pero al venezolano no lo perdonó la ley del olvido, el códice de un país echado al traste por quienes lo gobiernan. Un gobierno que olvidó que antes que nada, un país es su gente.