Si Al Capone levantara la cabeza, no daría crédito: la histórica Penitenciaría Oriental del Estado de Filadelfia (EE.UU.), donde purgó su condena el famoso gángster, es hoy una atracción invadida por turistas que husmean entre sus ruinas.
EFE
Todavía impresionan -e intimidan- la inexpugnable muralla y la adusta fachada neogótica, con sus dos torres almenadas ennegrecidas, que dominan el número 2027 de la Avenida Fairmount de Filadelfia, donde se alza la legendaria prisión.
La presencia amenazadora de la cárcel contrasta con el murmullo alegre que escapa de los animados bares abiertos al otro lado de la calle, situada en un barrio residencial y turístico de “Philly”, como se conoce coloquialmente a la ciudad que fue cuna de la Declaración de Independencia y la Constitución de EE.UU.
Esa zona no era más que un campo a las afueras de la urbe en 1787, cuando la Sociedad de Filadelfia para Aliviar las Miserias de las Prisiones Públicas propuso construir una cárcel diseñada para provocar el arrepentimiento sincero en el corazón de los criminales.
Más de treinta años después, las autoridades de los recién nacidos Estados Unidos de América aprobaron un proyecto radical que rompía con el sistema imperante al desestimar el castigo corporal y promover la reflexión espiritual entre los reclusos.
El arquitecto John Haviland planteó una especie de castillo amurallado de estilo neogótico formado originalmente por siete galerías arqueadas -con 450 celdas- y dispuestas como los radios de una rueda, que convergían en una torre central de vigilancia.
Haviland concebió un “monasterio forzoso”, en el que cada preso vivía totalmente aislado en una pequeña celda de techo abovedado, como el de una capilla, sin más compañía que la Biblia y una mesa de trabajo en busca de penitencia (de ahí el término “penitenciaría”).
El habitáculo tenía calefacción central, agua corriente, aseo y un tragaluz, el llamado “Ojo de Dios”, una clara advertencia de que el Todopoderoso observaba siempre el comportamiento del prisionero.
Para apreciar el vanguardismo del penal, conviene recordar que la Casa Blanca, ocupada por el presidente Andrew Jackson, carecía entonces de agua corriente y se calentaba con estufas de carbón.
Abierta en 1829, la prisión atrajo a visitantes ilustres como el pensador francés Alexis de Tocqueville, que elogió el sistema como fuente de “remordimiento”, o el escritor inglés Charles Dickens, que denunció las secuelas mentales de un aislamiento extremo que consideraba “inmensamente peor que la tortura del cuerpo”.
Más de 300 cárceles de todo el mundo se inspiraron en su diseño, como la Prisión de Carabanchel en Madrid (España) o la Penitenciaría Nacional de Ciudad de México, lo que -en palabras del historiador estadounidense Norman Johnston- convirtió al presidio de Filadelfia en “la prisión más influyente que jamás se ha construido”.
A principios del siglo XX, el sistema se desmoronó por la superpoblación carcelaria y la dudosa bondad del confinamiento solitario al demostrarse, como sostiene Johnston, que “las intenciones eran buenas, pero los resultados fueron crueles”.
Reformada con celdas de castigo y un corredor de la muerte, la Penitenciaría, que acogió a 85.000 reclusos, cerró en 1971, hasta que en 1994 se abrió un museo que recibe “unos 330.000 visitantes” al año, precisó a Efe su directora de mercadotecnia, Nicole Fox.
Equipados de audioguías, los turistas inspeccionan con atención las galerías, parcialmente en ruinas, donde la antigua barbería es hoy una fantasmagórica habitación desconchada en la que sigue en pie, en medio de escombros, un sillón oxidado con respaldo rojo.
Un olor húmedo a yeso se percibe durante el recorrido en busca de un punto muy concurrido del penal: la celda de Al Capone, en la que el gángster que aterrorizó Chicago en los años veinte y treinta del siglo pasado probó por primera vez el sabor del cautiverio.
“La celda de Al Capone -comentó Fox- es una de las paradas más populares de nuestro tour histórico”.
“Scarface” (“Caracortada”), como apodaban al conocido gángster, fue detenido el 16 de mayo de 1929, junto a su guardaespaldas Frank Cline, a la salida de un teatro en el centro de Filadelfia.
Acusado de portar un revólver ilegal, Al Capone fue condenado a un año de prisión por el juez Edward Carney, que le espetó a la cara: “Las autoridades en algunas ciudades (…) le temen. Pero Filadelfia no le tiene miedo, señor Al Capone”.
Fichado como el preso “C 5527”, el mafioso cumplió siete meses de la condena (del 8 de agosto de 1929 al 16 de marzo de 1930) en una celda de la Penitenciaría, rodeado de un lujo inusual.
A través de la rejilla enmohecida de una puerta, se puede comprobar que Al Capone disfrutó de exóticas alfombras persas, un escritorio, una radio -le gustaba el vals- y pinturas al óleo.
“Scarface” contribuyó a enriquecer la leyenda del “monasterio forzoso” de Haviland, que ha seducido a Hollywood con el rodaje de filmes como “12 Monkeys” (1995), protagonizada por Bruce Willis y Brad Pitt, cinta en la que el penal se torna en un manicomio.
La supuesta detección de figuras fantasmales también le ha dado a la Penitenciaría de Filadelfia, donde murieron más de 1.200 presos, una fama de “prisión embrujada” que, en noches como la de Halloween, hace las delicias de los aficionados al “turismo de terror”. EFE