La jefa del poder moral probablemente estaba muy lejos de pensar que ese gusano, a quien en mala hora consideraron como un miembro más de la familia revolucionaria, actuaría de una manera tan vil, solo para irse a vivir, junto con toda su familia, en esa madriguera que es el imperio mesmo, donde no hay que hacer colas para comprar comida ni medicinas, donde el agua y la luz no son artículos de lujo, allí donde no lo van a asesinar a él ni a su familia como si fueran unos perros para robarle el celular o un par de zapatos de goma; cambiar este mar de la felicidad por ese infierno donde se respeta el estado de derecho y la separación de poderes, donde recogen la basura y los demás servicios funcionan y, sobre todo, donde nadie lo persigue por pensar distinto a quienes ostentan el poder.
Seguramente lo considerará otro malagradecido, como los ex magistrados del Tribunal Supremo de Justicia Luis Velásquez Alvaray y Eladio Aponte a Aponte, o los altos oficiales del primer anillo de seguridad del primer mandatario nacional y del presidente de la Asamblea Nacional o los ministro y banqueros saltalanqueras y como tantos otros que han huido como ratas de un barco que se hunde. Pero así son las cosas –pensara ella- en este proceso denominado Socialismo del Siglo XXI que se trata de imponer a juro en Venezuela desde hace casi 17 años por instrucciones de la Habana, Cuba, en la cual todavía pululan en las oficinas del gobierno muchos cínicos y miserables, gente sin ningún tipo de escrúpulos, picaros de toda laya, piltrafas humanas, sinvergüenzas que pisotean de la manera más descarada el legado del comandante eterno y de su heredero, el presidente obrero.
Lo que posiblemente más le duela es que ese nuevo desertor del proceso revolucionario venezolano, ese fiscal con competencia nacional, fue el elegido entre todos sus subalternos para tener el altísimo honor de meter preso a uno de los más importantes líderes de la oposición venezolana, al joven Leopoldo López, un descendiente del Libertador Simón Bolívar y también de Cristóbal Mendoza, el primer presidente de Venezuela. Uno de los dirigentes políticos venezolanos mejor preparados. Nada más y nada menos que a Leopoldo López, egresado en Ciencia Económicas en el Kenyon de Ohio; con máster en Políticas Públicas en la prestigiosa Universidad Harvard, ex analista en Petróleos de Venezuela, profesor en la Universidad Católica Andrés Bello; ex alcalde Chacao y fundador de uno los partidos políticos más importantes del país: Voluntad Popular. Y para colmo casado con la periodista Lilian Tintori, una destacadísima deportista, con una disciplina de hierro, y padre de dos hermosos niños.
Suponemos que a estas alturas, la mandamás del Ministerio Publico se atormentará con la convicción de que no hay derecho que un hombre con semejante honor, como fue el de fabricar las pruebas falsas con la que otra funcionaria del poder judicial de la Venezuela revolucionaria, la jueza Susana Barreiros, condenó a 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas, de cárcel a Leopoldo López por su papel en el plan conspirativo de salvar a Venezuela del desastre en que se encuentra; ella, la garante de la vindicta publica, se angustiará más que nadie en el régimen al ver a ese funcionario que fue de su más alta confianza salir ahora por las televisoras, radios y periódicos más importantes del mundo a pedirle perdón al joven que se pudre en los calabozos de la cárcel militar de Ramo Verde repleto de estalactitas de mugre; pedirle disculpas a su esposa Lilian Tintori que semanalmente es humillada cuando la obligan a desnudarse frente a cámaras de grabación, saltar y hacer cuclillas, todo para que la dejen ver a su marido; verlo pedir perdón a su padres, a sus hijos que son como dos gotas de tristeza por no poder vivir una vida normal junto a sus seres queridos y a toda Venezuela por el manantial de dolor que ha provocado; la verdad, señora fiscal, es que ¡No hay Derecho!