El 4 de febrero de 1992, después que la ciudadanía llevaba horas pegada a los aparatos de televisión, esperando conocer más noticias sobre el golpe de estado, pasado el mediodía, se presentó en la pantalla un joven teniente coronel, trigueño, aindiado y de perfil afilado, pelo rizado y con un fuerte tic que afectaba su rostro. Con la boina roja de medio lado, e irguiéndose sobre su huesudo esqueleto, miró a la cámara y les pidió a sus compañeros de armas que ante el fracaso de la asonada se rindieran —no sin antes haber insertado un cuidadosamente estudiado “por ahora”, implicando que lo volverían a intentar— dos palabras que abrirían a la población un mundo de incógnitas, que cambiarían la historia de Venezuela, y que con ellas Hugo Chávez Frías iniciaba el primer acto de esta tragedia.
Siete años después, el 2 de febrero de 1999, al juramentarse en su toma de posesión, deslizó las palabras con que abriría el segundo acto de este fraude que él bautizo como Revolución:: “sobre esta moribunda Constitución”…, dejando establecido que llegaba para transgredir todo lo transgredible. Ese mismo día emitió el Decreto N° 3 pidiendo la realización de un referendo para que el pueblo se pronunciase sobre la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, algo que no estaba contemplado en la Constitución vigente y por ello considerado ilegal por eminentes juristas. Poco tiempo después, La Corte Suprema de Justicia falló a favor de la solicitud del ejecutivo, lo cual abriría el camino hacia la violación permanente de la Constitución, mientras, por primera vez, le flexionaba las rodillas al máximo tribunal, hasta llevarlo a los que es hoy, una institución arrodillada al servicio del régimen
Una vez convocadas las elecciones para elegir a los constituyentes, nos mostró su decisión de ganar las elecciones por cualquier medio, —o como sea, según Maduro—, incluyendo la trampa, cuando, mediante el Kino de Chávez, logró con el 65% de los votos llevarse el 95.41% de los cargos, dejándole el 4.58% a la oposición quienes sacaron el 22.1% de los votos. Del total de asambleístas, el chavismo obtuvo 127 curules por votos, a los que le sumaron 3 diputados más de las comunidades indígenas para un total de 130 representantes, contra 6 de la oposición.
Luego en mayo de ese mismo año iniciaría su Reality Show dominguero: “Aló Ciudadano”, programa que le serviría para tomar de la mano al numeroso público que lo veía e introducirlos dentro de su mundo personal. A través de ese programa conocimos al “arañero”, como lo llamaban en su Sabaneta natal cuando, en alpargatas, recorría las calles del pueblo vendiendo las arañas que hacía su abuela. A Rosainés, su pequeña hija producto del matrimonio con María Isabel, a la morrocoya, a su parentesco con Maisanta —un cuatrero elevado a héroe por las leyendas populares— a sus días de cadete y a ese mundo íntimo con el cual se conectaron millones de venezolanos.
Igual que la Cultura Malandra saltó los muros de las prisiones para instalarse en la sociedad venezolana, la cultura militar salió como una tromba por las puertas de los cuarteles e invadió el mundo civil. Nos fuimos acostumbrando a la exposición mediática del eterno rodeado de edecanes, a los desfiles en Los Próceres con ese tinte de acto cultural de colegio, a los hospitales de campaña con abnegados médicos asimilados atendiendo pacientes con todo tipo de dolencias, a los operativos con los soldados vendiendo alimentos en los mercados a cielo abierto. Hecho, que a criterio de muchos entendidos, dio inicio a la corrupción, cuando comenzaron a ser denunciados oficiales superiores por el manejo indebido de las enormes semas de dinero en efectivo, producto de las ventas y que según reportaron periodistas de intachable credibilidad, a menudo eran guardadas en las maleta de sus carros particulares. La lenidad demostrada ante esas denuncias, abriría la grieta por donde durante estos 16 años de gobierno se haya desaparecido una cantidad de dólares que reta a la imaginación y que algunos calculan en más de $ 500.000 millones.
Y su verborrea fue amoldando el camino que iría tomando la sociedad. Hay quienes relacionan el auge del hampa cuando dijo en los Próceres: que si su familia no tuviese que comer y él no tuviese dinero, él también robaría. O cuando le rogó al Banco Central que le entregase un millardito de dólares que con el tiempo se convertiría en cientos de miles de millones que no se sabe dónde fueron a parar. Igualmente de determinantes fueron sus palabras cuando, desde la Carlota, bautizó a sus opositores como escuálidos cosa que, aunado a su discurso previo, terminó de dividir al país en dos toletes. Bastó que desde la plaza Bolívar dijera “Exprópiese” para dar inicio a la destrucción de la propiedad y la empresa privada. O cuando en vivo y en directo botó a la plana mayor de PDVSA para forzar la huelga y así ponerle la mano encima a la gallina de los huevos de oro y volverla la plasta que es hoy en día, para usar una de sus muchas palabrotas, a las cuales nos acostumbró y que le abrió la puerta a la actual degradación del lenguaje.
Por todo lo anterior y por lo que no cabe en este artículo, es propicio recordar las proféticas palabras de García Márquez, cuando nos relató su experiencia cuando viajó acompañando a Chávez en un vuelo entre La Habana y Caracas: «Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrece la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.>