Hace 60 años, la Ópera de Viena renació, literalmente, de las cenizas a las que la habían reducido los bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial. El escenario vienés recuerda con una serie de actos lo que supuso el renacimiento cultural en un país que se recuperaba aún del conflicto.
“Fue algo muy simbólico. Un renacimiento de la identidad de Austria, que siempre se había identificado con la cultura y la música”, explica a Efe Andreas Láng, del departamento de Dramaturgia de la Ópera y comisario de una pequeña exposición que recuerda la destrucción y el renacer de este escenario.
La muestra de fotos que documenta la destrucción del edificio y su reconstrucción, así como el festejo de su nueva apertura, puede verse hasta el principios de diciembre en la Sala Gustav Mahler del teatro lírico.
La Ópera de Viena quedó arrasada el 12 de noviembre de 1945 por aviones estadounidenses durante uno de los bombardeos que sufrió la por aquel entonces ciudad del tercer “Reich” nazi.
El objetivo del ataque era la zona industrial y la refinería ubicada al noreste de Viena, al otro lado del Danubio y a unos 15 segundos de vuelo del centro de la ciudad.
Según Láng, es posible que los artilleros confundieran el teatro con una estación de trenes.
El bombardeo y posterior incendio afectó a la catedral, el museo Albertina, el Burgtheater y a la Ópera, de la que sólo quedaron la fachada, la escalera principal y el llamado salón del té.
“Un vicedirector de la Ópera fue testigo del bombardeo y avisó pronto a los bomberos, que lograron salvar la parte frontal”, cuenta Láng.
La reconstrucción comenzó casi inmediatamente después de la destrucción. La guerra terminó apenas dos meses después y las naciones aliadas que habían ganado la guerra y ocupado Austria, contribuyeron con fondos, aunque Láng reconoce que con la confusión de la posguerra “no se sabe muy bien adónde fue a parar ese dinero”.
Lo que si está claro es que Viena se volcó con el proyecto.
Pese a la destrucción generalizada que sufrió el país, no se cuestionó que se dedicara dinero a la Ópera y no a necesidades más inmediatas e incluso hubo donaciones privadas.
El proyecto contempló la posibilidad de hacer un edificio completamente nuevo y no reproducir el teatro neorenacentista con su estructura de palcos.
Finalmente, se optó por tirar de los planos originales y reconstruir el edificio original de 1869, con algunas pequeñas diferencias en el exterior y con muchas modificaciones internas para integrar nuevas medidas de seguridad y mejorar la visibilidad.
El aforo perdió 200 localidades y la zona de administración cambió de sitio.
Lo que no se pudo alterar fue la acústica. “La acústica era tan buena que no se podía mejorar”, explica Láng.
La reacción del público hacia la “nueva” Ópera fue excelente, mucho mejor que cuando el edifico fue presentado al público por primera vez en 1869.
“En aquella época se criticó mucho, mucha gente pensaba que era feísimo”, recuerda el experto.
La reapertura tuvo lugar unos meses después de que Austria firmara el tratado por el que recuperaba su independencia tras diez años de ocupación por parte de EEUU, Francia, Reino Unido y Rusia, lo que dio aún más simbolismo a ese renacer cultural.
Una especie de decir “hemos regresado”, según cuenta Láng.
La gala de inauguración fue algo espectacular, con largas colas de gente esperando y muchos vieneses reunidos alrededor de los pocos aparatos de radio que había para seguir la retransmisión del suceso.
La pieza elegida para el renacer de la Ópera de Viena fue el Fidelio de Beethoven, con Karl Böhm en el atril.
El teatro recuperó inmediatamente su prestigio y su lugar como uno de los principales escenarios de ópera del mundo.
Antonio Sánchez Solís/EFE