José Gato Briceño: La Casona, de residencia presidencial a sala de festejos de las infantas Chávez

José Gato Briceño: La Casona, de residencia presidencial a sala de festejos de las infantas Chávez

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La Casona es la residencia oficial que desde 1964, sirve de domicilio a los presidentes en funciones de la República de Venezuela, a diferencia del Palacio de Miraflores que se usa como sede del gobierno nacional y lugar de trabajo presidencial.

Durante el segundo gobierno de la democracia Venezolana, es decir bajo la presidencia de Raúl Leoni, la República compró una hacienda de caña de azúcar de la época colonial, propiedad de la familia Brandt, llamada La Pastora, ubicada en una zona no urbanizada al Este de Caracas (actualmente enclavada en la Urbanización La Carlota). Después de adquirida fue restaurada y ampliada por el arquitecto Andrés Enrique Betancourt pasando de la casa original, a una gran mansión en la que se buscó principalmente alcanzar el equilibrio entre la naturaleza y la edificación en sí y además, preservar el estilo colonial original.

La restauración de la hacienda culminó en 1967 y fue utilizada por todos los presidentes de la era democrática con sus respectivas familias, reivindicando con ello el característico valor de la familia como indiscutible eje de nuestra sociedad. Meticulosamente ornamentada goza de numerosas obras de arte propiedad de la República y por tanto, patrimonio de todos los venezolanos.

Siendo un bien de la Nación, sus gastos de mantenimiento, seguridad, enseres de uso doméstico son costeados por el Estado venezolano. El mantenimiento de la Casa Presidencial es costoso, y se consideraría un gasto “justificado” porque le permite al Presidente ejercer a dedicación exclusiva su alta investidura, dándole la máxima comodidad en la vida cotidiana. Asimismo, está diseñada para actividades públicas asociadas al cargo como recibir embajadores, albergar huéspedes oficiales, dar recepciones, incluso reunirse con sus ministros y despachar.

En épocas anteriores, los venezolanos(as) podíamos visitar La Casona, que en ciertos lapsos se abría al público para apreciar cómo vivía la familia presidencial y disfrutar de sus obras de arte, pues la mansión es un inmueble que pertenece a todos los venezolanos(as).

En definitiva, La Casona, es un bien público pero de uso exclusivo del Presidente de la República en funciones y no de ningún otro funcionario del estado y mucho menos de los descendientes de quienes temporalmente ostentaron la investidura de Presidente de la República.

Pero como todo lo que toca la Revolución Chavista, La Casona perdió su majestuosidad para convertirse en un vulgar albergue de chantajistas que se creen dueños de Venezuela y por tanto herederos de sus bienes y riquezas. Desde de la muerte de Hugo Chávez, hace casi 3 años, sus hijas se negaron a desalojar la mansión en franca violación a la Ley contra la Corrupción e imponiendo su usufructo a Nicolás Maduro y su esposa.

A pesar de ser evidente el peculado y el abuso que cometen la niñitas del Comandante y sus maridos, aprovechándose de un bien de todos los venezolanos y no hemos visto que ninguna institución del Poder Moral tome acciones al respecto.

Mantener La Casona y el tren de vida que llevan sus ocupantes, le cuesta al pueblo venezolano más de un millón de dólares diarios, según investigaciones serias divulgadas por medios de comunicación internacionales, y paradójicamente nuestros estudiantes pasan penurias en el exterior para obtener los dólares para sobrevivir fuera del país. Si además de ello le sumamos los gastos de distracción y recreo de la familia presidencial heredera, nos encontramos con el mayor desfalco que se puede hacer a una Nación. El Vicepresidente Jorge Arreaza, esposo de una de las Hijas del Difunto Intergaláctico (alias El Chulo), se da vida de monarca viajando en aviones o jets privados con familiares y personal de servicio de seguridad y doméstico pero eso sí, dándose golpes de pecho contra la hipócrita lucha contra la corrupción y el capitalismo neoliberal.

Hablando de derroche y desfachatez, menciono al ultra comunista Elías Jaua, que no puede viajar si no es en jet privado, con la familia completa, incluyendo a la doméstica bien apertrechada y armada por si algo le sucede a su jefe. Por cierto, este abusador que utiliza los bienes públicos a su antojo para su diversión y vacaciones, en fecha reciente llegó a Montevideo en una de sus tareas de mandadero del régimen y esta vez, para disimular que no utiliza más las “colitas” de PDVSA, se apareció en un avión privado que fue alquilado por CITGO, filial de la estatal petrolera y bien común de todos los venezolanos. Un detalle reporta el periodista Bocaranda, desembarcó con 5 maletas grandes y no regreso con ninguna.

Por informaciones suministradas por el personal que labora en La Casona, sabemos que se hacen tremendas fiestas o francachelas con artistas nacionales e internacionales que duran hasta dos días, dignas de “La Infanta” quien ahora está en Nueva York. Mientras tanto, el humilde pueblo venezolano hace largas colas para conseguir alimentos básicos.

Revisando la historia de algunas revoluciones, especialmente las socialistas, entre ellas la cubana, me encuentro con un factor común. Todas ellas coinciden en los lujos y extravagancias de sus líderes: vehículos lujosos de marcas elitescas como Mercedes Benz, mansiones, yates y aviones privados… pero lo particular en nuestra Narco-revolución es que las extravagancias más que del líder costeamos las extravagancias de sus herederos quienes en muchos casos ¡ni siquiera ostentan cargo público!

Hace 2 años los diputados del gobierno, cómplices de la corrupción y posiblemente beneficiarios en muchos casos de la misma, aprobaron una Ley Habilitante para que el Ejecutivo Nacional pudiera dictar más rápida y eficientemente normas que combatieran este cáncer llamado corrupción. Dos años después vemos que el cáncer no solo no se ha controlado sino que ha hecho metástasis alcanzando a la cúpula chavista sin que, por cierto, no se haya hecho nada.

Maduro debe decidir ya, si habita o no La Casona Presidencial pero ni el Vicepresidente de la República, ni las hijas del Comandante Supremo, ni tampoco su viuda (si la hubiere) tienen derecho a usufructuarla y mucho menos a costear sus vidas de lujo y derroche a costillas del presupuesto de todos los venezolanos.

Por el rescate del patrimonio y la dignidad de la familia venezolana, seguiré dando la pelea con lo único que me queda MI PLUMA y MI PALABRA.

José Gregorio Briceño Torrealba
“El Gato” Briceño.

Twitter:
@josegbricenot

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