El diario español ABC publica una entrevista al humorista venezolano Luis Chataing, quien expresa sus puntos de vista sobre la situación venezolana, la férrea censura que impone el régimen de Nicolás Maduro y las semejanzas entre algunos movimientos políticos en España con los que gobiernan al país.
Por Israel Viana | ABC
A Nicolás Maduro no le hacía gracia Luis Chataing. Por eso, cuando el popular cómico, presentador de unos de los programas más vistos de la televisión venezolana, recibió la llamada de los directivos de su cadena, Televen, ya intuía lo que le esperaba. «Me habían advertido meses antes de la presión del Gobierno, que se volvió insoportable. Al final decidieron echarme por el bien de los trabajadores y del canal. Si continuaba, la renovación de la licencia corría el peligro», explica. El presidente de Venezuela, debilitado por la crisis y las luchas internas, continuó con la purga en los medios y el silenciamiento de voces como la de Chataing, cuyo programa había introducido, en clave de humor, la crítica corrosiva al chavismo. En su último día ironizó con cómo se fabrican correos electrónicos para incriminar a personas inocentes en complots y golpes de Estado, en referencia a las continuas acusaciones públicas de Maduro.
–¿Crees que la familia Camero, dueña de Televen, podría haberse negado?
–Ya cerraron Radio Caracas Televisión durante un tiempo y más de treinta emisoras de radio. Estaban entre la espada y la pared y yo lo entiendo. Me dijeron que habían hecho lo posible, pero fueron intransigentes. Buscan cerrar una ventana de opinión más. Se trata de un Gobierno que se sostiene a punta de atropello y cualquier personaje que haga a la gente pensar es peligroso él.
–¿Puede realmente un humorista como usted llegar a convertirse en un verdadero incordio para un Gobierno fuerte como se supone que es el de Venezuela?
–La última parte de tu pregunta no es cierta. El Gobierno de Venezuela no es nada fuerte, goza del índice de popularidad más bajo de los últimos 16 años. Dos de los caricaturistas de mayor tradición en Venezuela,Rayma y Weil, han corrido una suerte similar a la mía y han tenido que salir de la prensa escrita. Cualquier profesional de larga trayectoria y una cantidad importante de seguidores como yo (3,4 millones en Twitter) puede ser incómodo para un Gobierno así.
–Maduro continuamente habla de la «guerra de los medios» y de la «conspiración mediática». ¿Existe de verdad?
—Para nada. Este Gobierno controla prácticamente el 99% de los medios de comunicación y ha eliminado de la programación cualquier espacio de opinión contraria al chavismo. Necesitan inventarse constantemente un enemigo para distraer a la opinión pública de los asuntos importantes. De ahí que hablen constantemente de la lucha contra el imperio o arremetan contra personajes ficticios como el «Pelucón», que nadie sabe a quién se refiere, ataquen a la oligarquía, sin que uno sepa quién es realmente el oligarca. Es una telenovela de muy poca calidad que ha durado demasiado tiempo.
–Hablas del 99%, pero los datos dicen que el 85% de los medios de comunicación son privados.
–Sí, efectivamente, pero ellos han tenido la habilidad de presionar para que los dueños originales de esos medios, que en algún momento ejercieron la libertad de expresión, los vendan a inversores cercanos al Gobierno. El diario «El Universal», por ejemplo, sabemos que lo vendieron y ni sus propios trabajadores saben a quién, lo que es una locura. Recientemente, uno de los alcaldes de Caracas acaba de renunciar a la columna que escribía desde hace 13 años, porque se sentía incomodo al no conocer para quién trabajaba. Globovisión también fue vendido a otro grupo que se le relaciona con el Gobierno. Y los que quedan están atemorizados de cualquier sanción que el Gobierno pueda imponerles.
–¿Quieres decir que también existe la autocensura?
–Hay una autocensura descomunal e insólita. Y, por si no fuera suficiente, el Gobierno aun tiene que acusar a los medios de instigar un golpe que nadie entiende y que nadie ve por ninguna parte. Forma parte de un protocolo que va por el capítulo 2.500. Es la forma de mantener distraída a la población.
–La última acusación se produjo precisamente el pasado viernes.
—Al mundo entero debe parecerle lo más absurdo del planeta, porque la televisión en Venezuela es lo más inofensivo del mundo. Tenemos el grave problema que, desde hace un tiempo, se hacen todo tipo de acusaciones sin presentar pruebas, como es el caso de las detenciones de Leopoldo López o el alcalde de Caracas, Antonio Ledesma. Esto obedece a un plan para atemorizar a la población. Y cuando se acusa a la televisión actual, basta con preguntarse dónde está el contenido subversivo al que se refiere Maduro.
–¿Crees que hay más crítica al Gobierno de Venezuela fuera del país que dentro?
–El 12 de febrero de 2014 se produjeron una serie de asesinatos al final de una manifestación y la manera en la que los venezolanos nos enteramos fue a través de los canales internacionales. Los nacionales se privaron de informar por temor a represalias. Ese ejemplo da buena cuenta del nivel de desinformación que tenemos.
–¿Y los medios de comunicación públicos?
–El propio canal del Estado ha sido secuestrado por el partido político del Gobierno que, descaradamente, se hace llamar el canal de todos los venezolanos, cuando no hay un solo programa que abra las puertas al pensamiento de oposición. Ya me dirás que libertad de expresión tenemos nosotros aquí.
–¿Cuándo y por qué fue introduciendo usted la crítica política contra el chavismo en sus programas? ¿Fue una estrategia o una necesidad?
–Antes hacía un humor más universal, para que la gente encontrara un descanso de tantos programas de opinión política, pero, en la medida en que la situación del país se fue complicando en los últimos 16 años, me vi en la obligación de hacer del humor una vía de comunicación y crítica. Desde hace un año, con el recrudecimiento y la disminución de las ventanas de opinión para que los ciudadanos encontraran otra información, me vi en la obligación de hacer unos editoriales con los que mostrar mi indignación y tratar de ser el espejo de aquellos que también están indignados por los atropellos que vivimos. A final solo quedamos dos, Cesar Miguel Rondón y yo, que asumimos mayor responsabilidad en este sentido, a riesgo de perder nuestros puestos de trabajo.
–Según un informe de Amnistía Internacional, en las protestas entre febrero y julio del año pasado murieron 43 personas, 870 resultaron heridas y más 3.000 fueron detenidas. ¿Es éste el peor momento que vive Venezuela en lo que respecta a libertad de expresión?
—Vivimos un recrudecimiento de la violación de los derechos humanosque, en el último año, ha sido dramáticamente superior a todo el periodo anterior. Esto responde a la debilidad del actual Gobierno, que reprime a unos niveles no vistos antes, y a la desaparición de Chávez, que era quien llevaba sobre sus hombres una cosa tan anticuada y contraproducente como el proyecto de la revolución, Ahora vemos el encarcelamiento de dirigentes políticos y la aprobación de leyes que permiten el uso de armas de fuego en las manifestaciones.
–En Venezuela, el bipartidismo es más pronunciado que en España, con Maduro y Capriles repartiéndose los votos casi al 50%. ¿Crees que es un obstáculo para la normalización política, teniendo en cuenta que los simpatizantes de ambos están fuertemente enfrentados?
–A mí me encantaría que el país tuviera tantas ofertas como fuera posible. Creo que sería lo ideal para que la gente se identificara con precisión con varios proyectos, pero la realidad que vivimos en Venezuela requiere la unidad de la oposición. Sin embrago, ese 50% ya no existe, porque el descontento de aquellos que simpatizaban con el oficialismo no está siendo capitalizado por la oposición, que encuentra dificultades para unirse en un bloque. Hay una gran cantidad de población que está prácticamente huérfana en cuanto al voto.
–El semanario venezolano de «El Sexto Poder» calificaba en su portada a Pablo Iglesias como «El Chávez de España», ¿existen de verdad similitudes?
–Yo puedo comprender lo que está pasando en España, porque en Venezuela tuvimos una situación similar en la que se produjo el aumento del desencanto de la población, pero las simpatía e ilusión que pueda generar alguien como Pablo Iglesias poniendo como ejemplo la experiencia de Venezuela, resulta tremendamente peligrosa. Yo no conozco Podemos, pero sé que lo que hizo el chavismo en Venezuela fue pintar castillos en el aire, amarrarse al poder de una forma impresionante y apagar las voces críticas. Yo, de verdad, le deseo a España cosas un poco mejores y proyectos lo más sinceros posibles.
–Ha habido manifestaciones de venezolanos en Madrid con lemas como «sí se puede, contra podemos» y la intención, según sus manifestantes, de «alertar a los españoles de los peligros de Podemos por sus similitudes con el chavismo». ¿A qué se debe?
–A los venezolanos fueron los cubanos los que nos advirtieron hace 16 años de las cosas que nos iban a pasar y, hoy en día, somos nosotros los que les advertimos a los ecuatorianos, argentinos y españoles, porque lo estamos viviendo y atravesando.
–Habida cuenta de su cada vez más marcada deriva hacia el activismo ciudadano, ¿es probable que le veamos a usted dentro de poco metido en política?
–No está actualmente en mis planes entrar a la política, pero tampoco cerrarme a esa posibilidad. He intentado convertirme en un factor crítico ponderado que invite al oficialismo a retomar la razón. Si en algún momento mi aportación fuera requerida por parte del electorado, tomaría esa vía.
–Si lo hiciera, ¿le gustaría convertirse en una tercera fuerza más allá de las dominantes en Venezuela o se ve más dentro de una formación como la de Capriles?
–Si lo hiciera, buscaría una vía propia e intentaría retomar la ilusión de las personas decepcionadas de un lado y de otro. A este país le hace falta una renovación de la clase dirigente, sin excluir a la que ya existe.
–¿Chávez o Maduro?
–(Risas) ¡Caramba, me estás haciendo votar por Chávez, qué barbaridad! Está bien, lo lograste, tendría que escoger a Chávez. Definitivamente, con Maduro estamos mucho peor. Su Gobierno es, en esencia, tremendamente débil.