“Estigma” es la palabra que más se repite en la novena Convención de Tatuadores de Bogotá que vive este fin de semana su fecha grande, un concepto que aspiran a romper los organizadores de un evento que busca acabar con el tabú social que genera el arte corporal.
“Colombia es un país que está por encima en nivel de tatuaje, en la cultura en general. A la gente le gusta mucho lo distinto que es, lo pintoresco que es”, explicó a Efe Juan Paez, uno de los organizadores de la convención.
Ese ambiente pintoresco es el que predomina en una cita que recibe a los 9.000 visitantes esperados con el ruido constante que caracteriza a las máquinas tatuadoras y que acompaña el auditorio Gonzalo Jiménez de Quesada de Bogotá ininterrumpidamente.
Más allá de la cortina sonora que pronuncia la falta de música ambiente, la cultura que rodea al arte corporal arropa a los aficionados con camisetas, afiches, accesorios, ropa, “freak shows”, aerografía o pintura.
Todo ello con el objetivo de “abrir un poco la mente hacia la gente del común” y rodear los tabúes que existen a su alrededor, explicó Paez.
“Aún se ve el rechazo pero ha mejorado bastante con el pasar de los tiempos”, subrayó Andres Niño, uno de los tatuadores invitados al evento.
Para Niño, el tatuaje es su “vida y pasión”, puesto que es “algo tan significativo y tan preciso que no puedes cometer errores como en un lienzo que puedes borrar”.
En su opinión, la principal habilidad que debe tener un tatuador es “100 % dibujo”, porque conoce a “más de uno que tiene el pulso un poco tembloroso y aún así son excelentes artistas”, pese a lo que las personas ajenas al mundo puedan considerar.
Mientras aprovecha su presencia para tatuar, concluye con contundencia: “Me parece absurdo (juzgar a las personas por sus tatuajes) porque la calidad humana no se mide por el exterior sino por el interior”.
Con él coincide Jara Newmark, sentada al otro lado de la silla de tatuajes, para la que es “una forma de arte” que le “llena muchísimo”.
Newmark reconoce que el momento de tatuarse “duele bastante”, aunque lo prefiere “antes de la monotonía de la aguja” entrando en su piel durante varias horas.
“Me gusta bastante el dolor”, agrega con una sonrisa.
El resultado es inmejorable para ella, una mujer para la que “cada tatuaje tiene su significado” y “te puedes convertir en una galería de arte andante”.
Como una verdadera muestra de tatuajes que camina, Johnny Quintero visita la feria con sus más de 200 tatuajes en el cuerpo.
“Es una fiebre que empezó desde muy pequeño cuando veía a las personas tatuadas y eran estigmatizados. Me gustaban los tatuajes e incluso en el colegio me dibujaba en los brazos y en las piernas”, relata sobre el origen de su pasión.
Ese fanatismo le llevará a tatuarse el ojo de negro en la convención porque “es como un amor que solamente las personas que tenemos tatuajes lo entendemos”.
“Mi tatuaje favorito está en lo párpados, dice ‘how high'”, agregó Quintero, quien reconoció que sigue siendo visto con malos ojos y debe buscar un trabajo en un lugar relacionado con los tatuajes.
Sin embargo, entre los visitantes hay todo tipo de personas, desde mujeres con estética “pin-up” hasta otros con aspecto de oficinistas pasando por rockeros, reguetoneros o raperos, una muestra social que prueba la extensión que los tatuajes han tenido en todos los ámbitos sociales pese a esas malas miradas que reciben.
“El arte del movimiento de la piel es una fascinación, siento que al plasmar esto mi arte se eleva a otro nivel. Cuando alguien decide llevar algo indeleble es una emoción que me gusta sentirla”, define el tatuador Ariel Sierra como una de las razones por las que ha crecido tanto en los últimos años.
Entre risas recuerda los tatuajes más sorprendentes que le han pedido. Fueron “en el pene y en el borde del culo” a una pareja de amigos.
A él le tatuó una frase y a ella el grabado que tiene en su interior el anillo de la trilogía literaria “El señor de los anillos”.
“Lo más difícil fue tatuar el pene porque no estaba muy erecto”, concluyó entre risas. EFE
Fotos EFE